Don Juan Novo, con la rondalla de San LorenzoHdad. del Calvario

El portalón de San Lorenzo

Ha muerto el cura que vino de Cantabria

«Sus prácticas religiosas me parecieron siempre intachables y acordes con lo estipulado por la Iglesia, incluso muy severo»

Con cerca de 100 años, el día 8 de este mes de julio de 2025 fallecía don Juan Novo González, el cura Novo como se le conocía en el barrio de San Lorenzo a donde llegó como párroco en un lejano 1954 procedente de Reinosa (Santander). El derecho a la parroquia lo obtuvo ese mismo año en unos exigentes exámenes de los denominados curatos, que fueron los últimos que se celebraron.

Juan Novo era uno de aquellos jóvenes sacerdotes que, a través del mundo del trabajo y su compromiso social, llegaron a Córdoba bajo la llamada del gran obispo Fray Albino Menéndez Raigada, caso parecido al de don Víctor Royuela, Carlos Romero o el padre Zaldúa. Una implicación social, hay que advertir, que lo fue en un sentido plenamente eclesial del término, no lo que entendieron quizás otros curas, que da la impresión de que se volcaron en quitarle a la Iglesia toda la componente religiosa y sobrenatural para acomodarla a las exigencias de la izquierda, dando lugar a que incluso Santiago Carrillo dijese la barbaridad de que era compatible tener el crucifijo en una mano y la hoz y el martillo en la otra.

No era esta, como decimos, la actitud del cura Novo, alejado de toda componenda política. Antes de San Lorenzo había estado en Córdoba trabajando en la fábrica La Porcelana. Instalado en la parroquia, su carácter le llevaba a no limitarse a la mera labor sacerdotal dentro del templo, sino que quiso revolucionar el entorno del barrio acometiendo toda clase de proyectos e ideas.

Fueron decisiones suyas la de montar una Cruz de Mayo en 1955, fundar una Escuela Parroquial en los bajos de su casa, fundar una rondalla con los niños del barrio, levantar un Hogar Parroquial en el Cerro de la Golondrina, que contaba incluso con un grupo de teatro, instó a los jóvenes a que participaran con sus carrozas para las romerías de Santo Domingo y Nuestra Señora de Linares secundado por Ángel Parejas e Isidoro Álvarez, etcétera.

Aparte de proyectos más visibles, el cura ayudó a muchos padres de familia a salir de situaciones complicadas que se daban en aquella época. También en colaboración con don Eduardo Font de Dios, el médico de Cañero, montaría un policlínico en donde daba cobertura de asistencia médica y medicinas. También se preocupó del que iba a ser desahuciado por el juzgado.

La casa parroquial

La parte inferior de su casa, la dedicó por entero para la parroquia. Obró un solar atarazana que lindaba con la casa parroquial, y allí hizo dos salones, adaptando uno de ellos para cine de invierno.

En la planta de arriba de la casa parroquial vivía la familia de don Juan Novo, compuesta por sus padres, don Marcelino Novo y doña Victorina González, y sus hermanas Mercedes, Justina, Mari Carmen, Gloria e Inmaculada. Pero, por el carácter de don Juan, su vivienda familiar se convirtió poco más o menos que en una prolongación de los salones parroquiales. Su solería de losetas de 20 por 20 delataba un tableteo constante al paso de tantas personas que entraban y salían a cualquier hora del día del despacho de don Juan. Su familia se quejaba, por no tener la más mínima intimidad que cualquier familia requería, pero allí mandaba quien mandaba, y todas estas servidumbres tenían que ser soportadas por su labor como párroco.

La reforma de la parroquia

Quizás su proyecto más destacado fuera la reforma de la iglesia de San Lorenzo donde, con la perspectiva que da el tiempo, quizás no se hicieron del todo bien las cosas, si bien hay que tener en cuenta que entonces no había ni la protección al patrimonio ni los informes y estudios que deben apoyar en la actualidad cualquier intervención en un monumento por mínima que sea.

El caso es que, asesorado por quien sea, se implicó en 1956 en una reforma completa de la parroquia para dejar al descubierto la piedra medieval y quitarle los añadidos barrocos. Así, aparte de eliminarse los canceles de las puertas, se echaron abajo todas las bóvedas de yeso que cubrían los techos dejando al descubierto el artesonado original de madera. El problema es que este artesonado mudéjar policromado estaba en varios puntos quemado, por lo que se optó por pintar las vigas con un aséptico color oscuro que le quita toda su belleza. Y, lo que es peor, sin ningún cuidado caían los témpanos de escayola desde gran altura. Como resultado, se destrozó la antigua solería de mármol blanco y negro que tuvo que sustituirse.

