La verónicaAdolfo Ariza

La dulce barbarie

Lo que prima y muy por encima es la rapidez frente al esfuerzo. En una sociedad que se autodefine como una sociedad del conocimiento es irónica la tendencia a dar fe a cualquier rumor, reaccionando ante cualquier suceso de manera emocional y violenta

En la dulce barbarie se dice que la educación es obligatoria, pero no es obligatorio estudiar. Nadie, en ningún momento, habrá de preguntarse si la pedagogía del esfuerzo funciona bien en el deporte y en la música, ¿por qué no funcionará también en las demás materias escolares? Si la arcadia se encuentra en «el aprender a aprender» a través de un método basado en el constante fomento de la autonomía, el niño o el joven habrá de construir por sí mismo no solo los conocimientos sino también su propia moral. Todo concurre en un curioso culto a la espontaneidad, a la educación a través del juego y a considerar el hecho de ser joven como un valor en sí. Claro que, en esta dinámica, dónde quedarán la idea de la responsabilidad a nivel individual (¿diluida en el grupo?), la curiosidad o el gusto por el saber.

Clave para esta dulce barbarie es «la lucha contra la selección», aunque esto implique «la desocialización de los jóvenes». Lo cual se consigue dejando de hablar de conocimientos para hablar de competencias y aceptando que las leyes no se cumplan pero hablando, y mucho, de valores. Tal y como propone Ricardo Moreno Castillo, en su Panfleto antipedagógico (Barcelona 2006), al reducir la exigencias se evita «el milagro» del «científico nacido de padres sin instrucción». Aunque no se quiera ver, al final, la nueva pedagogía es negativa para los saberes y para los alumnos de familias de bajo nivel cultural.

Hábitat propio de esta dulce barbarie es la magnificación que los medios hacen de un «un estilo de vida antintelectual». Para ello es vital también una clara ausencia de pudor en el ámbito público y una comunicación basada en el insulto. En este orden de las cosas, ni que decir tiene que no hay cabida para un hipotético rol masculino que se sacrifica para proteger a la familia o al grupo.

También determinante será el llamar investigación a cortar y pegar los resultados de búsqueda de Google y Wikipedia aunque se sepa a ciencia cierta que estas fuentes no son del todo fiables. Lo que prima y muy por encima es la rapidez frente al esfuerzo. En una sociedad que se autodefine como una sociedad del conocimiento es irónica la tendencia a dar fe a cualquier rumor, reaccionando ante cualquier suceso de manera emocional y violenta. Un hipotético programa nos dice que hemos de desplazarnos de lo culto e intelectual a lo espontáneo y lo emocional, lo cual resulta un desescolarización dentro de la escuela, una escuela light. Se trata de ir de una escuela de transmisión a una escuela de comunicación, en la que los alumnos expresen su opinión.

Ahora bien, hay otro campo de datos en el que esta dulce barbarie prosigue su singular irrupción gracias a dos curiosos factores. El primero estaría en la desaparición de la poesía en la escuela y el segundo en la incapacidad del alumnado para interpretar una obra literaria en pos de una presentación de sus propias opiniones e intereses”. Soy consciente de que el argumento puede parecer absolutamente remoto y peregrino. Y, sin embargo, estos dos factores no son sino el reflejo de un claro desprecio al lenguaje y a la lectura como los más primeros instrumentos de aprendizaje. A las pruebas me remito: En la esfera pública se ve hoy una tendencia hacia un lenguaje más intimo e informal y menos diferencias entre una conversación privada y pública; ya hace un tiempo que se se introdujo la costumbre de separar cada vez menos el registro oral del registro escrito y de sospechar más del registro escrito por ser menos espontáneo. En definitiva, se ha pasado a escribir como se habla, con lo cual se ha perdido lo escrito como registro especial.

Entiendo que el dato es discutible pero ya hay que ser obtuso para no admitir que si los jóvenes no adquieren ni vocabulario ni conocimientos sobre el mundo, no pueden formarse una idea personal, crítica, de lo que sucede alrededor de ellos. Por esta vía, la dulce barbarie seguirá produciendo «seres grupales», dirigidos por las emociones, en una sociedad que se autodefine como una sociedad del conocimiento.

Para más señas véase: Inger Enkvist, La buena y la mala educación o el dominio del lenguaje (Madrid 2025).