Vista aérea del Colegio Salesianos

El portalón de San Lorenzo

125 años del Colegio Salesianos, siempre con Córdoba

«Esos niños tampoco iban al catecismo en la iglesia de San Lorenzo: es que no sabían ni leer»

Si importante fue el acto cultural celebrado en el Círculo de la Amistad para celebrar los 125 años del Colegio Salesianos en Córdoba, acto que contó con la presencia del cardenal salesiano don Ángel Fernández Artime, no menos significativo fue el precioso pasacalles de todos los alumnos de todas las etapas educativas del cole hacia al Ayuntamiento de Córdoba, mostrando así patente el agradecimiento a la Corporación Municipal, que fue uno de los primeros bienhechores del Colegio, con una subvención anual fija, destacando de forma especial los años de don José Cruz Conde como alcalde. Así, con este entrañable sabor a «Patio de Colegio», que tanto le gustaba a Don Bosco, los más pequeños iban tocados con su bonete y dieron una vuelta festiva por las calles del barrio de San Lorenzo para arriba.

Participantes en el desfile los 125 años de presencia salesiana en Córdoba

Cuando todo empezó, justo al iniciarse el siglo XX, el barrio de San Lorenzo tenía unas 6.000 almas, lo que suponía un gran aumento en relación a lo que había hacía 50 años. A pesar de este aumento no cabe duda de que el barrio había vivido mejores tiempos en cuanto al nivel de vida y estatus de sus moradores. Nada que ver de cuando era un barrio con poca densidad de población en el que vivió unos años Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en la casas de los Cárdenas que con el tiempo se convertirían en el recordado convento de Santa María de Gracia, o cuando se levantó la magnífica torre renacentista obra de Hernán Ruiz II. En esos principios del XX era un barrio donde los vecinos, muchos de ellos llegados en aluvión desde los pueblos, se hacinaban alrededor del patio de aquellas casas de vecinos, sin las mínimas comodidades, y en donde los trabajos eran un tanto precarios.

Sin duda, esta realidad del barrio la conocía bien su párroco, don Mariano Amaya Castellanos, que en sus padrones y registros eclesiásticos (anuales, y de una gran precisión en datos) podía apreciar que gran parte de los numerosísimos chiquillos del barrio, ya de por sí desnutridos, eran casi analfabetos, pues no asistían regularmente a las pequeñas y poco dotadas escuelas del entorno. Por supuesto, esos niños tampoco iban a las prácticas del catecismo que se solían impartir en la iglesia de San Lorenzo: es que no sabían ni leer. Ello daba lugar a un barrio donde en la mayoría de las casas no existían horizontes culturales de superación: se estaba abajo en la sociedad y sin perspectivas de salir de allí.

Así que ese lamentable estado de cosas lo percibió, seguramente con amargura, don Mariano Amaya, que «removió Roma con Santiago» para intentar resolver aquel problema sin dar al principio con la solución. Pero un afortunado día le hablaron de la obra de un tal Don Bosco y sus Oratorios Festivos Salesianos, en los que a los niños se les procuraba una formación educativa adecuada combinada con la alegría de los juegos y un profundo sentido religioso. Aquel movimiento exitoso que venía desde Italia, y que ya había dado el salto a España, quizás podría ser la solución. Tenía que verlo, así que don Mariano se desplazó a Écija para comprobar cómo funcionaba un Oratorio Salesiano que los salesianos habían instalado hacía pocos años en la ciudad vecina de la provincia de Sevilla. Lo que vio en aquel viaje le encantó y lo comentaría con sus colaboradores.

Los pilares del proyecto

Don Mariano Amaya transmitió enseguida al obispo de Córdoba de entonces, don José Pozuelo Herrero, cuál era su inquietud, su idea y su pretensión. Probablemente sería el mismo obispo, o alguien de su entorno, quien le diese el contacto del superior de los Padres Salesianos en Andalucía, don Pedro Ricaldone, director del Colegio de la Trinidad de Sevilla. Así que con este padre salesiano mantuvo don Mariano Amaya un intercambio epistolar, e incluso lo llegó a visitar en su colegio. Pedro Ricaldone, además, lo puso en contacto con don Felipe María Rinaldi, responsable de los salesianos en España, que se encontraba en las pioneras Escuelas de Sarriá en Barcelona. También le facilitó el contacto del Superior de la Congregación Salesiana, el padre (Miguel) Rúa, primer sucesor de Don Bosco.

La compra de la casa

Para que esta gran idea se pudiese llevar a efecto lo primero era contar con unas instalaciones adecuadas, que dado el carácter que solían dar a la enseñanza los salesianos, con especial énfasis en los deportes y los juegos al aire libre, tendrían que ser amplias. En aquellos años no era difícil encontrar amplios solares de este tipo en San Lorenzo, y así se dio con una casa-huerta (la número 168 de la calle Mayor), dedicada también a teneduría, que estaba en venta.

