Nuestro Padre Jesús del Calvario

Nuestro Padre Jesús del CalvarioHdad. del Calvario

El portalón de San Lorenzo

La hermandad de los Panaderos

La cola de personas para recoger el pan entraba por la puerta de la plaza de San Lorenzo y salía por la del Arroyo de San Lorenzo

A la hermandad del Calvario de San Lorenzo se la ha nombrado popularmente, aunque cada vez con menos intensidad, como la hermandad «de los panaderos», si bien no existe ningún documento en sus estatutos que acreditara oficialmente esta relación y, además, el gran historiador local Juan Aranda Doncel (1948), estudioso muy reputado en estos temas, apunta que el gremio de los panaderos a la que estuvo realmente vinculado fue a la desparecida hermandad de Jesús de la Sangre de San Nicolás de la Villa.
Pero, por encima de documentos y reglas de la hermandad, hay que tener en cuenta que, tanto en los años de su fundación a principios del siglo XVIII, como en posteriores fechas del siglo XIX, la profesión de panadero era algo habitual en San Lorenzo. Así tenemos que en el censo de 1869 se registraban en el barrio 970 jornaleros, la profesión más corriente de largo, pero después venían 164 panaderos, bastantes más que albañiles y otras profesiones más conocidas. Aparte de los trabajadores, sobre todo era significativa la concurrencia y proximidad en el barrio, seguramente por sus amplios espacios, de cinco o seis hornos de pan. José Salmoral, hermano mayor por esos mismos años, fue dueño de uno de ellos ubicado frente al convento de Santa María de Gracia, mientras que Antonio Millán Remesal, tesorero, tenía otro en la esquina de la calle Trueque.
En esos años convulsos de la Gloriosa (1868) y la Primera República el laicismo exacerbado dio un paso más y, como tantas otras, la hermandad entró en un estado de postración total. En este contexto, el gremio de panaderos, o panaderos destacados a título individual, ayudaron a sufragar la mayor parte de sus cultos en la parroquia así como la participación de la imagen del Calvario en la procesión oficial del Santo Entierro en los años que salía, que no eran todos.
En definitiva, que gracias a ellos siguió adelante el espíritu del Calvario, al menos de cara al exterior, porque la devoción popular a la bella imagen del Cristo con la cruz a cuestas, que muchos años después supimos que fue realizada por Fray de Juan de la Concepción, seguía inalterada aunque la hermandad como tal dejase de funcionar. Estaba, pues, más que justificado que se llamase la hermandad «de los panaderos». Al fin, con la reorganización de 1918 cambió el panorama, y la hermandad volvió a tomar las riendas.

El auge del quinario

Francisco Quiles Rojas (1893-1957) fue un vecino de mi calle Roelas, en la casa número 6. Su profesión era la de jornalero del campo. Para los niños de mi época era una persona entrañable y cercana, y disfrutábamos con sus habilidades para amaestrar los gorriones que criaba. Recuerdo vagamente (yo apenas tenías poco más de diez años) sus agradables charlas en las largas tardes noches de verano cuando las faenas del campo le dejaban más tiempo libre.
Mientras tomaba el fresco en la puerta de su casa hablaba a quien quisiera escucharle de lo divino y lo humano, y una vez empezó a contarnos historias sobre los panaderos y el Calvario. Aunque por su dura vida no era un hombre especialmente ilustrado, recordaba cómo los antiguos periódicos cordobeses (Diario de Córdoba y La Voz) insertaban constantes artículos donde se anunciaban los cultos al Calvario, en especial una fiesta solemne en el quinario que el gremio de panaderos de Córdoba le dedicaba todos los años, y al que invitaban a un buen predicador. Tal era la solemnidad y la importancia que adquirió el sermón -continuaba diciendo- que se solían poner altavoces en el portalón para que las personas que no tenían sitio material en la iglesia pudiesen seguirlo desde la plaza. Y hasta los miembros del Cabildo de la Catedral se 'peleaban' por participar como predicadores por el lustre que daba.

El «pan solidario»

Continuando con sus obras benefactoras en el barrio, en los años de sequía los panaderos solían organizar una campaña de «pan solidario», donando pan que muchas veces superaba los cincuenta kilos. Me contaba también mi madre que el reparto se solía hacer, debidamente troceado, en la taberna que regentaba Pepe Arjona Zamorano, que era como una sucursal de la taberna Casa Armenta, ubicada en la acera de enfrente. La cola de personas para recoger el pan entraba por la puerta de la plaza de San Lorenzo y salía por la del Arroyo de San Lorenzo. En esta operación del «pan solidario» intervenían gustosamente, como mozos de la taberna, Pepe y María Arjona Díez, abuelo y madre de Pepe Bojollo, el eterno sacristán de San Lorenzo. Su familia estuvo siempre implicada en la hermandad.
En los años 20 del siglo XX, tras la citada reorganización de 1918, llegarían los tiempos de auge bajo don Juan de Austria y Carrión (menudo nombre para un hermano mayor). Por sus buenas relaciones con las monjas de Jesús Nazareno consiguió que le prestaran cada año por unas horas la bella imagen napolitana de Nuestra Señora la Virgen Nazarena, con el fin de que saliese acompañando al Cristo en los desfiles procesionales, situación que se mantuvo hasta que la hermandad pudo conseguir en 1940 una imagen propia de Nuestra Señora bajo la advocación del Mayor Dolor realizada por Juan Martínez Cerrillo, entonces un cargo importante en la hermandad.

