Desde la retaguardiaMiquel Segura

Sa Pobla-Muro: siempre una relación desigual

Ya nada es como antes. Apenas quedan payeses en sa Pobla porque nuestra agricultura intensiva tradicional no está en los planes de la Unión Europea, que, año tras año, aumenta las trabas burocráticas al sector primario y disminuye las ayudas

Sa Pobla es actualmente el segundo pueblo más pobre de Mallorca, solo por delante de Capdepera. Muro no está entre los más ricos, pero su nivel de prosperidad es alto gracias a su playa, considerada por los expertos como una de las más atractivas del mundo. Sin embargo, no siempre fue así. De hecho, no hace tanto tiempo mi pueblo se contaba entre los más prósperos de la isla. Una producción agraria intensiva -tres cosechas al año- fruto de una descomunal capacidad de trabajo propiciaron una riqueza que no tenía parangón por esos lares. En los tiempos de la posguerra sa Pobla fue denominada es rebost de Mallorca (la despensa de Mallorca) al convertirse en el casi único proveedor de verduras, frutas y hortalizas. Los palmesanos llegaban a la villa provistos de las pocas pesetas que habían podido reunir; a veces llevaban también enseres o algún objeto familiar de valor que les servía como moneda de cambio para hacerse con los productos imprescindibles para su alimentación.

En sa Pobla se conocía a las familias por el nombre y la ubicación de las tierras que cultivaban, las feraces marjals. Cuando un joven pretendía a una chica en edad de merecer y debía cumplir con el preceptivo rito de anar a demanar entrada (solicitar permiso para formalizar relaciones y acudir a la casa de la novia para cortejarla) la pregunta que le formulaba el futuro suegro al pretendiente era siempre la misma: I voltros, a on conrau?. (Vosotros, qué tierras cultiváis?) La riqueza no se cuantificaba en pesetas ni en duros sino en quartons, medida de tierra agrícola equivalente a una cuarta parte de una quarterada, es decir a 775'75 metros cuadrados. Aparte de los artesanos, que trabajaban para proveer a los payeses de piezas de madera y elementos mecánicos, solo había un reducido pero próspero sector comercial y unos pocos senyors, terratenientes que vivían de rentas, o profesionales liberales; y punto. La mayoría más que absoluta de la población se dedicaba al cultivo de la tierra. No les iba mal porque año tras año -sobre todo si la cosecha había sido buena- compraban nuevas parcelas y sus hijos e hijas recibían al casarse una vivienda de nueva construcción, lista para ser habitada. Mientras tanto Muro pretendía seguir la estela poblera, con mayor o menor éxito aunque nunca con la pujanza de sus vecinos. Hasta que les cayó del cielo el maná del turismo.

En un pueblo tan intensamente dedicado a la agricultura, la devoción a sant Antoni -invocado como protector de los animales de labranza- era tan profunda como ancestral. El santo eremita ejercía las veces de una inexistente dirección general de Sanidad Animal; los payeses le invocaban como cuidador de sus criaturas de cuatro patas, imprescindibles para desarrollar su trabajo. Los «Antonios» palmesanos o los procedentes de la Península se jactaban de que ellos estaban bajo la advocación de otro santo -generalmente san Antonio de Padua- mirando con cierto desaire al de Viana, al que llamaban sant Antoni d'ets ases. (Los burros.)

Pero ya nada es como antes. Apenas quedan payeses en sa Pobla porque nuestra agricultura intensiva tradicional no está en los planes de la Unión Europea, que, año tras año, aumenta las trabas burocráticas al sector primario y disminuye las ayudas. Ya no hay animales de labranza y las pocas familias que siguen dedicándose al cultivo de la patata trabajan con maquinaria de alta tecnología. En ese escenario la advocación al santo ha desaparecido casi por completo. Los grandes protagonistas de la fiesta son ahora los demonios, diantres de cartón piedra que incitan al consumo de alcohol y al desenfreno. Unos diablos hedonistas muy en la linea de la sociedad actual.

Y a todo eso, Muro ha abierto este año una polémica a propósito del cartel anunciador de sus fiestas, que también han ido siempre a la zaga de las de sa Pobla. Por arte de la IA su demonio más característico ha aparecido blandiendo la cabeza cortada de Conguito, que es el diablo más querido de mis paisanos. Hasta el alcalde Ferragut, el de la sonrisa perenne, se lo ha tomado a mal. Yo pienso que debería pasar de las criaturas del averno, aunque sean de cartón, e iniciar de una vez un proyecto de pueblo que nos devuelva a los perdidos tiempos de prosperidad.