Esta casa-huerta, además de su amplio solar, tenía una gran ventaja, y es que contaba con una gran riqueza de agua al circular por ella dos considerables veneros, uno de agua muy fría y otro, más abundante, de agua normal. Parecían proceder de la calle Álvar Rodríguez (y quizás, más allá, desde el Huerto de Cobos y la Fuensantilla).

Así se explica que en la acera de enfrente, en la misma calle Mayor, hubo una fábrica de hielo industrial que también aprovechó esta agua fría. A este respecto nos contaba muchos años después Andrés, el que fuera cocinero del colegio (1960-1978), que las verduras necesarias para la cocina las sumergía en aquel pozo de agua fría metidas en una enorme canasta para su conservación, mejor que en una nevera.

Patio de la casa de lo que fue la Neveria

El hombre providencial

Además de la riqueza del agua, para levantar el colegio surgió también la necesaria riqueza de corazón de un sacerdote de Hinojosa del Duque, don Francisco Romero Bolloqui. Advertido del proyecto por unos y por otros, decidió hacer uso de la herencia que había recibido de sus padres, y entregó 15.000 pesetas para que se pagase el importe de 14.750 pesetas (59.000 reales) que se pedían por la casa.

Gracias a la aportación de este benefactor se compró la casa y se extendieron las escrituras en la notaría de don Sebastián Pedraza y Cabrera. La propiedad se registró a nombre de don Felipe Rinaldi y Brezzi (tercer sucesor de Don Bosco), don Ernesto Oberti y Porta, don José de Calasanz Marqués, don Emilio Nogués Cabrer y don Antonio Marcolungo Lanserotto. Hay que aclarar que la propiedad de la casa se registró de esta manera, a título individual, para evitar lo que en su día hiciera el ‘amigo’ Mendizábal con las expropiaciones de los bienes de la Iglesia.

El importe de las escrituras, que ascendía a la respetable cifra de 739 pesetas con 65 céntimos, fue abonado por don Mariano Amaya.

Los primeros habitantes y las obras

Las obras que se llevaron a cabo para adaptar aquella casa-huerta como colegio importaron 19.000 pesetas, lo que, de nuevo, suponía un dineral. Pero no hubo problema porque fueron abonadas, otra vez, por don Francisco Romero Bolloqui, un hombre al que, sinceramente, creo que se le debería dar mayor relieve para hacer justicia de su gran obra benéfica.

Al fin, con las dependencias iniciales ya construidas por donde hoy se encuentra el bar de los Antiguos Alumnos, las primeras personas al frente del colegio fueron don Juan Castellanos, presbítero y director, y don Gregorio María Ferro, presbítero, y segundo director tras el anterior. Como acólitos o clérigos les acompañaban Antonio Montero y Francisco Pérez. Entre los seglares, Cayetano Vela, como profesor; Manuel Torres, como cocinero, y Francisco González y Francisco Ariza, como hortelanos para la extensa parte del solar dedicada a huerta con la que se abastecería la comunidad. Empezaban los ciento veinticinco años de presencia salesiana en Córdoba.

La inauguración

La inauguración oficial del colegio tuvo lugar el 1 de diciembre de 1901 con toda la solemnidad que le suelen dar los salesianos a todos sus eventos, incluida una banda de cornetas y tambores de las Escuelas Salesianas de Sarriá de Barcelona.

Hubo representaciones oficiales de la ciudad, con el alcalde, don Juan Aparicio, al frente. La mayor parte de la ceremonia religiosa tuvo lugar en la cercana iglesia de San Lorenzo. Desde Sevilla vino don Pedro Ricaldone, y acompañaron al acto el Claustro de Profesores del Seminario Conciliar San Pelagio, representantes de la Comunidad de Curas Párrocos de la ciudad, así como representantes de Congregaciones Religiosas. Quien no asistió fue don Francisco Romero Bolloqui, el gran benefactor que, siguiendo el mandamiento evangélico sobre la discreción en las buenas obras, no quiso protagonismo ninguno.

El Colegio que nos encontramos

Cuando accedí por primera vez al colegio salesiano en aquel lejano año de 1952, procedente de las Escuelas de San Andrés, lo hice a través del llamado Patio de los Eucaliptos, por el cual, con toda seguridad, habrían pasado también mis tíos maternos Rafael y Antonio Recio Ruiz; mi padre, José Estévez Milla, y mi suegro, José María Peña, pertenecientes todos a las primerísimas promociones del colegio. Entraba tras los pasos de mis hermanos mayores, Gabriel, José y Rafael, y tantas y tantas personas que me antecedieron. Luego, ya por el llamado Patio Verde, con la nueva configuración del colegio desde finales de los años 70, entraron en el colegio mis hijos Manuel, José Carlos, Rafael, Beatriz (tras su paso en la EGB por Jesús Nazareno) y Alberto, y ahora es el turno para mis nietos Alicia, Mario, Mateo y Olivia, que continúan en la senda familiar.