Otro aspecto contraproducente fue que aquella obra era muy costosa, por lo que se necesitaron muchos fondos para costearla. Sin apoyo de otras instituciones, se buscó el dinero vendiendo antigüedades del patrimonio histórico de la parroquia, como una colección de doce libros corales de tamaño medio, una serie completa de estaciones del Vía Crucis y seguramente otras cosas más.

El retablo, en el altar mayor de San Lorenzo

Diez años después, don Juan Novo se empeñó en acometer otra fase de rehabilitación, que fue en la que se desmontó el retablo del siglo XVIII del altar mayor dejando al descubierto unas antiguas pinturas murales de los siglos XIII y XIV. También se quitó del frontal de la iglesia dos altares en los que estaban la Virgen de los Remedios y el titular de la parroquia, San Lorenzo. Fueron reubicados en mitad de las naves laterales, donde siguen en la actualidad uno con la Virgen de los Remedios y el otro con la Virgen de las Montañas. El retablo del altar mayor, como era mucho más grande, se desmontó y colocó como se pudo en el rincón de la nave de la derecha que dejaba libre la supresión del coro, eliminado después de haberse vendido años antes como chatarra su órgano a fuelle del siglo XVIII. Para pagar estas obras llegaría a rifar un piso que se construyó en calle Cristo esquina con Roelas.

También optó por aislar la iglesia de la casa posterior con la que compartía el pozo, perdiéndose un patio que era desahogo de la sacristía.

Una de las primeras tareas más de «andar por casa» que realizó don Juan Novo fue el tapizado de los reclinatorios de las bancas, muy antiguas e incómodas. Para ello acudió a Margarita Laguna, la cual le recomendó un tapicero de la calle Manchado, Aquel tapizado lo pagó Muebles Reginfo.

Don Juan Novo, con gafas, con el conde de Vallellano y Antonio Cruz Conde. Cruz de Mayo de 1955

Él látigo negro'

Aparte de lo de cura Novo, estaría incompleta toda reseña de don Juan Novo si no se hablase del otro apodo por el que era conocido popularmente. Porque, casi desde primera hora, con su piel algo oscura, su gran altura embebida en una sotana negra, y montado de forma hierática en una bicicleta (creo que de alguna hermana), se le puso el apodo de Látigo Negro, nombre de una película del oeste de esos años que estuvo mucho tiempo en cartelera en el cine Astoria de verano en la que el protagonista era un personaje de fuerte carácter que todo lo resolvía de forma expeditiva con su látigo.

Don Juan Novo demostraba su autoridad constantemente. Apenas dos años después de llegar a San Lorenzo, en 1956, siendo yo monaguillo, en la parroquia se realizó un entierro de lujo de tres capas, como se decía. Lo habitual era que tuviesen como destino el cercano Cementerio de San Rafael, pero éste, por la alta posición social del finado, fue en el de la Salud.

Al terminar el acto en el cementerio los sacerdotes se quitaron sus ropas fúnebres y nos las endosaron a los monaguillos y al sacristán, que era Pepe Bojollo, junto a los ciriales y la cruz parroquial. Allí nos quedamos tan lejos y tan cargados, y fue Pepe Bojollo, el que con buen criterio pensó en coger un taxi que nos trajera a San Lorenzo. Como se pudo, metimos las ropas, ciriales y la propia cruz, en el taxi, que cruzando por el Alcázar Viejo nos trajo enseguida a nuestro barrio.

Pero con la mala fortuna de que paró justo enfrente de la casa de don Juan, en el momento en que éste salía a la calle. Cuando el cura observó que bajábamos del taxi con la cruz desmontada y los ciriales de aquella manera le pareció que aquello era poco más o menos que una profanación y dijo con una voz fuerte y enfadada: «Pepe, no sé cómo ha estado usted para meter la cruz de cualquier forma en un taxi. Vaya usted a la sacristía para soltar las cosas y enseguida se marcha usted a su casa, que queda despedido como sacristán». Hay que indicar que, ya había despedido al primer sacristán, Antonio Ruiz Rubio.

