Monumento a Rubén Darío en los jardines de la Agricultura

Monumento a Rubén Darío en los jardines de la Agricultura

La huella de Rubén Darío en Córdoba

El Ayuntamiento organizó una ruta poética por la ciudad con motivo de la inauguración del monumento

Los jardines de la Agricultura son el espacio público de Córdoba que tiene mayor concentración de monumentos. En su recinto están los de Julio Romero de Torres, Mateo Inurria y Cipriano Martínez Rücker, así como los de dos cordobeses ejemplares, el jardinero Aniceto García, apuñalado al defender a una mujer víctima de un robo y Juana Victoria, aquella anciana quiosquera que murió abrasada dentro de su puesto de chucherías a manos de un delincuente.

Paseando por estos jardines se pueden ver otros tres monumentos más que han sido donados a la ciudad. El más reciente está situado tras la biblioteca Grupo Cántico como recuerdo perenne a las enfermedades mentales; muy cerca está el conocido como monumento a la Agricultura, que fue un regalo de la firma de tractores John Deere en 1970, idéntico a los otros 30 que hay repartidos por toda España. Y muy cerca del estanque de los patos está el monolito dedicado a Rubén Darío, ofrecido a Córdoba por la embajada nicaragüense.

La visita a Córdoba

En realidad, la vinculación de Darío con Córdoba fue muy escasa, por no decir inexistente. Sólo la visitó una vez, en 1903, y afortunadamente reflejó sus impresiones en el libro ‘Tierras solares’ publicado al año siguiente como recuerdo del viaje que hizo por Barcelona, Andalucía, Gibraltar y Tánger con las crónicas que puntualmente enviaba al diario argentino ‘La Nación’.

En sus páginas se percibe aún la fascinación que Córdoba despertó en el poeta nicaragüense, pese a que la primera impresión -«Una modesta estación; un ómnibus que va mal que bien por la calle, sobre baches y fango»- no fuera excesivamente positiva.

Cuenta en el libro que se había preparado el viaje a Córdoba con uno de los escasos libros con que podía hacerlo en esa época, el ‘Indicador cordobés’ de Luis María Ramírez de las Casas-Deza, que pese a ser de 1837 aún mantiene el interés para los lectores.

Rubén Darío se aloja en un hotel de lo que ahora es el bulevar del Gran Capitán, que califica como «la vía principal de la población», donde ve «grupos de gentes estacionados en la alameda, el eterno grupo de ciudad española, que conversa y ‘mata’ las horas».

En el primer paseo que da por la ciudad, una vez se adentra en el casco histórico, queda fascinado por su trama urbana. «Yo, ni en Granada, ni en Sevilla, ni en Málaga, he encontrado ese ambiente de antigüedad de esta capital esclarecida y en una época foco, puede decirse, de la sabiduría universal», afirma.

Rubén Darío llega a Córdoba con la mentalidad del viajero romántico del siglo XIX para evocar el esplendor del pasado musulmán de la ciudad. Hace una descripción de Medina Azahara que supera cualquier límite de la imaginación, con cisnes de oro nadando en los estanques y con «el retrete donde estaba el lecho de la favorita, se veía cubierto por un artesonado revestido de oro y acero, y sembrado de piedras preciosas».

Impregnado del espíritu de su época, califica de «vandálica» la construcción del crucero en la Mezquita Catedral, aunque no duda en mostrar su admiración por el coro de Pedro Duque Cornejo, y aun así confiesa que «al entrar, da deseos de cambiar los zapatos por un par de babuchas, y murmurar que «sólo Dios es grande»».

El monumento

Para homenajear a quien revolucionó en su momento las letras hispanoamericanas, la embajada de su país natal hizo la donación del monumento que aceptó el Ayuntamiento y que se inauguró hace ahora 50 años.

El promotor de la idea fue el diplomático Justino Sansón Balladares, quien regaló el medallón de bronce con el rostro del poeta a otras cinco ciudades españolas, como Ciudad Real, Cáceres, Gijón y Cartagena. En cada municipio se instaló de una manera distinta, ya sea en una placa, en un monolito o bajo un fuste, como se puede ver en los jardines de la Agricultura.

Con motivo de esa inauguración, el Ayuntamiento organizó una ruta poética en la que se leyó la obra del homenajeado en distintos enclaves cordobeses. El punto de partida fue el monumento, donde el académico José María Ortiz Juárez glosó a Rubén Darío, junto a las lógicas intervenciones del propio Sansón Valladares y del alcalde, Antonio Alarcón.

La siguiente parada de esta ruta poética fue en la plaza de la Trinidad, donde intervino José Herrera Duchemín; en la Puerta de Almodóvar, ante el monumento a Séneca, lo hicieron Marisol Salcedo y Antonio Barrios; Gabriel García-Gil, en la calle Cairuán, y Miguel Salcedo Hierro en el Campo Santo de los Mártires, ante el monumento a los enamorados, donde leyó ‘El hermano lobo’.

A lo largo de todo el recorrido, la banda municipal, dirigida por Dámaso Torres, fue interpretando diversas piezas en esta singular ruta poética con la que se perpetuó la presencia de Rubén Darío en Córdoba.

Comentarios
tracking