El rodadero de los lobosJesús Cabrera

La tercera España

Sólo se defiende ella sola porque la desconfianza le llega desde un lado y desde otro

No sé si tendrá éxito o no ese nuevo invento político que se ha dado en llamar La Tercera España y que aglutina a algunos de los que algún día formaron parte de las filas de UPyD o Ciudadanos, dos formaciones que ilusionaron en sus inicios pero que languidecieron cuando afloraron los personalismos que tanto echan a perder todo lo que tocan.

El concepto de la tercera España no es nada nuevo y agrupa a todos aquellos que no están ni con unos ni con otros. No son, ni mucho menos, los de la equidistancia canguelona que hace esfuerzos hercúleos por no mojarse ni aquellos que carecen de criterio y de libertad para desenvolverse por la vida. Sí son, en cambio, aquellos que deciden hacer las cosas de otra manera, con alto espíritu crítico y con valentía para estar al margen de los rediles de pensamiento pastueño.

Lo de la tercera España nunca ha tenido aquí buena imagen. Sólo se defiende ella sola porque la desconfianza le llega desde un lado y desde otro. Esto le da un barniz de heroísmo en esta España cainita que no hay que desdeñar ni que pasar por alto.

Ahora ponen en marcha una tercera España organizada y militante, cuando la mejor de todas fue la de la generación que sufrió la guerra civil. En aquel momento, de forma totalmente espontánea surgió este grupo que sin renunciar a sus planteamientos fue víctima de unos y de otros, aunque después alguno de los bandos intentara apropiárselos.

Luis CernudaGTRES

Es el caso del novelista Arturo Barea, autor de ‘La forja de un rebelde’, socialista hasta las trancas, fundador de un partido socialista en el Reino Unido durante su exilio. En el Madrid de la guerra civil trabajó en el edificio de Telefónica de la Gran Vía controlando -y censurando- las informaciones telegráficas que los corresponsales extranjeros enviaban a sus respectivos países. Un día, el totalitarismo dio una vuelta de tuerca más y el PCE tomó por las bravas el poder. Barea no temió su despido, sino por su propia vida. Y se fue corriendo al extranjero abominando del Frente Popular.

El bueno de Juan Ramón Jiménez pensaba que nada malo le podía pasar hasta que un día en la calle Serrano un miliciano armado le metió la mano en la boca para ver si llevaba un diente de oro. Salió tan de prisa que se dejó atrás su magnífica biblioteca que luego el franquismo no la respetó.

Luis Cernuda, por su parte, salió de España después de que en Valencia, en esos días sede del Gobierno de la República, unos milicianos encarcelaran a su amigo Vitín Cortezo, el genial escenógrafo, acusado de ser homosexual. A los pocos días ya estaba en el extranjero el poeta sevillano.

Son sólo víctimas de un bando, lo sé. También las hubo en el otro y quien mejor lo reflejó fue Manuel Chaves Nogales, donde en ‘A sangre y fuego’ cuenta lo que pasó en un lado y en otro. Esto le valió el desprecio de unos y otros, pero con el tiempo ha llegado su reconocimiento -no por todos, eso sí- y ahora se le respeta y se le admira. Chaves Nogales es el ejemplo más plástico de lo que es la tercera España, esa misma a la que ahora quieren dar forma de partido político. Veremos.