Cada alumno que ha pasado por los salesianos tiene sus recuerdos particulares. En mi caso siempre recordaré a aquellos profesores que tuve la suerte de compartir y, cómo no, aquel «corro pedagógico» que nos hacían superarnos a nosotros mismos. En ese «corro» destacaron compañeros cono Pérez Amaro, Cabello Camuñas, Rafael Ojeda, Antonio Fernández, Revuelto Dugo, José María Campos, Linares Salido, Roberto Otero, Sánchez Rodríguez, Rafael Navajas, y tantos y tantos de los que ya uno no se puede acordar. Y entre los maestros, en el sentido literal del término, a don Ramón, don Juan López, don Emilio Jurado, don Inés Muñoz y por supuesto a don José María Izquierdo, que fue un lujo tenerlo como profesor.

Además de por sus altas capacidades con las matemáticas, sobre todo con el álgebra, don José María Izquierdo era conocido por todos porque organizaba aquel imborrable Oratorio de Verano, dejando quizás de lado su gran pasión por los números para entregarse en cuerpo y alma «al patio» siguiendo el sello inconfundible de Don Bosco. Aquellos Oratorios se hicieron famosos en Córdoba y allí solía acudir abundante chiquillería de toda la ciudad. En esos días de las vacaciones se les impartían conocimientos de Urbanidad, Sagrada Escritura y temas apropiados para formarse como personas de provecho. Y después de aquel tiempo dedicado al aprendizaje estallaba la eclosión en todos los campos de los que disponía el colegio. El fútbol era la pasión de todos aquellos niños y se organizaban grandes campeonatos entre equipos improvisados. Como acto final se celebraba un partido «de los mayores», donde competían los mejores equipos aficionados de Córdoba como el Santiago, El Locomotora, La Verdad, San José Obrero, El Andaluz, Ciudad Jardín, Amparo, Los Once Valientes, Cañero o Huerta la Reina. Sin temor a equivocarnos, todo el que jugó y destacó esos años jugando al futbol modesto en Córdoba pasó por este Oratorio. Los aficionados de más de setenta años pueden dar fe de ello.

Don José María falleció en el colegio salesiano de Linares en 1984 a la temprana edad de 62 años, Desde 2002 sus restos mortales descansan en la cripta que existe debajo del altar mayor de la iglesia de María Auxiliadora de Córdoba.

Una formación de alumnos en el patio de los Eucaliptos del Colegio Salesianos (1950)

El Patio de los Eucaliptos

Este recordado lugar del colegio salesiano de Córdoba, ya desaparecido hace muchos años, formó parte de lo primitivo que se inauguró en 1901. El nombre popular se le adjudicó por los ocho espléndidos eucaliptos originales que lo orillaban de forma paralela a la calle Mayor de San Lorenzo. Era el patio de los llamados «gratuitos».

En ese patio, además de disfrutar jugando en aquellos recreos, sobre todo al fútbol, hacíamos cola junto a la puerta del Teatro del colegio (hoy Teatro Avanti) intercambiando tebeos antes de entrar a la función de cine que nos echaban todos los domingos. También recuerdo cuando llegaba la festividad de Todos los Santos y en ese patio te aprestabas a coger las castañas que arrojaban desde lo alto de la azotea don José Bocio y don Rogelio, y más tarde otros colaboradores en esta simpática tradición ya desaparecida. Otro detalle era que en la proximidad de las fiestas de la Navidad todos los alumnos que lo deseaban solían acudir con una botella vacía y la colocaban en la fila de su clase que se formaba. Allí te echaban un litro de aceite, y alrededor encontrabas igualmente una cajita de mantecados, una barra de turrón, algunas legumbres u otras cosas más que fuesen comestibles. Incluso, a los más necesitados, se les facilitaba ropa e incluso aquellas camisetas de «pelo» que se decían. Porque a aquellos salesianos nunca se los olvidó dónde estaban y quiénes eran sus chiquillos necesitados.

También en este patio llegamos a participar en las espléndidas tómbolas que se montaban como culminación del Oratorio, en las que a todos los participantes nos cambiaban los sellos de asistencia a dicho Oratorio por papeletas para participar. Afortunadamente, esta simpática tradición de las tómbolas se mantiene aún en las Fiestas de María Auxiliadora.

