
Foto antigua del Cerro de la Golondrina
El portalón de San Lorenzo
Nobel de Literatura en el Cerro de la Golondrina
Para los niños de los años 50 aquel desorden era una bendición, lugar ideal para nuestras travesuras, pedreas y partidos de fútbol
El topónimo «Golondrina» nos remite en Córdoba a dos sitios completamente diferentes. Uno de ellos es la estación depuradora de la empresa municipal Emacsa instalada en la finca La Golondrina, de la que recibió el nombre. Inaugurada en 1991, su cuadro de control y motores fue realizado por Westinghouse con proyecto de Antonio Estévez Toledano, hijo del tabernero de El Bolillo en la calle Imágenes. Antonio era un gran entusiasta de las cosas de Córdoba, como lo demostraba su relación con la Hermandad de la Virgen de los Dolores y su pasión por el toreo de Finito de Córdoba, hasta el punto que fue uno de los que acompañaron al torero de Córdoba en su debut en Méjico en la plaza de Monterrey.
Pero en este artículo de lo que vamos a hablar es del otro sitio con el mismo topónimo, una zona denominada Cerro de la Golondrina que estaba a mediados del siglo XX prácticamente cerrada por el hospital de Puerta Nueva (hoy Facultad de Derecho y Económicas), el cuartel de la Guardia Civil de la Magdalena, el cine Córdoba Cinema (en Arroyo de San Lorenzo), el colegio salesiano, entonces mucho más amplio con su huerta y todo, y la Ronda la Manca (la llamada Redonda).
En aquel espacio delimitado se levantaba un cerro que le daba nombre, a las espaldas de la antigua muralla (que perdía así toda connotación defensiva). Había surgido al haberse recrecido el terreno por ser un muladar o vacie donde se tiraba todo lo que sobraba. Por eso se daba un desnivel, que desde la parte más alta, calle Pintor Saló, a la parte más baja, que lindaba con la Magdalena, tenía más de 60 metros.
La zona fue de las últimas en ser urbanizadas en esa Córdoba, con calles terrizas, sin orden y sin apenas iluminación. Empezó poco a poco a organizarse mediante la prolongación de la calle Escañuela y el derribo del cuartel de la Guardia Civil, abriéndose una nueva calle a la Ronda de Andújar. En aquellos tiempos había un proyecto de urbanización de la ciudad que contemplaba la creación de una amplia y moderna avenida que bajaría desde San Pablo-Realejo para conectar con la ya proyectada avenida de Barcelona, Por este motivo los salesianos, enterados del proyecto, construyeron en los terrenos de su huerta una flamante fachada principal para su colegio que iba a dar a esta nueva avenida, mirando más o menos donde está ahora una estatua de San Juan Bosco en la calle de San Francisco de Sales. Pero al final aquel proyecto no cuajó y se quedaron con una fachada sin uso que al final metieron dentro de las instalaciones particulares donde vivían los hermanos salesianos.

Fachada del Colegio Salesianos que no se llegó a inaugurar
En todo caso, para los niños de los años 50 aquel desorden era una bendición, lugar ideal para nuestras travesuras, pedreas y partidos de fútbol. Anteriormente abundaron las tapias provisionales que delimitaban pequeñas parcelas, que lo mismo tenían gallinas, como cerdos, cabras o flores. No podemos olvidar que allí empezó a funcionar como tal Flores Santa Marta. Pero a medida que se iban desmantelando aquellas tapias fueron quedando zonas más amplias para jugar, enseguida ocupadas por la numerosa chavalería.
Como era habitual entonces en toda nueva tierra 'conquistada', surgieron los grupos familiares que se consideraban los líderes o referentes del territorio, que no eran otros que los apodados Caguetas, emparentados con los Medina Pedregosa. Junto a los Vargas (herreros), mantenían su pugna por la primacía. En un plan algo más pacifico estaban los Arias y los Villalba, que se dedicaban a la profesión de la madera. Y como «regente» de todo aquello sobresalía Manolón, el hombre de las cabras.
Aunque algunos nenes iban por allí simplemente para escarbar y buscar huesos que luego vendían, la gran mayoría nos dedicábamos a jugar sin ningún tipo de ataduras de los mayores. Son recuerdos que no se nos pueden olvidar, como cuando algunas veces tuvimos necesidad de acudir por algún incidente a casa de don Ubaldo López, vecino ya de aquellas primeras casas y un bondadoso y agradable practicante. Otras veces acudíamos a don Blas Peñalba, también practicante, pero éste, con su bigote, aparentaba más seriedad. Nos curaba cualquier herida, eso sí, echándonos la bronca de que «las pedreas eran cosas de salvajes». También en alguna ocasión tuvimos necesidad de acudir al eficiente y joven médico don Mariano Bejarano Borrego, que a principios de los años 60 ya estaba instalado en ese barrio.
