El bosque o selva de Irati en Navarra
Los árboles más bonitos de España para ver en una escapada otoñal
Bosques y ejemplares únicos que pierden y cambian sus hojas despliegan este año una otoñada excepcional y muy colorida tras una primavera especialmente lluviosa
Los japoneses, siempre atentos al espectáculo cambiante de la naturaleza, tienen incluso una palabra para describir el viaje que se emprende solo para contemplar los árboles cuando cambian de color: momijigari, que significa literalmente «la caza de las hojas rojas de otoño». Desde hace más de mil años celebran esa metamorfosis del paisaje con la misma devoción con la que en primavera siguen el sakura, la floración de los cerezos, convertida también en acontecimiento nacional, tal vez más conocida internacionalmente.
Los japoneses tienen una palabra para describir el viaje que se emprende para contemplar los árboles cuando cambian de color: momijigari
Más que un desplazamiento, el momijigari es una ceremonia cuidadosamente planificada, con calendarios que anuncian cuándo las hojas comienzan a tornarse rojas o doradas en cada región. El verbo «cazar» de la expresión proviene de su origen aristocrático: en el Japón clásico, pasear era una costumbre plebeya y los nobles utilizaban la palabra «caza» para describir esas salidas a contemplar el bosque encendido en mil colores.
Bosques brillantes
Castañar de El Tiemblo, en Ávila
Este ritual de contemplación también puede tener su equivalente en España, sin necesidad de desplazarse más de diez mil kilómetros. La abundante lluvia de la pasada primavera, una de las más generosas de la última década según los registros pluviométricos, ha traído una otoñada excepcionalmente colorida. Las copas de los árboles están más densas, los bosques más brillantes y los tonos más vivos en esta época en la que las hojas comienzan a perder sus pigmentos verdes. Hayedos, robledales y castañares de distintas regiones muestran ahora el cambio de estación con una intensidad poco habitual, una transición que este año se aprecia antes y dura más.
En España, los bosques de montaña del norte se transforman antes, y las zonas del centro y del sur lo hacen unas semanas más tarde
En Japón, el fenómeno del momiji avanza de norte a sur y se sigue casi como si fuera un frente meteorológico. Los mapas anuncian cada año la progresión del color, desde la isla de Hokkaido hasta Kioto, conforme las temperaturas descienden. En España, sin embargo, el cambio de color avanza con la altitud más que con la latitud. Los bosques de montaña del norte se transforman antes, y las zonas del centro y del sur lo hacen unas semanas más tarde. En los Pirineos y la Cordillera Cantábrica, los primeros tonos ocres aparecen a finales de septiembre; en la Sierra de Guadarrama y en el Sistema Central, hacia mediados de octubre, y en las sierras del sur, desde Grazalema hasta la Serranía de Ronda, el cambio se retrasa hasta noviembre.
Sucesión de rojos, ocres y dorados
El Abuelo del Castañar de El Tiemblo
Los primeros en transformarse son los hayedos del norte. En Irati, en Navarra, uno de los más extensos de Europa, el paisaje se vuelve una sucesión de rojos, ocres y dorados que tapizan el suelo como una alfombra continua. También en Navarra, el Quinto Real comparte esta misma intensidad de color que parece encender los valles cuando los bosques cambian de piel.
En Ávila, el Castañar de El Tiemblo muestra el esplendor de los castaños centenarios
En la Comunidad de Madrid, el Hayedo de Montejo, el más meridional de Europa, muestra su transición del verde al cobre en un espacio reducido, pero de gran valor ecológico. Más al oeste, en la Montaña Palentina, los robles y los abedules anuncian el fin del verano y el inicio del frío. Y en Rascafría, los prados y los ríos del valle del Lozoya se cubren de un tono ámbar que se refleja en el agua. En Ávila, el Castañar de El Tiemblo muestra el esplendor de los castaños centenarios, con sus hojas doradas y los suelos cubiertos de ese fruto tan característico de esta época del año.
