Política de trincheras
Cuando para alcanzar el poder se suscriben pactos de investidura con formaciones políticas minoritarias, de intereses parciales, heterogéneos y a veces contradictorios, la acción de gobierno, como administración correcta del interés general, queda maltrecha y se limita a hacer inviable que gobiernen otros. Cuando un partido cae en esa tentación deja de ser un partido de Estado que es lo que, en palabras de Felipe González y otros líderes intelectuales de izquierda, le ha pasado al PSOE de Pedro Sánchez.
Así las cosas, el Parlamento se convierte en un toma y daca sin interés ciudadano, abochornado con la pobreza de un debate ayuno de valores democráticos. Para decir que la oposición que realiza el primer partido del país es una oposición destructiva, había que adornar el aserto con el nuevo eslogan que a Sánchez le han escrito sus asesores: la nada y el lodo, pretendida descripción de lo que el equipo de Feijoo representa en el panorama político nacional. Imputaciones ambas inconsistentes y falsas, pues si alguien ha embarrado la política nacional, el primer responsable es quien se ha conjurado con lo más insolidario, sectario y disolvente del mapa político, cediendo a todas sus pretensiones en contra de sus compromisos electorales. Y hablando de naderías, resulta difícilmente digerible que se reduzca a la nada a quien le ha ganado todas las elecciones desde que asumió el liderazgo de la oposición.
Tachar a quien cumple su obligación de controlar al Gobierno diciendo que ejerce una oposición destructiva es puro desconocimiento de cómo funciona una democracia y expresa el malestar, propio de mentes autoritarias, cuando se le piden cuentas sobre su gestión. Tratar al partido más respaldado popularmente con malos modos y mayores descalificaciones, mientras se utiliza guante de seda ante quienes le apoyan pero se burlan continuamente de la nación española y prometen una y otra vez que no se someterán a las leyes que a todos nos obligan, es una de las mayores fechorías que la ciudadanía observa incrédula e indignada. ¿ Qué clase de política constructiva se desprende del permanente desafío a los principios constitucionales que protagonizan quienes sostienen al Gobierno más minoritario de la democracia española ?. Tiene razón Felipe González cuando dice que el PSOE actual no tiene un proyecto para España, mientras resulta patente que la única obsesión de Sánchez es dormir en la Moncloa y viajar en Falcon.
Al sanchismo no le interesa tanto gobernar, porque es difícil satisfacer al mismo tiempo a todos sus socios. Lo único que le interesa es el poder, por ello se esfuerza tan solo en servir de comodín, como gregario disciplinado, de la fracción secesionista ganadora en distintos territorios, con la esperanza de poner en práctica el «do ut des»: yo te dejo gobernar en tu comunidad y tu me dejas ganar la investidura. Lo de gobernar y abordar con solvencia los problemas económicos y sociales es otro cantar que no quita el sueño a nuestro hombre.
La realidad, sin embargo, terminará imponiéndose y los muchos casos de corrupción, que hoy solo asoman la punta del iceberg, serán la puntilla para un Gobierno sin principios, por mucha mediatización que se pretenda desde la Fiscalía General y demás instituciones sometidas al abordaje de un ejecutivo abonado al cortoplacismo de sus propuestas políticas. Por mucho que se ordene silencio sobre las actividades de Begoña Gomez, es imposible silenciar a los muchos que conocen al detalle como trabaja la esposa del presidente y los empresarios a quienes ha ayudado recomendándolos ante las administraciones, al tiempo que ellos correspondían con patrocinios y financiación de sus proyectos. La sospecha de tráfico de influencias y una posible malversación o mal uso de los fondos públicos pende sobre dichas actividades. Y esta realidad no puede contrarrestarse intentando poner en entredicho la trayectoria personal y patrimonial de familiares y amigos de políticos de la oposición, enfangando la comisión sobre corrupción del Congreso de los Diputados. Serán los tribunales los que pongan a cada uno en su sitio, como corresponde en un sistema democrático.
Por lo demás, es triste que la política de un país esté mediatizada por la incertidumbre sobre el contenido de un móvil «hackeado» por Marruecos y por las distintas hipótesis sobre lo que había en unas maletas provenientes de Venezuela. De ambas cosas, por ahora, lo que se deduce son las hipotéticas razones del cambio de política exterior sobre el Sahara y una condescendencia extrema con los intereses de Marruecos, así como el giro hacia una política populista que ha dejado sin razón de ser a podemitas y adláteres. Populismo que chocará con las directrices europeas y atlánticas, por la malversación detectada de fondos europeos y el cumplimiento de los compromisos asumidos en materia de defensa, lo que se hará más patente cuando se vuelva en breve a la disciplina fiscal suspendida por la pandemia.
Cuando la mentira se enseñorea de la acción política y, gracias a ella, se llega a la presidencia de un Gobierno, el campo de la desmesura está abonado y ya no hay límites para violentar la decencia. Hasta para titular una ley se recurre al engaño. La amnistía, la mayor ofensa a la separación de poderes y al principio de igualdad producido en democracia, ha sido adornada con el rimbombante título de «Ley de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña». ¿ De verdad que esta ley normaliza Cataluña ? ¿ No es más bien una ofensa gratuita a quienes creen en una convivencia auténtica donde todos tengan el mismo trato ? ¿ Cumpliran su palabra de volverlo a hacer los secesionistas ? Y es que cuando se ata el porvenir con quienes no respetan las leyes y creen que unos votos legitiman todo, incluso la ruptura del orden constitucional, se embarca a una nación milenaria en el tobogán del populismo demagógico y ventajista propio de políticos oportunistas y ambiciosos. Como el sabio refranero proclama, a Sánchez habría que advertirle sobre ciertas compañías recordándole aquello de «dime con quien andas y te diré quien eres». Entre tanto populista han construido una sociedad belicosa, incapaz de construir consensos, empeñada en un endeudamiento económico insostenible y una fragmentación social inaceptable. Es lo que tiene construir muros y cavar trincheras para dividirnos a los españoles.