Los primeros negocios que se instalaron en esos años 50 en aquellas primitivas y aisladas construcciones fueron naves de productos agrícolas y de almacén de piensos. Cabe destacar la que regentaba un tal Paco Valenzuela, que por temporada se llenaba de sacos de piñones utilizados como semilla para la reforestación. Hoy en esa nave está la sede de la Hermandad del Cristo del Calvario.
La casa de las Viejas
Quiero recordar también la famosa casa de las Viejas, que se quedó a medio terminar, por lo que los chicos mayores aprovechaban para meterse en ella y jugar al Alto, un juego muy habitual en aquellos tiempos. Dicha casa se encontraba en la calle llamada del Cerro, enfrente de donde tuvo su taller el célebre artista de la madera Francisco Moreno Anguita.
Esta casa de las Viejas fue finalmente comprada y terminada por la familia de Luis López Caballero, buen platero, que llegó a tener allí su taller. Luis, al que familiarmente llamábamos La Vieja por haber vivido en esa casa, llegó a jugar en el Club Atlético San Lorenzo y luego sería su eterno entrenador. En 1975, al flojear la platería en Córdoba, tres amigos unidos por el fútbol, el propio Luis López, José Carrillo y Juan Bautista, decidieron marcharse a Barcelona para trabajar en el oficio de platero. En el poco tiempo que estuvieron en la Ciudad Condal pudieron comprobar que la platería allí no era como en Córdoba, por lo que decidieron volverse. Al menos Carrillo, el único soltero del grupo, había aprovechado el tiempo para salir con una chica que trabajaba en la fábrica de Fred Perry, y con ella se casó y se quedaría en Barcelona.
El bar El Lento y el taller de Pepe Cañete
El bar El Lento del Cerro de la Golondrina era un negocio familiar regentado por Francisco Cisneros y su mujer Otilia, que supo orientar el tema de los desayunos incorporando, en vez de tostada, su pequeña tortilla francesa.
Aquello marchaba viento en popa, de forma que al mediodía ya tenían el taquillaje hecho como suele decirse. Por eso, cuando ya en los años 60 solían pasarse por el local los viajantes de los muchos plateros que se estaban instalado en el Cerro, con sus flamantes coches y atuendos, y les surgían las prisas por sus sofisticados cubatas o sus 'whiskies', este Francisco, más sereno que nunca, les decía a unos y otros: «Piano, piano…», «más lento, más lento.. que hay otras personas esperando la cerveza o el medio de vino”. Por este motivo fue apodado El Lento.
En esta pequeña taberna se juntaban los jóvenes del Cerro y alrededores que formaron aquel equipo de fútbol que se llamó El Golondrina, dirigido por el animoso Rafael 'El Flequi', vecino de la Nevería en la calle María Auxiliadora.

Taller de Pepe Cañete, uno de los más antiguos del Cerro de la Golondrina
Y dejo para el final el taller mecánico de Pepe Cañete, porque además de formar parte del citado equipo de El Golondrina es sin duda uno de los negocios más antiguos del Cerro que aún pervive, ya regentado por sus hijos. Este taller está casi enfrente de la popular tienda de pasamanería La Chiquita (cerrada en 2014), regentada por aquel hombre bajito y bigotón que decían que todavía tenía guardadas las pesetas que recogió el día en su Primera Comunión.
La calle Golondrina
Esta calle fue de las primeras urbanizadas en condiciones en el citado Cerro de la Golondrina, con salida a la Ronda de Andújar a espaldas del cine de verano Córdoba Cinema.
Aquí estaba el gran taller de joyería de Galo Adamuz dedicado a fabricar de forma casi exclusiva pulseras de oro, platino y paladio. Trabajaban profesionales de alto nivel como los González, Muñoz, Leganés, Gordillo, Torralbo, Rodríguez, Luque… En la casa contigua al taller vivía la familia política de José Luis Reyes 'El Cachimba', quien impulsó el baloncesto en el colegio salesiano. A continuación estaban el almacén de Lejía La Oca y el taller de ebanistería del mayor de los Almoguera. También relacionado con el baloncesto, haciendo esquina, vivía la familia política de Abilio Antolín, conocido entrenador y pionero de este deporte en Córdoba.
