Habitación de la Concha.
Crónicas castizas
Mercedes, la dama de Cascorro
Cayeron asesinados en masa por las balas del odio un mes de noviembre, masacre que justificaron sus verdugos, por si los rebeldes llegaban a Madrid no les reclutaran como refuerzos a los miles de presos maltratados en cárceles y checas
Mercedes tiene 89 años y ocupa una plaza en un hospital de la Seguridad Social de Madrid, esa que no creó Felipe González, es una veterana de voz clara y grave y envidiable oído fino, con superávit de amigas y déficit de familia. Afín a las largas charlas a la puerta de su casa cuando está sana, las menos, o en la habitación del sanatorio con su vecina de cama cuando está en reparaciones anuales. Su marido, funcionario del Estado, se quedó en el camino, tras una larga enfermedad que la supuso semanas durmiendo y comiendo en el hospital, hasta que ella llegó a apreciar la cocina de la Concha y fue popular entre las enfermeras por su buen carácter, que no dulce ni sumiso. Con su viudedad perdieron lustre las largas temporadas en Peñíscola donde tenían un apartamento «con plaza de aparcamiento que casi vale más, insiste presumida».
Tiene Mercedes residencia en la Plaza de Cascorro desde hace casi un siglo: «Duermo bien porque hay una finca que me aleja de Curtidores donde bulle el escándalo». «El Rastro ya no es lo que era, ahora hay muchas tiendas y pocos puestos». Parece carne de corrala, castiza, sin chulería, con una vitalidad que desmiente su edad. «De vez en cuando paso por la Concha a que me hagan un ajuste, y a seguir tirando».
Describe a la vecina de habitación, con quien ha hecho migas, desde la cama de al lado, el recuerdo vivo de su padre, que trabajaba en el periódico El Imparcial, uno de los diarios que clausuró por crítico con el Gobierno la democrática Segunda República y del tirón, por no ser portavoz del cuento del Frente Popular, le metieron en la cárcel Modelo sin juicio alguno, y en una masificada celda de allí dio con sus huesos Fausto Palomo López antes de que empezara la guerra civil. Por orden del jefe de seguridad de Madrid, entonces el comunista Santiago Carrillo, el padre de Mercedes y miles de hombres, jóvenes y niños más fueron llevados a Paracuellos del Jarama, donde cayeron asesinados en masa por las balas del odio un mes de noviembre, masacre que justificaron, por si los nacionales llegaban a Madrid no reclutaran como refuerzos a los miles de presos maltratados y torturados en cárceles y checas. Por si acaso los eliminaron a todos. No hubo juicios, ni jueces, ni abogados, solo plomo ardiente. Caminando entre centenares de cadáveres, la madre de Mercedes identificó a su marido por los calcetines, cuenta. El rencor infectó desde entonces a la viuda de Fausto, que veía con frecuencia por el barrio al delator que llevó a su marido a la muerte, pero jamás reveló el nombre a su hija, desamparada, quien ha podido deshacerse del encono, pero no olvida que esa masacre quizás pueda repetirse cuando escucha a quienes predican el ensañamiento y exigen reventar a la derecha, a los diferentes a ellos, haciendo más huérfanos y más viudas.
Todo o casi había sido olvidado cuando le han llamado a Mercedes por si quería recuperar los huesos de su padre que dicen las autoridades, ella no lo cree, que han sido identificados en el osario del Valle de los Caídos: ¡malditos, sean cien veces malditos los que tienen el odio por doctrina y el resultado de todo eso es muerte y dolor!
Mientras tanto, Mercedes seguirá desvelándose por animar a su vecina. Dios se lo pague.