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El relato frente a la realidad

Actualizada 05:00

Uno de los aspectos más llamativos de días como el de ayer, 25 N, es que debatir sobre la denominada violencia contra las mujeres se ha convertido en una afrenta ante lo que se nos presenta como un dogma laico de fe, valga la expresión. Y cuando se institucionaliza un asunto importante como éste, se impone una única visión y además se fomenta toda una industria jurídica (y política) en torno a la violencia contra las mujeres, lo que ocurre es que no solo las cifras no bajan, sino que el problema parece ir a más. El relato oficial nos presenta una sociedad machista y criminal, cuando, afortunadamente, la mayoría de los hombres no son maltratadores a pesar de ese torticero relato. Un relato que por cierto no recoge, como tampoco lo hacen la mayoría de los medios informativos, los sucesos cuando los agresores o la manada en cuestión pertenecen a razas o nacionalidades determinadas, o cuando las víctimas- generalmente niños- mueren a manos de sus madres, mujeres a la postre. Un relato único pero perverso cuando un gran número de agresores y violadores se han visto en la calle gracias a una ley funesta como la del sí es sí, defendida por el ‘progresista’ gobierno que la ha promulgado, el mismo que ha mirado a otra parte cuando menores tuteladas han sido víctimas de abusos sexuales.

Cuando la realidad es tozuda, los defensores del relato se nos presentan hipócritas y tan intolerantes hacia los denunciantes como los hombres a los que dicen perseguir.

Solo unos pocos se atreven a denunciar este relato y sus consecuencias para la sociedad y saben que cuentan con un coste tremendo de imagen, y conocen que dicha denuncia mediáticamente les fomenta una contrafigura falaz, cuando lo que hacen no es sino advertir el carácter ideológico , parcial y manipulativo del asunto, y proponer una perspectiva más amplia del fenómeno de la violencia para tratar mejor el problema y a más víctimas que la padecen, no solo por su género, sino por su situación de debilidad, como los niños y los ancianos, por ejemplo.

Una realidad teñida por el silencio cómplice de medios y partidos cuando los perfiles y los datos no concuerdan con el relato, un relato que no pretende defender a las mujeres sino imponer una visión única de la vida en la sociedad. Eso queda claro cuando emplean casi la misma violencia que dicen combatir contra el disidente que no les baila el agua.

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