El congreso celebrado estos días en Córdoba ha permitido revivir uno de los acontecimientos fundacionales de la historia del cristianismo y de la cultura europea: el Concilio de Nicea. Con más de mil setecientos años de distancia, aquel hito ha sido revisitado no como una reliquia del pasado, sino como un acto vivo de reflexión sobre la unidad, la verdad y el papel de la fe en la sociedad. La Diócesis de Córdoba, con el respaldo del Cabildo Catedral, ha asumido la responsabilidad de situar este evento teológico en el centro del debate contemporáneo, a través de una propuesta que ha combinado la divulgación académica con una profunda dimensión religiosa.

En este contexto ha adquirido especial relevancia la figura del obispo Osio, cordobés y presidente del Concilio de Nicea, cuya estatura intelectual y autoridad moral lo convirtieron en pieza clave de aquella asamblea fundacional. Osio no solo representa una contribución decisiva de Córdoba a la historia del cristianismo, sino también un ejemplo de cómo la sabiduría y la fe pueden confluir en la construcción de consensos que perduran durante siglos.

Lejos de celebrarse en un plano meramente conmemorativo, las jornadas han puesto de relieve la actualidad del mensaje de Nicea: la búsqueda de una comunión que no anula la diversidad, el esfuerzo por articular la fe con razón, y la necesidad de una Iglesia que hable al mundo con claridad sin romper el vínculo con su tradición. Ha sido, además, una oportunidad para volver a mirar a Córdoba como un lugar de encuentro entre historia y trascendencia, donde lo universal se encarna en lo local.

En una época caracterizada por la fragmentación, este congreso ha recordado que el diálogo, la formulación común de las convicciones esenciales y la vocación de unidad siguen siendo tareas urgentes. Que esta semana Córdoba haya servido de plataforma para este recordatorio no es una coincidencia: es una declaración de intenciones sobre la misión de la Iglesia en el presente.