Escudos humanos
Los crímenes de lesa humanidad continúan, incluida la erradicación del pueblo cristiano
En los conflictos bélicos resulta constante la deshumanización del contrario, y contamos con ejemplos por centenares. Ya durante el colonialismo europeo, los pueblos conquistados eran definidos como simios o salvajes. Los turcos llamaban parásitos a los cristianos armenios. Los alemanes tachaban de ratas o cerdos a los judíos, incluso los representaban como tales en dibujos y caricaturas. También consideraban infrahombres a los eslavos. Cucarachas o serpientes fueron los tutsis para los hutus. Y así podríamos seguir enumerando todo un bestiario cuyo único objetivo es convertir al rival en una especie de magma uniforme de carácter maléfico, donde no existan individuos, sino una totalidad diabólica en la que no puede encontrarse bien alguno.
Comprobamos estos días la demolición, edificio a edificio, de una ciudad como Gaza, del tamaño de Lucena y en la que vivían dos millones y medio de personas. Tras morir decenas de miles de habitantes, se ha puesto en marcha una especie de campo de concentración en el que se produce una severa hambruna sin que dejen de cesar las muertes constantes de personas civiles completamente indefensas. También, en medio del caos y la destrucción, pudimos aplaudir el valor de la reducida comunidad cristiana, que pese a la situación, los bombardeos y el fallecimiento de muchos de los suyos, continúa de pie, insuflada por una especie de entereza difícil de entender y sin perder la esperanza, tal es la fuerza de su fe. Desde un Occidente ateo y apóstata, actitudes así recuerdan a lo que la civilización antaño cristiana debió ser en otro tiempo. Su valor y sentido del deber producen envidia, pues lo tienen hasta los niños.
En estas circunstancias se está produciendo otro fenómeno de deshumanización, éste mucho más artero y sutil. Los israelíes, exacerbados victimistas desde hace décadas, no llaman ratas, cerdos o cucarachas a los gazatíes, sino que, partiendo del victimismo y para proteger ese subterfugio, denostan el territorio. Ahí entra el concepto de escudo humano.
El escudo humano está y no está. Puede aparecer aquí, allá o acullá. El escudo humano emerge en un punto concreto en un momento dado o se esparce e impregna una zona amplia. Como si fuese un pincel, el escudo humano puede ser un puntito o bien un brochazo. El escudo humano es móvil, indeterminado y difuso. Es un fantasma o una legión de ellos. De esta forma, el lugar queda maldito. Los gazatíes no son babosas, sino que su ciudad es una babosa. A partir de la transformación de un sitio, todo él, en algo inmundo, repleto de escudos humanos, se puede purificar a sus moradores mediante la muerte, el hambre o la expulsión inmisericorde.
El escudo humano es una especie de rata portátil que va rociando la tierra, una destilación maestra del cerdo que ofrece una deshumanización premium. Y este ardid pasivo-agresivo, en el que la culpa recae sobre la víctima, deja incólume a su vez al victimismo israelí. Los crímenes de lesa humanidad continúan, incluida la erradicación del pueblo cristiano, mediante esta artimaña conceptual que ha calado en gran parte de la población de cualquier ideología. «No es que tú seas malo, no es que seas una cucaracha, es que te han hecho cucaracha porque hay escudos humanos en algún sitio de esta tierra maldita, adiós».
Mientras estos artefactos propagandísticos se asientan con normalidad, el mundo asiste a una matanza con luz y taquígrafos. Una más en la historia universal de la infamia.