Las penurias tras la guerra

Sin embargo, esta Virgen fue sustituida, debido a ciertas desavenencias que surgieron, por otra, la actual imagen del Mayor Dolor realizada por Antonio Castilla Ariza, y Cerrillo abandonó la hermandad. Francisco Quiles no sabía el destino final de esta imagen, que luego se supo que había sido vendida a la hermandad de los Estudiantes de Jaén por el precio de tres mil pesetas y que aún procesiona en la ciudad vecina como una de sus imágenes más destacadas.
Aparte, don Juan de Austria organizó diferentes eventos festivos en el barrio para recaudar fondos con los que dotar a la Hermandad de toda clase de enseres y atributos. Se organizaron verbenas, cucañas, tómbolas, carreras populares o concursos de belleza. Todo iba hacia arriba y es que, como diría Cerrillo, el Cristo del Calvario había enamorado a las sencillas gentes de San Lorenzo, y pasaba entonces a enamorar a las de toda Córdoba.
Pero se fue don Juan de Austria, llegó la Segunda República, la guerra, al poco se marchó Cerrillo de la hermandad... Vuelta a empezar. Francisco Quiles contaba cómo llegaron años de muchas dificultades en la posguerra, donde los chavales del barrio, ante la falta de flores para poder adornar el paso (sobre todo porque no había dinero para costearlas) se preocupaban voluntariamente de obtenerlas de cualquier sitio, incluso cogiendo las efímeras flores blancas de las acacias de la plaza de San Lorenzo, encaramándose para ello a los árboles, o yendo a por los lirios que crecían salvajes junto al arroyo de la Piedras a su paso por la explanada del santuario de la Fuensanta, que era el lugar de donde también se cogían los mastrantos para la Majestad en público. Entre aquellos jóvenes destacaba a Manuel Diéguez González, Rafael Páez Rodríguez, José Sánchez Aguilera, Manuel Santos Iglesias, Rafael Calvo Bello...
Y cuando oías de niño a Francisco Quiles, emocionado, narrando estas peripecias, sabías que el Calvario nunca podría desaparecer contando con el apoyo de su barrio detrás. Porque con la cera pasaba lo mismo, y así Manuel Diéguez González, que había sido mayordomo de la hermandad en esos años 40, nos contaba que la cera era, poco más o menos, un objeto de lujo que no podían permitirse, y que por eso la hermandad decidió adquirir unos cirios que, por toda luz, encendían una pequeña bombilla alimentada por su correspondiente pila. Aquello supuso que tuvieran que organizar una serie de rifas, vendidas todas entre sus vecinos, que de esta forma colaboraron al momento para que su Cristo del Calvario pudiese salir en su procesión con toda solemnidad.

Cerrillo y el Calvario

Panaderos benefactores, chavales por el campo, rifas populares. Ante los malos tiempos siempre salieron adelante. El Calvario lo merecía. Y como ejemplo el de Cerrillo. Tras abandonar la hermandad, ofuscado por el rechazo a su imagen, nunca guardó rencor, y mucho menos a su «Cristo de la dulce mirada». Cuando don Antonio García Laguna, capellán de San Rafael y gran amigo suyo, le ofreció para su boda la iglesia del Juramento (que en aquellos tiempos era la iglesia elegida por toda la gente importante de Córdoba) se negó al ofrecimiento, pues quería casarse en San Lorenzo. Ante la insistencia del capellán, que le ofreció los mejores sonidos que podía ofrecerle el órgano de San Rafael, pues el de San Lorenzo no funcionaba, Cerrillo zanjó el tema: «Es tontería, don Antonio, es tal la ilusión que me hace casarme ante el sencillo altar del Calvario que hasta la solemnidad del órgano me importa poco, pues si hace falta me apaño con el sonar de dos cacerolas, una con otra».
Y, muchos años después, en sus horas postreras en el hospital, pidió a su familia que le enviasen su túnica del Calvario, que llevaba guardada como oro en paño desde que se fue de la hermandad, para cuando llegara su encuentro ante el Señor. Meli Lopera se preocupó de buscarla y facilitársela. Rafael Pérez Casas, Manuel Martínez, Rafael Baquero, Antonio Ayuso, Adalberto López y otros devotos del Cristo del Calvario también pidieron «su» túnica para el tránsito final hasta Él. Y llegados allí con su túnica, seguramente, se encontrarían con esos panaderos del Calvario y Jesús agradeciéndoles su labor, porque «tuve hambre y me distéis de comer».
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