El oculto pueblo de ensueño de Guadalajara donde las cascadas se esconden

Pelegrina se levanta sobre el valle del río Dulce, como si todo a su alrededor fuese una fantasía del estilo de la Hansel y Gretel, la hbistoria de los hermanos Grimm, donde había una bruja que vivía en una casa de chocolate para atraer a los niños y comérselos.

El Barranco del río Dulce, el parque natural en Guadalajara, hace de las veces de la casita, pero sin bruja y no solo para niños. Todo es de cuento en este paraje castellanomanchego. El pueblo, Pelegrina, siempre fue pequeño y recoleto como su iglesia románica y su castillo destruido por los franceses.

Hoy allí viven 15 personas desde que a finales del XIX alcanzó su población máxima histórica con cerca de 600 vecinos que fueron decreciendo a partir del XX. Antes Pascual Madoz definió la villa en su Diccionario Geográfico como de «clima sano».

A vista de pájaro parece una acuarela con sus casas de tonos ocres en medio de un verde de extenso vergel. Una soledad de cuento de los hermanos Grimm que se puede observar desde el mirador construido en homenaje a Féliz Rodríguez de la Fuente, que rodó en el sitio varios episodios de su serie universal El hombre y la tierra.

Pocos hombres hoy y mucha tierra siempre. Y fantástica. Un paraíso para las aves: buitres, águilas y halcones son los dueños del lugar que esconde el secreto de sus cascadas. Las cataratas que precisamente se esconden, como la del Gollorío, un espectacular salto de cincuenta metros desde un acantilado que llega a una poza que se llena caprichosamente.

Solo cuando el cauce del río Gollorío lleva suficiente agua, esta cae por su precipicio para unirse a la del río Dulce en la vida que se abre camino, pero en este caso solo cuando llueve mucho. La cascada estacional que se hiela en invierno, fluye en otoño y primavera y desaparece en verano por obra de la magia de la naturaleza.