Aquello le costó incluso lágrimas a Pepe Bojollo, siendo de las veces que lo he visto más afectado en toda su larga vida. Su hermana Mariquita Bojollo acudió enseguida a hablar con el cura Novo y éste, al fin, cedió, restando importancia a lo ocurrido. Así pudo seguir Pepe Bojollo de sacristán en San Lorenzo casi sesenta años más.

Bidón de leche en polvo

El reparto de la ayuda americana

No debe olvidarse que en esos años de mediados del XX la Iglesia aún mantenía una gran influencia social sobre la población. Por eso se propiciaron innumerables ocasiones para que don Juan Novo hiciese honor a su apodo de «látigo negro». Por ejemplo, con la ayuda americana que empezó a llegar a nuestro país tras la visita de Eisenhower en 1953. En esa España donde comenzaron a llegar bidones de leche en polvo, queso, mantequilla y carne.

Los monaguillos y otros muchachos de nuestra edad éramos los encargados de ir a recoger estos lotes de ayuda en el camión que nos facilitaba Rafael Ordóñez Barea, que muchas veces lo conducía su nieto Rafael Ordoñez Domingo.

El almacén de donde se recogían estas donaciones se conocía como La Fábrica de la Mica, nave de ladrillo visto que existía en el actual Polígono de Pedroches. Allí se encontraban bajo la atenta custodia de un hombre de mediana estatura con una pata de palo que se alojaba y vivía allí en la misma nave.

De estas ayudas, era don Juan Novo el que disponía lógicamente. Según su conocimiento de los vecinos decidía a quién le correspondía y a quién no. Por eso, más de una vez, cuando se formaba una fila con los vecinos se le pudo oír dirigiéndose a alguien en particular para que lo escuchasen todos: «Usted no necesita esto, por favor quítese de la cola y deje el sitio para otro que lo necesite». Lógicamente, con esta forma de actuar, que además era inapelable, se exponía a que alguna vez que otra se pudiese equivocar, por lo que hay constancia de familias de entonces con las que, según ellas, se portó de forma ejemplar y otras con las que, también según su opinión, no lo hizo. Su madre estuvo muchas veces al quite.

Las hermandades de la parroquia

Con la Hermandad de Ánimas nunca se entendió. En cambio, de alguna forma sí que llegó a tener cierto control sobre la Hermandad del Calvario, poniendo al entusiasta García Ruz ‘Platerito’ como hermano mayor y su padre como tesorero.

Por otro lado, quiso potenciar la devoción a la Virgen de los Remedios montando una nueva Hermandad que consiguió un elevado grupo de hermanos. Como curiosidad, éstos participaban, mediante unas aportaciones mensuales, en una serie de sorteos en combinación con el número de la ONCE. De cobrar estas participaciones o recibos se encargaba un personaje popular, Carlos, de la calle Muñices, muy conocido por su trabajo de lotero y, sobre todo, porque los domingos solía rifar en la localidad de Preferencia del Estadio del Arcángel.

Don Juan Novo, delante de la Virgen de los Remedios

Para popularizar aún más el culto y devoción a esta Virgen, aparte de recuperar la costumbre antigua del Martes y trece, organizó de acuerdo con los vecinos de algunas casas de vecinos el traslado de la imagen para que pernoctase en ellas, quedando éstos pendientes de su adorno y cuidado. Que recuerde la estancia de la Virgen de los Remedios en el horno de los Muñoz Malagón de la calle Luis Valenzuela (Cañero Viejo), fue muy sonada, tanto que el dueño, a raíz de este acto, nombraría a su horno como «Horno de los Remedios».

Otras estancias destacadas fueron en la calle Velasco, en la casa en donde nació el delantero goleador del Córdoba CF. Espejo, o en la calle Abéjar, en la casa de los Puntas. Pero, sin duda, la que rompió moldes fue la que protagonizó en la llamada popularmente como Casa del Tercio por su gran cantidad de vecinos, unos 112. Esta casa, cuyas gentes sencillas eran olvidadas por el resto de Córdoba, estaba situada al final de la Redonda de la Manca en su afluencia con la carretera de Madrid. Aquel honor que se les hacía fue un acto digno de recordar, con todos los vecinos cuidando y dándolo todo por la Virgen bajo las órdenes rotundas de la madre de Angelín, llamada la «alcaldesa pirata», por su pata de palo.

