Berlanga, el segundo por la izquierda de la fila de abajo

Berlanga, el segundo por la izquierda de la fila de abajo

Crónicas Castizas

Luis Berlanga en Santa Bárbara

En el Madrid de la Transición y la Movida aún sobrevivían bares de los de toda la vida. Al caer la tarde la tropa de clientes de la zona se bajaba a un micro bar de la calle Fernando VI

En la plaza de Alonso Martínez, en el bulevar, existía un chamizo, que por no tener no tenía ni servicios, en el que se tiraban cañas a 10 pesetas. Los universitarios y vecinos sin mucho parné del barrio caían por La Concha para mojar el gaznate a buen previo. José, el camarero, tiraba las cañas que era un primor.
A escasos cien metros estaba la cervecería Santa Bárbara. Una cervecería elegante de las de toda la vida en la que solo se vendía cerveza cerveza. La Cervecería Santa Bárbara comenzó sus actividades el 17 de octubre de 1815 en el número 2 de la calle de Hortaleza, fabricando y distribuyendo cerveza. En el año 1900 inauguró su primera cervecería perteneciente a la propia fábrica y, en el mes de abril del año 1947, abrió sus puertas la cervecería La Cruz Blanca en la calle Alcalá n.º 149, en la Casa de las Bolas. Posteriormente abrió otra sucursal dedicada a la distribución en la plaza de Santa Bárbara, que es la que ahora nos interesa.
El precio de la caña y el doble era considerablemente superior a los de La Concha y su calidad incomparablemente mejor. Algunos de los asiduos de La Concha se dejaban caer por Santa Bárbara para darse un homenaje lupulino o para ver si algún padre estaba por allí mojando el bigote, con la aviesa intención de caer sobre él para sacarle algunas rodas y, si estaba generoso, unos boquerones e incluso algunas gambas.
José Luis Amador de los Ríos era uno de los padres rumbosos que paraba con sus amigotes por Santa Bárbara algunos días. Tipo curioso, jugador de rugby en su juventud con el apodo de El Choto por su cuello macizo, con 16 años se había alistado voluntario con su hermano mayor para ir a Rusia con la División Azul. De Rusia volvió José Luis, pero su hermano se quedó en la estepa haciendo guardia bajo los luceros.
A sus hijos Alfonso y Paco, y a sus amigotes, les gustaba pasarse algunos sábados por Santa Bárbara si el bolsillo lo permitía. Si estaba José Luis, se marcaba unas cañas gratis y daba palique a los imberbes con una voz ronca y dura, que gustaba a los jóvenes, pues en aquellos tiempos a ciertos sectores de la juventud eso de haber ido a Rusia a luchar contra el comunismo les parecía una gran cosa. Una de aquellos sábados de bebida gratis se acercó a José Luis el director de cine Berlanga.
–¡Jose Luis, cuanto tiempo sin verte!
José Luis puso cara de pocos amigos. No se levantó ni tendió la mano a Berlanga.
–¿Qué te pasa? Ya no te tratas con los amigos.
–Lo que me pasa es que has hecho unas declaraciones en las que dices que te fuiste obligado a la División. Allí estuvimos juntos y nadie te obligó a nada.
Ambos guripas estuvieron en la compañía del entonces capitán Milans del Bosch. Tipo valiente y algo estirado que, como contaba José Luis, cuando llegaban los polvos para matar los piojos se quedaba con todo el cargamento, pues dado que solo daba para unos pocos días por lo menos alguno de la compañía, él, se libraría de semejantes inquilinos.
Berlanga calló. Detrás estaba Luis Ciges, que también fue a la División, pero para quitarse de en medio y azulear su biografía, pero también voluntario.
–Hombre, José Luis, ya sabes cómo son estas cosas…
–No sé nada, solo sé que allí estuvimos juntos…
Berlanga se dio la vuelta y no se despidieron. José Luis era uno de esos tipos broncos que se vestía por los pies. Berlanga ganó algún premio literario escribiendo en la Hoja de Campaña, periódico interior de la División, una oda a la grandeza de División Azul y a la figura Primo de Rivera.
Hoy cuentan de Berlanga que sus primeras películas, geniales, encubrían una crítica encubierta al Franquismo: Bienvenido, Mister Marshall (1953); Novio a la vista (1954); Calabuch (1956); Los jueves, milagro (1957); Plácido (1961); El verdugo (1963)… No parece. Muerto el Innombrable estuvieron en la resistencia antifranquista. Lo de la Plaza de Oriente era una imagen hecha por ordenador.
José Luis cuando volvió de Rusia dejó al poco su interés por la política, se puso a jugar al rugby y a currar, pues sus cuatro hijos comían como leones, pero sin renunciar a su propia biografía. Su hermano quedó en Rusia y no le gustaba que nadie, sin siquiera sus compañeros de trinchera, falseasen la realidad.
En el Madrid de la Transición y la Movida aún sobrevivían bares de los de toda la vida. Al caer la tarde la tropa de clientes de la zona se bajaba a un micro bar de la calle Fernando VI. El dueño era un antiguo boxear, Tante, Constante Martínez, de Cangas de Narcea, que bregaba con los más movido del barrio. Vendía alcohol a precios módicos. Te daba dos pelotazos, como él decía, en vasos estrechos, pero con una sola Coca Cola u otra bebida gaseosa para los dos whiskys, ginebra, vodka o lo que fuese eso.
Fachada de El Kwait

Fachada de El Kwait

La calidad de la bebida era más que cuestionable, pues, como se puede adivinar, lo caro era el refresco que Tante escatimaba a cambio de poner más beborcio. El Kwai era una buena forma de empezar la juerga cuando se tenían pocas pesetas en el bolsillo, pues Tante vendía alcohol de garrafón a precio de saldo. Con los años el Kwai pasó de los broncas de la estudiantina y los mataos del barrio a la gente moderna que lo descubrió diez años después, y que lo hicieron saltar a la inmortalidad.
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