En este Patio de los Eucaliptos, en fin, además de dar acceso al teatro estuvo el Hogar de los Antiguos Alumnos, que sería atendido por Pareja, Basilio, El Cordobés y Manuel Calvo, respectivamente. También se ubicaba el Círculo Domingo Savio (DOSA), donde la juventud disfrutaba de juegos respetables, como el ajedrez, damas, billar y ping pong. En aquellos tiempos su responsable era uno de los hermanos Repullo, al que le sucedió Pedro Navarro. A cargo de la sala de juegos estaba un tal Palma, de la calle Juan Palo.

El actual Patio Verde del colegio. Al fondo, la torre de San Lorenzo

El Patio Verde

Finalmente, en los años 70, en tiempos como director de don Narciso Núñez, el colegio experimentaría una gran transformación. Casi la mitad de su solar, la parte más oriental que llegaba hasta Ronda de la Manca, se vendió y al poco fue urbanizada. Desapareció la gran huerta de los salesianos, así como diferentes pabellones (restos de los huecos de sus puertas se pueden ver aún hoy en la muralla de la calle El Cisne) y patios como el añorado de los Eucaliptos que, paradójicamente, pocos años antes de su fin y con don Felipe Acosta como responsable del Centro Juvenil del Colegio, fue remodelado con unas pistas de cemento polideportivas.

Tras este profundo cambio en la fisonomía del colegio llegaría al poco la época del incombustible salesiano don Francisco María Valiente como director de la EGB, ya con el actual Patio Verde, que Kiko Pastor, Rafael Cano y José Luis Gallardo convirtieron en un aula deportiva abierta prácticamente todos los días y a todas las horas.

Entre los deportes allí practicados es justo reconocer la labor de Alfonso Guerrero Gomáriz, ‘El Gordo’, ‘alma mater’ de aquella gran hornada en los 80 y 90 de jugadores, entrenadores y hasta árbitros de baloncesto que se pasaban por allí, bien por ser alumnos del colegio, bien porque la fama de aquel patio los llamaba: Jesús Lázaro, ‘Hugo’ Martín, Jesús Calero, Valentín Priego, Rafa Sanz, Rafa Gomáriz, y muchos más que siento no poder recordar. Ahí daba sus primeros pasos Antonio Conde Ruiz, el árbitro internacional que pitó la final de los últimos Juegos Olímpicos. Hasta el pionero Abilio Antolín se pasó por esa mítica pista de baloncesto.

Tampoco se puede olvidar, que de ese patio surgió el Maratón María Auxiliadora que se suele celebrar todos los años desde entonces. Y qué decir de aquellos espléndidos maratones de fútbol sala que organizaban el amigo Chaparrito y Rafael Medina.

Deportes aparte, ese Patio Verde fue a principios de los 80 un escenario espectacular e irrepetible donde nada menos que Camarón de la Isla, Fosforito, El Lebrijano, Paco de Lucía, Chiquetete, Antonio de Patrocinio y otros flamencos más, participaron en tres o cuatro festivales donde mostraron su arte y elocuencia artística. Camarón sólo participó en el primero de ellos, pero aún recuerdo la que se montó en la calle, pues hasta se falsificaron entradas.

Para no ser menos a principios de los ochenta se fundaría cerca del Bar de los Antiguos alumnos la Peña Flamenca, el incansable Paco Castelló en unión de Pedro Rojas, pudieron contemplar como surgía el arte a la guitarra de José Antonio Rodríguez Muñoz.

El comedor

Para concluir, quisiera referir una anécdota que muestra el ambiente de ese colegio y la labor desinteresada de los benefactores que siguieron la senda de don Francisco Romero Bolloqui.

Don Ginés Muñoz era un salesiano un experto en temas «de magia», como decía él, y entre esa magia estaba la de apuntar religiosamente a los chiquillos del comedor de los gratuitos, instaurado en los tiempos de don José María Doblado como director durante los tiempos duros de la República (1935-36).

Este comedor se sustentó desde un principio con las donaciones de los Cooperadores, y por eso quiero destacar a uno muy especial, don Baldomero Moreno Espino, que había sido antiguo alumno del colegio. El empresario le dijo al director de entonces, don Francisco Javier Montero: «Que la comida del comedor de los niños gratuitos sea la misma que la de los internos del colegio. Todos los meses le firmaré un talón bancario en blanco para que usted le ponga el importe».

Sin embargo, esa gente vengativa y envidiosa de siempre, a este empresario que incluso llegó a poner en su fábrica un comedor para sus trabajadores al precio de cinco pesetas, (y algunos ni siquiera las pagaban) llegaron a ponerle el mote de Bandolero Moderno.