La puerta del SagrarioPatricio Ruiz

Domingo de Cristo Rey del Universo

«Así lo vivieron los mártires al mirar a sus verdugos a los ojos, perdonándolos y sabiendo que su etapa aquí terminaba»

Queridos hermanos míos:
Culminamos el tiempo ordinario con esta solemnidad de Cristo Rey del Universo, de la misma forma que el final de los tiempos culminará cuando el Señor vuelva de los cielos, pero no ya como un niño pequeño, débil y dependiente, sino como Juez de vivos y de muertos, para dar a cada uno según sus obras. Y ya no habrá muerte ni llanto ni dolor, sino paz y alegría eternas, para los que vivieron con Cristo y para Él, de la misma manera que será el llanto y el reclinar de dientes para los que le negaron y despreciaron tanto a Él como al prójimo.
David fue ungido Rey de Israel en la primera lectura del profeta Samuel de este domingo, de la misma manera que Cristo fue ungido por Dios Padre para reinar sobre toda la humanidad. Y es que Dios, aunque no le queramos, sigue siendo Dios; pero nosotros sin Dios somos los hombres más desdichados, porque habremos perdido el norte de esta vida y la belleza de la misma. David era, un precursor de Cristo, de hecho el Mesías había de nacer en la ciudad de David, o sea, Belén de Judá, la más pequeña y de la que nacerían un rey para Israel, cuyo reinado sería limitado y el Rey del Universo, cuyo cetro no podrá ser arrebatado por nadie, aunque muchos quisieran.
«Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino», fue la noble y humilde petición de aquel malhechor crucificado con Cristo, mientras el resto de la muchedumbre y el otro ladrón se dedicaban a insultar al Mesías. Y ese fue su último robo: le sacó al Señor la gloria del Paraíso. Ojalá nosotros, seamos capaces de alcanzar la humildad y arrepentimiento de Dimas, para ganar el cielo a base de levantarnos después de cada caída, porque para tener a Cristo como Rey, hemos de tener a la coherencia como reina.
Así lo vivieron los mártires al mirar a sus verdugos a los ojos, perdonándolos y sabiendo que su etapa aquí terminaba, para comenzar la eterna, reinando con el Señor de sus vidas y de la nuestra, si le dejamos entrar y le proclamamos, no el Rey de los judíos, sino el único ante el cual clavamos rodilla y corazón ¡Viva Cristo Rey!