La denominada Zona de Gran Afluencia Turística (ZGAT) ha sido esta semana motivo de desencuentro entre la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Córdoba. La administración autonómica ha decidido mantener para la capital cinco meses de libre apertura comercial —marzo, abril, mayo, septiembre y octubre—, mientras que el Consistorio defendía restringirlo a abril, mayo, octubre y la Semana Santa, con marzo siempre que esta coincidiera con ese mes. La desavenencia resulta significativa: por un lado, el Ayuntamiento presume de la desestacionalización del turismo, con cifras de visitantes y pernoctaciones récord durante prácticamente todo el año; por otro, niega que septiembre reúna los requisitos suficientes para ser considerado mes de gran afluencia. Una contradicción difícil de sostener.
Más allá del debate político, lo cierto es que la regulación de la ZGAT parece, en gran medida, un esfuerzo inútil por encajar la realidad en un calendario. En una economía abierta, son los consumidores quienes marcan los hábitos de compra y deciden dónde y cuándo adquirir productos. Las administraciones pueden fijar calendarios, pero la realidad es que el comercio ya no se rige por el viejo esquema de horarios rígidos: el cliente manda, y la competencia del comercio electrónico lo confirma.
En este escenario, las quejas tradicionales se repiten. Los pequeños comerciantes ven cómo las grandes superficies, con más recursos y personal, aprovechan la ventaja de abrir en festivos y fines de semana. Los sindicatos advierten de pérdida de derechos laborales. Y, sin embargo, la verdad es que el comercio —como la hostelería, el periodismo o las fuerzas de seguridad— pertenece a esos sectores cuya naturaleza exige horarios distintos y disponibilidad en momentos clave. Negar esa realidad es tanto como negar la propia evolución del consumo.
La solución no pasa ni por subvenciones puntuales, que apenas maquillan la situación, ni por calendarios restrictivos, que solo frenan la adaptación. Si hay que cerrar los lunes por la mañana, por ejemplo, o reorganizar descansos para competir, habrá que hacerlo. Si el comercio quiere sobrevivir, necesita flexibilidad y creatividad, no tutelas administrativas.
En definitiva, el debate sobre la ZGAT revela un dilema de fondo: ¿queremos un comercio vivo, capaz de competir en igualdad frente a Amazon y las grandes cadenas, o un sector ahogado entre limitaciones normativas y ayudas estacionales? La respuesta parece evidente. Porque el comercio, por esencia, es libertad. Y pretender lo contrario es, simplemente, querer ponerle puertas al campo.