Un artículo personal
La cara de Àngela Seguí era todo un poema al comprobar que, en efecto, me quitaba los auriculares y salía del pequeño recinto aeroportuario desde el que se emitía el programa
Creo que hoy voy a escribir un artículo personal, casi íntimo. Es que ayer mi nieto mayor, Miquel Segura Gandía, cumplió 25 años, un cuarto de siglo. Recuerdo el día de su llegada al mundo con total nitidez. Yo estaba en una tertulia radiofónica con Àngela Seguí y un buen número de participantes, entre ellos algún socialista. Me olvidé de desconectar mi teléfono móvil -entonces un artilugio que apenas cabía en mis bolsillos- y, claro, sonó en vivo y en directo. En aquel preciso momento uno de los palmeros de Antich - en paz descanse, el expresidente- me reprochaba que yo estaba demasiado pendiente del ministro Matas. Atendí la llamada -naturalmente, era mi hijo reclamando mi presencia y la de mi santa en Madrid porque el parto había empezado- colgué, y dirigiéndome a mi interlocutor con toda la tranquilidad del mundo, le dije:
- En efecto, tiene usted razón. Estoy pendiente en todo momento de las llamadas del ministro. Ahora mismo me pide que me largue a la capital en el primer avión, ya ve, así que muy buenas a todos, tertulianos y oyentes.
La cara de Ángela Seguí era todo un poema cuando comprobó que, en efecto, me quitaba los auriculares y salía del pequeño recinto aeroportuario desde el que se emitía el programa. Era un viernes lluvioso y no me fue fácil encontrar billete. Afortunadamente, una chaqueta roja de Iberia, que se confesó lector impenitente de mis columnas periodísticas, nos metió en el primer vuelo que salía hacia la capital. Yo tenía 55 años, estaba en la plenitud de mi vida personal y en unas pocas horas iba a ser abuelo. Me parecía imposible.
Salíamos con el bebé a pasear por las amplias calles madrileñas, lo llevábamos al parque del Retiro y nos sentábamos en las terrazas con el niño durmiendo
Dado que por aquel entonces mi hijo Jaume, el ahora embajador, estaba preparando oposiciones a la Carrera Diplomática, mi primer nieto vino a ser como mi tercer hijo. Yo volaba a Madrid casi todos los fines de semana para ver a Miquelet. Mi esposa prácticamente se había mudado a la capital para cuidar a mi familia y yo escribía mis crónicas para Última Hora y ABC en un viejo ordenador portátil que parecía un tanque. Fue una época maravillosa, mucho mejor que cualquiera de mi juventud. Salíamos con el bebé a pasear por las amplias calles madrileñas, lo llevábamos al parque del Retiro y nos sentábamos en las terrazas de las calles Serrano o Goya con el niño durmiendo plácidamente en su cochecito.
Miquel Segura junior creció y se hizo ciudadano del mundo. Ahora, a sus 25 años, trabaja en relaciones internacionales y, pese a su juventud, ha vivido ya en más de una docena de países. La pandemia nos obligó a vivir juntos -sus papás estaban en México- durante tres largos meses que yo recuerdo -paradojas de la vida- como los más felices de mi existencia. Una mañana de Navidad de 2004 estaba con mi nieto en Jamaica. Los dos habíamos dormido poco y echábamos la mañana en la piscina, mientras el resto de los habitantes de la casa aún dormía. El chiquillo, chapoteando con los pies en el agua, me hizo una pregunta:
-Aba, ¿por qué yo me llamo Miquel Segura?
Mi respuesta fue casi de 300 páginas. Pero esa, cómo diría el tabernero de Irma la Dulce, es ya otra historia.