Al final de la calle Golondrina, en la acera de la derecha, estaban el Bar Pastel, que antes fuera una confitería, y el taller de coches de su yerno. Enfrente, en la acera de la izquierda, el taller de carpintería de Posadas Urbano, la casa de la familia de Agustín, encargado de Zafra Polo, la chatarrería de Cristóbal (socio de Márquez). que vendía de todo, incluso fregaderos y lavabos), la farmacia que luego se situó en la Magdalena, el horno de La Golondrina de Leopoldo Roldán León, y ya, por último, el Hogar Parroquial de San Lorenzo.
Después del Hogar Parroquial, en una zona casi siempre embarrada, con el desnivel del cerro enfrente, aparecía de la nada una calle curvilínea que se llamaba Antón de Montoro, la cual conectaba el Cerro con el frontal de la Huerta de Manolillo situada en la Redonda. En esta pequeña calle, haciendo esquina con la empinada calle Pintor Saló, había una fuente de un modelo muy poco habitual en Córdoba accionada por un grifo. Esta calle apenas estaba habitada, pues sólo vivían los suegros de Rafael de Toro Sotomayor, y como negocio únicamente la escondida tabernilla que regentaba la hermana del Chato Tejero. A la taberna le pusieron el sobrenombre de Casa El Vinagre, apodo por el que era conocido el cuñado del Chato en las Electromecánicas. Esta calle se consideraba territorio de Pechete, que convirtió el patio de su casa en una pequeña plaza de toros, del piconero Carapalo, del Rulo que se dedicaba a pelar los borricos… Esa taberna del Vinagre era lugar habitual de parroquianos como los Repiso, Los Polainas, Los Sartenes, además del amigo Leones, experto en el arte de pescar ranas con el garlito. Por allí todo el mundo creía que el nombre de esta calle correspondía a un piconero, arriero o algo por el estilo.
La calle Antón de Montoro se urbanizó en torno al año 2000, creándose en realidad casi una nueva calle, ésta ya alineada y con aceras e iluminación adecuadas. Allí está ubicado hoy un populoso supermercado.
El hogar parroquial de San Lorenzo
La llegada en 1954 de don Juan Novo como cura a la parroquia de San Lorenzo significó un antes y un después en el barrio por los nuevos bríos que traía consigo. Ya en 1955 se embarcó en poner una Cruz de Mayo, y posteriormente se llegaron a montar exitosas carrozas para las romerías de Linares y Santo Domingo. Creó en su propia casa parroquial varias unidades de educación básica, que incluso los domingos convertía en cine de invierno.
Aún así, el ávido cura quería más y más, y a finales de 1957 adquirió para la parroquia una vieja instalación que había sido una pequeña industria en el Cerro de la Golondrina. Se compró con una hipoteca del Monte de Piedad y Caja de Ahorros, y allí se habilitaron tres grupos de educación básica, un cine de verano y un salón de actos, respetándose las dos viviendas existentes, una para la familia del coadjutor de la parroquia, don José Gómez, y la otra para unos porteros que ya vivían allí desde hacía años. También se creó el citado hogar parroquial, con su bar incorporado por donde pasaron varios taberneros. La joya de la corona de todo aquel complejo era, sin duda, la nave cubierta que se convirtió en el citado salón de actos usado, entre otros muchos eventos, para representar obras de teatro.
El cine de verano alternaba los rollos de película con el cine del Hogar Parroquial del Zumbacón, por lo que allí no había NODO ni nada por el estilo. Sí podemos asegurar que casi todos los días, poco antes de que empezase la función, por la chimenea del cercano horno de la Golondrina empezaba a salir un humo negro, denso y asfixiante que lo inundaba todo. Pero la verdad es que apenas nos importaba, y se puede decir que aquello parecía que daba hasta más emoción a las películas.
Por su parte, el teatro fue inaugurado en 1959 con la obra 'Ven y sígueme' dirigida por Rafael González que contó con algunos viejos compañeros de aquel famoso cuadro de actores del colegio salesianos como Francisco Montes, Rafael de Toro, Paco Lozano y Antonio Echániz para los principales papeles, junto con animosos jóvenes de la parroquia como Carmelina Liébana, Manuel Urbano, Antonio López e Inocencio Monte en los secundarios. En la música colaboró don Luis Bedmar Encinas y de la tramoya se hizo cargo Isidoro Álvarez.
Tras esta primera obra, que fue un gran éxito, se siguieron representando otras que también tuvieron gran aceptación por la cercanía de sus personajes. También acogió el recinto concursos de saetas y por allí aparecieron desde Luis Chofles a María Zamorano 'La Talegona' con otros buenos cantaores. Igualmente se vio actuar a las Hermanas Muñoz y el ballet de María Caracuel, entre otros.
