Dedicado a todos aquellos que fueron compañeros del Camino en alguna edición.

En el Camino de Santiago uno se descubre a sí mismo en el encuentro con los demás, con los compañeros de viaje y con otros que tropieza. El tramo correspondiente a 2024 partía de la capital leonesa. Misa y bendición en la Real Colegiata de San Isidoro de León, la que guarda el bellísimo relicario con forma de cáliz, el cáliz de Doña Urraca. Dejando atrás el maravilloso edificio del Hostal de San Marcos, actual parador de turismo, que fuera hospital de peregrinos en la Edad Media, cruzamos el río Bernesga para ir abandonando la ciudad. Siete kilómetros aproximadamente nos separan de la basílica de la Virgen del Camino, patrona del pueblo leonés, actualmente al cuidado de los Padres Dominicos.

Muchos de los pueblos que siguen llevan el nombre de la Virgen o del Camino: Valverde de la Virgen, San Miguel del Camino, San Martín del Camino... Más adelante uno se topa con la belleza de Hospital de Órbigo y el paso por el Puente de Órbigo, que salva el río del mismo nombre, puente del Paso Honroso, en el que Suero de Quiñones retó en el siglo XV a aquel que quisiera cruzarlo. Retazos de la historia que van apareciendo a cada paso. Es día de llegar a Astorga, de visitar su catedral y recrearse en el famoso palacio de Gaudí, arquitecto elegido para realizar el palacio episcopal tras el incendio de otro más antiguo.

Veinte kilómetros más allá se encuentra Rabanal del Camino, población a partir de la cual éste se hace más difícil. Serán más de cinco los empinados kilómetros que nos separan de Foncebadón. En Rabanal nos da la bienvenida personal de la Guardia Civil que acoge a los peregrinos en los diferentes caminos junto a gendarmes franceses que realizan labores de apoyo. Una charla simpática y un sello estampado en la credencial dejan buen sabor de boca antes de afrontar la dura cuesta. No podíamos haber elegido un destino mejor: un lugar tan pequeño como acogedor y del que podríamos sacar varios artículos.

De Foncebadón a Ponferrada, quizá afrontamos la etapa más exigente de cuantas componen el Camino Francés. Pronto se alcanza la Cruz de Ferro, otro de esos lugares icónicos. A partir de aquí y hasta llegar a Molinaseca hay que encarar una fuerte y dificultosa bajada a lo largo de un buen trecho. Llegamos a la comarca del Bierzo. Un mirador nos descubre su primera localidad, El Acebo. Algo después, Riego de Ambrós. Y un poco más abajo, Molinaseca. Se abre ante nuestros ojos un oasis, el río Meruelo, que ofrece la posibilidad de una parada, al menos, para refrescar los pies. Ya ha habido tiempo también de hacer oración ante la imponente talla de la Virgen de las Angustias; pero aún no ha terminado la jornada, faltan algo más de siete kilómetros hasta Ponferrada. Resulta imprescindible emplear la tarde en conocerla, pasearla, admirar el castillo templario y otros lugares de interés.

Villafranca del Bierzo aguarda con una propuesta cultural muy atractiva, Hospitalitas, una exposición organizada por la Fundación Las Edades del Hombre. Estamos en la antesala de Galicia. De aquí a Las Herrerías, un hermoso paraje en el que tomar fuerzas antes de enfrentar el último repecho de unos ocho kilómetros, restan veinte kilómetros más. La Faba da un respiro para permitir una leve toma de aliento y proseguir hasta coronar O Cebreiro. Un gaitero ameniza nuestros últimos pasos. Entretanto, la vista se pierde entre pallozas y sierras; surge el recuerdo inevitable de una figura fundamental del Camino, Elías Valiña, el cura que creó las flechas amarillas y dio un impulso sustancial a esta ruta de peregrinación. El Cebreiro tiene un encanto especial, tiene un halo mágico que lo envuelve y lo hace único. La misa del peregrino, quizá una de las más inolvidables de toda la ruta jacobea, nos despide hasta el año próximo.