Su pequeño fracaso

El cura Novo siempre tuvo una gran afición por la práctica del futbol y el deporte en general. Con cierta frecuencia acudía al colegio salesiano y en aquellas enormes paredes del desaparecido Patio de los Eucaliptos, se dedicaba a pelotear como uno más.

Pero no paraba ahí la cosa. En 1956, sintiéndose aún joven para jugar, formó junto con su gran amigo Manolo Pérez Trujillo, ‘El Capuchinos’, un equipo con gente del barrio, al que incluso se le unieron algunos jugadores del Atlético San Lorenzo.

Con semejante grupo, confiados en su calidad, se atrevieron a desafiar a los pobres novicios Trinitarios del convento del Jardín del Alpargate. Los escogieron porque los consideraron una presa fácil de doblegar.

El partido se celebró en el patio central del colegio salesiano con Pepe Reus como árbitro. Y, ante la sorpresa de todos, aquellos novicios, que jugaban con sus hábitos recogidos en sus cinturones, los volvieron locos corriendo y con el balón en los pies. Le metieron al equipo del cura Novo un escandaloso resultado de 12 a 1, y aquello fue un revés algo serio para quien se creía que podía con todo.

Aquello se puede decir que acabó con la prometedora carrera futbolística de don Juan Novo, pero no disminuyó ni un ápice su afición. Una vez secularizado, trasmitió a sus hijos varones la pasión por el balón, los cuales llegaron a destacar en el fútbol modesto cordobés e incluso a nivel nacional.

Su retirada como sacerdote (1971)

En el tiempo que conocí a don Juan Novo, como sacerdote sus prácticas religiosas me parecieron siempre intachables y acordes con lo estipulado por la Iglesia, incluso muy severo, llamando enseguida la atención a la gente que charlaba dentro del templo o iba vestida de forma poco decorosa. Luego será la gente la que opine lo que quiera.

La taberna de Los Perros era como la oveja negra de San Lorenzo, pues no solían frecuentarla los vecinos del barrio y sí otros del resto de Córdoba a los que le gustaba el juego y las apuestas que allí se practicaba y donde se movían cantidades de dinero.

Por eso, un día del año 1971 le extrañó al tabernero Pepe Laguna la presencia en su taberna de don Juan Novo González. Aún más le llamó la atención que fuera a reunirse con don Evelio, el pastor protestante de la Iglesia Bautista situada justo enfrente de la taberna. Se reunieron de forma discreta en el cuarto que se denominaba Ganador por el póster de tabaco que tenía en el frontal de su entrada.

La taberna Los Perros

Lo que hablasen concretamente el cura de San Lorenzo y el pastor protestante nadie lo supo con certeza, pero por los comentarios que luego haría don Evelio al tabernero sí se pudo saber que, enterados de que don Juan Novo pensaba secularizarse, quisieron hablar con él para ofrecerle la posibilidad de unirse a su Iglesia Bautista en la que el matrimonio no era obstáculo. Pero que don Juan Novo les contestó de forma rotunda, que su idea no era abandonar a la Iglesia Católica.

Abandonado el sacerdocio, la vida privada de este hombre siguió otros derroteros, que yo no conozco. Simplemente puedo añadir como anécdota que, nada más marcharse de la parroquia, se quedó a su cargo el coadjutor, nada menos que don Francisco Aguilera, el cura Paco. Al llegar su primer Martes y trece de la Virgen de los Remedios lo primero que hizo fue ordenar a un sorprendido Pepe Bojollo que ese día la iglesia permaneciese cerrada todo el día, pues él entendía que todo eso de la Virgen era «pura superstición» y quería acabar con aquello.

Recuerdo la tensión que se respiró en los aledaños del portalón y la postura inflexible de este cura, que en algunos momentos, y de forma desafiante, permaneció en el frontal de la iglesia rodeado de algunos «progresistas» afines que le daban como escolta y apoyo. Ya he contado en un artículo cómo la tensión iba a degenerar en un nuevo motín de San Lorenzo. Hasta el punto que una de las mujeres de edad del barrio, Antonia Aguilera, de la calle Roelas número 8, cogió al cura por las solapas de la chaqueta y le dijo: «O abre usted la puerta o le pego una patada en los coj... Deje que la gente haga lo que crea conveniente; si están equivocados, peor para ellos, pero usted nunca puede cerrar la iglesia». Alguien debió de llamar por teléfono al obispado, y sería don Juan Jurado, que ocupaba la sede vacante del obispo, quien ordenó que se abriera la iglesia.