Pero, al final, todo este inmueble del hogar parroquial con sus instalaciones volvió por impagos a la entidad bancaria (1974). Al parecer no se pagaron ni los intereses de la hipoteca.

Portada del libro de Antón de Montoro
Antón de Montoro 'El ropero poeta'
Antes de desaparecer, aquel prolijo salón-teatro había acogido numerosas conferencias culturales. Una de ellas fue dada por el profesor don Luis Soldevilla Hidalgo (1928-2018), autor de un importante trabajo sobre la 'Córdoba Cristiana del siglo XIII'. Acudió invitado para dar una charla sobre el célebre 'Cancionero de Baena', de Juan Alfonso de Baena. Y, claro está, no tuvo más remedio que citar a Antón de Montoro, 'El Ropero de Córdoba', poeta famoso del siglo XV y que daba nombre a esa calle estrecha, tortuosa y permanentemente embarrada situada a continuación del hogar parroquial de San Lorenzo.
Sinceramente, hasta ese día nunca nos pudimos imaginar que el tal Antón de Montoro fuese un poeta, y además reconocido en toda Castilla, pues para muchos de los que llegamos a conocer aquella calle que se nos antojaba como perdida y abandonada en el Cerro de la Golondrina, este Antón debería de haber sido, piconero, arriero o algún trabajador rural del campo.
A raíz de aquella conferencia pudimos saber que lo que conocemos de Antón de Montoro (1404-1484) se desprendía de lo que él mismo expresaba en sus versos o poesías.
Algunos estudiosos le inventaron una biografía algo grandilocuente, pero los estudios más recientes corroboran que se trató de un hombre de origen sencillo, pero que llegó a ser un gran poeta que supo ganarse el favor y la confianza de los que tenían el poder, desde la corte a la nobleza. Existen en su obra bastantes ejemplos de dedicación a la propios Reyes Católicos, así como a otros nobles entre los que destaca don Alonso de Aguilar, hermano del Gran Capitán.
Al final, don Luis Soldevilla Hidalgo, con la amabilidad y la cercanía que siempre le caracterizó, y ante el interés que le mostramos algunos por conocer más sobre Antón de Montoro, nos remitió al libro de antiguo: 'El Cancionero de Antón de Montoro', Editado por Imprenta José Perales y Martínez. Calle de la Cabrera nº 1. Madrid 1900. Recopilado y anotado por don Emilio Cotarelo y Mori. (1857-1936) secretario perpetuo de la Real Academia de la Lengua desde 1913 hasta 1936.
En ese libro aparece con detalle un resumen de sus obras más importantes, distinguiendo que 47 son obras impresas y 109 son obras inéditas.
47 Obras Impresas.- Las 35 publicadas en 1511 en el 'Cancionero General' o en el de Burlas, las cuatro que aparecen impresas en el periódico 'El Trovador, la poesía que aparece publicada en las llamadas 'Rimas de Ochoa', la publicada por el Sr. Marqués de Pidal, las dos publicadas en las obras del Marqués de Santillana, la publicada por el Sr. Paz y Meliá en su versión del 'Cancionero General', y las tres publicadas por el Sr. Menéndez y Pelayo en su Antología. Como obras impresas hacen un total de 47.
109 Obras inéditas.- En un manuscrito 'Cancionero antiguo' Biblioteca del Palacio Real, existen 13 poesías, en otro manuscrito más moderno de la misma Bibliotec, dos poesías; en la Biblioteca Nacional de Paris se han podido hallar, según lo publicado por Ochoa y Mr. A. Morel-Fatio, dos poesías inéditas; y en la Biblioteca Colombina de Sevilla, 11 poesías inéditas. Pero el manuscrito más importante del célebre Ropero es el que se titula 'Cancionero de Pero Guillén de Sevilla', que existió en la Biblioteca de Palacio y que contenían 40 poesías inéditas.
Asistí a aquella conferencia con mi amigo Diego Santiago Laguna, brillante universitario que llegaría a catedrático de la Facultad de Veterinaria, y al terminar dicho acto y en compañía de Isidoro Barneto Blanco, otra persona excepcional, quisieron conocer 'in situ' la calle Antón de Montoro y yo les acompañé. Al final, nos paramos en la tabernilla del Vinagre y allí estaban, quiero recordar, el Bastián, el Pletinas, el Rulo, y el amable Pechete, a los que se les explicó de forma rápida la importancia poética que tenía Antón de Montoro y a continuación alguien exclamó (no lo recuerdo quien), «¡¡Lo que son las cosas. Toda la vida viviendo aquí y no sabíamos que este hombre hasta se mereció un premio Nobel de esos que dan por recitar poesías!!»