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Una nueva paradoja cordobesa

Actualizada 09:27

Ha pasado casi de soslayo la decisión plenaria, aprobada sin unanimidad política ni social, de poner el nombre de ‘Alcalde Julio Anguita’ a la estación de ferrocarriles de la capital cordobesa. Puede que el hecho de que la estación lleve sin ser nominada desde su inauguración y puesta en funcionamiento en septiembre de 1994 haya creado en los cordobeses un cierto desapego, en ese sentido, hacia una infraestructura que ya se ha convertido en cotidiana para la vida de la gran mayoría de ellos, entre las que se encuentran algunas generaciones que desconocen la importancia de esta instalaciones ferroviarias en la vida de la ciudad que ahora disfrutan. Porque la estación de trenes fue a finales de la década de los 70, en plena Transición y hasta mediados de los 80 uno de esos ‘temas de ciudad’ que paralizó el desarrollo de la misma, alimentó la demagogia como arma para el gobierno municipal de entonces, y acabó enterrada como símbolo de otro de los muchos trenes que Córdoba ha perdido- valga la expresión- precisamente debido a alcaldes como Julio Anguita o Herminio Trigo.

En su magnífico libro «Córdoba insólita» el periodista Francisco Solano Márquez realiza un entrañable recorrido por algunas de las paradojas locales, (las famosas «mentiras cordobesas» como son llamadas popularmente), de los contrasentidos nominativos que, fuera de contexto, invitan al chiste. Así tenemos a la delegación de la ONCE en la plaza de Vista Alegre, al Hogar Renacer de alcohólicos rehabilitados en el barrio de Los Olivos Borrachos, o un cementerio de La Salud. En Córdoba a la calle Claudio Marcelo se le sigue llamando ‘calle Nueva’ (1877-1909) y la Puerta Nueva data de 1569. Solano amplía el recorrido paradójico hacia cuestas como la de Luján, la Espartería o el Bailío, que desmienten la famosa definición de ‘Córdoba la llana’, y a Ciudad Jardín como el barrio con menos zonas verdes.

En otra obra, casi un incunable aunque escrito y publicado en 1986, Carmelo Casaño realiza un recorrido entre lo narrativo y lo periodístico en ‘El libro de la estación’ por las vicisitudes de una infraestructura ferroviaria que pudo construirse casi a mediados de los años 80 y que acabó durmiendo el sueño de los justos. Casaño aporta su conocimiento como miembro de UCD en la Legislatura Constituyente y en la Primera Legislatura, cuando un grupo de diputados cordobeses pelearon para traer una nueva estación y consiguieron un proyecto, a pesar de las vicisitudes económicas, políticas y territoriales (Sevilla también pugnaba) que no se llevó a cabo precisamente por el desprecio hacia el mismo de Julio Anguita y sus corporación municipal. Carmelo Casaño concluye con mucha generosidad y no poca ironía que todo se debía al «urbanismo de izquierdas» que se aplicó en la época, dándole rango de demanda popular a lo que no fue sino demagogia comunista. No obstante, invitamos al lector a visitar las hemerotecas para descubrir más sobre este triste capítulo. Un triste episodio del que interesadamente se ha pasado página pero que supuso no solo un agravio para Córdoba sino una condena en su desarrollo económico y social.

La izquierda, una vez más, hace de la memoria un sayo y trabaja el relato a su favor. Lo malo es que lo consigue casi siempre sin la más mínima oposición. Julio Anguita tiene en su trayectoria hitos destacables como alcalde y como político coherente, pero no se encuentra el de la estación de ferrocarriles, que con su nombramiento ha pasado a convertirse en otra paradoja cordobesa, en una ciudad en la que descansa para la eternidad Góngora y parece ser que, lamentablemente, también para el olvido.

Porque el de don Luis sí que hubiera sido un nombre extraordinario para la estación, como también en su momento se aprobó sin demasiadas ganas, como hemos visto.

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