Árboles con nombre propio
Castaño Santo de Istán
Otra forma de experimentar este momijigari a la española es hacerlo a través de los árboles con nombre propio, catalogados como singulares o monumentales por su tamaño, su edad o su historia. España cuenta con más de un millar de estos ejemplares, y cada Comunidad conserva su propio inventario. Entre los que son especialmente interesantes en esta estación, por su transformación de color, destacan algunos que merecen una visita.
Bajo las ramas del Castaño Santo de Istán Fernando El Católico asistió a una misa en 1501
En Rascafría, el roble del Chaparral, de copa amplia y ramas poderosas, cubre el suelo con una alfombra de hojas ocres que anuncian la llegada del frío. En Canencia, el tejo del Sestil del Maíllo, con más de cinco siglos de vida, mantiene su follaje oscuro entre abedules dorados. En Ávila, El Abuelo del Castañar de El Tiemblo, un castaño monumental de más de 500 años, muestra en otoño toda la fuerza de sus troncos retorcidos y el brillo dorado de sus hojas. Más al sur, en la sierra de Málaga, el Castaño Santo de Istán, bajo cuyas ramas Fernando El Católico asistió a una misa en 1501, ofrece un espectáculo único cuando su copa centenaria se cubre de tonos ámbar y bronce.
El poema de Machado
Tejo centenario en un bosque de la Sierra de Guadarrama
En Guadarrama sobrevive uno de los viejos olmos castellanos, junto al Ayuntamiento. Este árbol fue durante siglos habitual en las plazas de los pueblos porque crecía rápido, daba sombra y servía como punto de encuentro. Bajo su copa se conversaba, se cerraban tratos y se celebraban reuniones vecinales. Muchos no sobrevivieron a la grafiosis, la enfermedad que los arrasó en el siglo XX. Es el mismo árbol que cantó Antonio Machado en su poema A un olmo seco. El ejemplar que sorprende al viajero en Guadarrama conserva todavía esa imagen esencial: las hojas amarillas que cada otoño contrastan con el granito gris de la sierra.
El arce de la Silla de Felipe II en San Lorenzo de El Escorial
Patrimonio Nacional mantiene también su propio inventario de árboles notables en jardines y montes históricos como La Granja de San Ildefonso, Aranjuez o El Escorial. La riqueza arbórea de estos lugares se debe al afán de los monarcas ilustrados por reunir especies de los cinco continentes. Concebidos como auténticos laboratorios botánicos, los jardines reales se convirtieron en espacios únicos donde conviven árboles autóctonos con ejemplares foráneos, una mezcla que no se da en ningún otro punto de España.
Secuoyas y arces
Secuoya «La Reina» en los jardines del Palacio de La Granja
En La Granja, las grandes secuoyas plantadas por Carlos III se alzan con su corteza rojiza entre plátanos de sombra y tilos que en otoño viran al dorado. La más famosa es la conocida como La Reina. En Aranjuez, los álamos blancos y los castaños de Indias reflejan sus tonos ocres sobre los canales. Y en San Lorenzo de El Escorial, cerca de la Silla de Felipe II, un arce de Montpellier, pequeño y resistente, de hojas trilobuladas que en otoño se vuelven doradas y rojizas, ofrece cada año una de las estampas más bellas del otoño madrileño: su copa encendida frente a la piedra gris del monasterio.
Paseo por el Centro de educación ambiental Arboreto Luis Ceballos
Quizá Japón sea el país más célebre por su sensibilidad hacia el cambio de las estaciones, pero España fue pionera en el estudio científico de los bosques. Precisamente en El Escorial, a mediados del siglo XIX, se creó la primera Escuela de Ingenieros de Montes de Europa, origen de una tradición forestal que unió conocimiento, conservación y paisaje. En el mismo monte Abantos, especialmente bello en esta época, se encuentra hoy el Arboreto Luis Ceballos, que rinde homenaje al ingeniero y botánico que dedicó su vida a estudiar y proteger la flora española. Se trata de todo un museo vivo de árboles y arbustos, perfecto para quien busque algo más que pisar hojas o contemplar su color: comprender los secretos que guarda esta extraordinaria transformación.