Cuando alguien te dice que el producto digital que te ofrece es gratis significa que, realmente, el producto eres tú. Son tus datos, la información que obtienen de ti, el uso que le das, el aprendizaje que les generas y el conocimiento que regalas.

No es un tema baladí, y debe llevarnos a la reflexión. Además, si lo extrapolamos al ámbito de la empresa y de las organizaciones, el asunto pasa de ser importante a estratégico. Hablamos de un riesgo potencial y de un coste de oportunidad de dimensiones difíciles de predecir e imposibles de calcular. Actualmente, los datos son el activo intangible de mayor valor para una empresa, especialmente en esta época tan digital y tecnológica.

Si el producto es gratis, tú eres el producto

Tecnologías disruptivas como la Inteligencia Artificial, el Big Data y, en breve, la Computación Cuántica adquieren un rol protagonista en nuestras vidas, y su materia prima son los datos y el entrenamiento que proporcionamos con nuestra información y nuestra interacción. Dispositivos, plataformas web y las aplicaciones móviles se han convertido en ese «Caballo de Troya» que ha entrado en nuestro día a día sin que sepamos, en muchos casos, qué llevan dentro, qué introducen en nosotros y, lo más preocupante, qué información se llevan, para qué la usan, con qué fin y adónde viaja todo ese conocimiento.

Las empresas deben ser extremadamente cuidadosas, si me apuran celosas y, especialmente, protectoras de sus datos, de su información, de su conocimiento y de su aprendizaje. Porque una cosa es integrar digitalización y colaborar con compañías tecnológicas, y otra muy diferente es convertirse en una fuente gratuita, regalando riqueza sin obtener nada a cambio. Ese es el riesgo de ciertas plataformas que ofrecen un caramelo envenenado. Lo que realmente buscan es nuestro activo más valioso, nuestro auténtico core business: la información. Cederla sin control es permitir que otros construyan imperios a costa de nuestro esfuerzo, limitando el futuro de nuestra empresa.

Pilotar la empresa con luces largas

En este nuevo entorno al que algunos han bautizado como VUCA (Volatility, Uncertainty, Complexity y Ambiguity), cada vez más digital, veloz y disruptivo, se pierde la perspectiva y se confunde lo urgente con lo importante. El actual escenario obliga, todavía más si cabe, a meditar con mayor profusión las decisiones estratégicas de colaboración e integración tecnológica. Hay que ser muy selectivo, saber decir no a la tentación de lo fácil, despejar de la ecuación el «brilli brilli» y pilotar la empresa con las «luces largas» puestas.

Querer ser el primero, buscar impactos a corto, desear crecer rápidamente y además hacerlo sin esfuerzo económico ni operativo puede condenar a la empresa a tal nivel de dependencia externa que termine comprometiendo su negocio a medio y largo plazo, afectando irreparablemente a su visión, sus valores, su competitividad y, por tanto, su viabilidad. No vale una estrategia outsourcing a toda costa y de cualquier forma. Y menos aún en procesos de transformación digital.

El dato, el petróleo del futuro

Desde siempre ha existido un mercado secundario de altísima cotización cuyo activo central ha sido la información. Sectores enteros como el financiero, asegurador, farmacéutico, tecnológico e incluso en ámbitos como la inteligencia, la defensa o la seguridad, han construido gigantes económicos valorados en miles de millones gracias a la comercialización, el análisis y la explotación de datos. Y hoy, con la disrupción digital, ese crecimiento es exponencial.

Es todo un hecho en las rondas de financiación y capitalización de startups. Cuanto mayor es el volumen de data que poseen, y cuanto mayor es la dificultad de acceso o la sensibilidad de su contenido, más alta es su valoración. Hoy vemos cifras astronómicas en valoraciones frente a facturaciones anecdóticas, e incluso creciendo en proyectos en pérdidas. Aunque parezca de locos, el paradigma ha cambiado.

Dicen que el dato es el petróleo del futuro. Pues no, es el petróleo del presente. Y quien cede su data sin control está regalando un combustible que otros podrán usar incluso para aliarse con su competencia. O peor aún, que entren en su sector convirtiéndose en un nuevo competidor directo. ¿Es para detenerse a pensar o no?

Integrar tecnología y colaborar con sentido

Durante toda mi trayectoria profesional como directivo, consejero, en mis clases o conferencias, es un clásico mi tesis sobre la colaboración como elemento clave en la estrategia empresarial. Y con más índole, en procesos de innovación y digitalización. Pero no de cualquier forma, ni con cualquiera. Con sentido. El cómo y el con quién son determinantes.

En este contexto, las empresas deben ser extremadamente celosas y protectoras de sus datos, de su información, de su conocimiento y de su aprendizaje. Porque una cosa es integrar y colaborar, y otra muy distinta es convertirse en mano de obra gratuita para entrenar modelos ajenos y trabajar con sistemas donde no tenemos ningún control.

Nada hay más peligroso para una organización que, cegada por la urgencia, la fascinación tecnológica o la obsesión por «estar a la última», acabe cediendo a un colaborador sus datos sin comprender el alcance real de esa renuncia.

La regulación, desde el RGPD hasta las normativas emergentes en inteligencia artificial, como AI Act en Europa, existe por una razón: proteger al ciudadano y proteger a las empresas. Pero la insensatez, la ingenuidad o la irresponsabilidad no están contempladas en la ley. Dependen únicamente de las decisiones de aquellos que ostentan la gestión empresarial.

La gobernanza del dato, el control de la información, la independencia tecnológica y la soberanía digital deben convertirse en una prioridad para cualquier empresa. Puede marcar la diferencia entre sobrevivir o desaparecer a largo plazo.

Manuel Bonilla es director corporativo de innovación del Grupo AB Living & SHA, profesor y speaker.