Los cuatro elementos: II el agua

La gente de campo vemos desesperados cómo se consuma la mayor de las atrocidades: el derribo de las presas. Un crimen perpetrado bajo la peregrina excusa de que «los peces remonten los cauces libres de obstáculos»

Embalse de Aznalcóllar, en Sevilla

Embalse de Aznalcóllar, en SevillaEuropa Press

Queridos Incautos: el agua, «incolora, inodora e insípida» obligaban a cantar los maestros en aquellas escuelas, almacenes de sueños y esperanzas de los los años 50.

El agua es vida. El más precioso y el más abundante de los líquidos de la tierra. El segundo es el petróleo. El agua es imprescindible para el desarrollo de las plantas. Y sin plantas no habría vida. Se evapora del mar en forma de vapor y conforma nubes. Éstas son movidas por los vientos, se enfrían y descargan luego en forma de lluvia. Esta lluvia cae al suelo, que ha de estar en especiales condiciones para que empape.

El terreno empapado debajo de la superficie es lo que viene en llamarse el nivel freático. Hasta allí han de descender las raíces de los árboles para sobrevivir. Cuando está muy saturado se forman charcos. Esa humedad del interior del terreno discurre a través de sus capas según sean porosas o impermeables, saliendo a la superficie en forma de fuentes y manantiales. Agua filtrada y purificada por las entrañas de la tierra. Que sube a la superficie por un fenómeno que llamamos capilaridad. Burdamente viene a ser que cuanto más fino es el conducto más sube el agua. Es lo que sucede cuando ponemos un terrón de azúcar sobre una gota de café, o nos secamos con una toalla.

Si la tierra está muy apelmazada por exceso de sequía el agua discurre por la superficie y no penetra. Son las que llamamos 'lluvias pantaneras' un gran porrazo de agua en poco tiempo que el terreno no es capaz de absorber, y que discurren por las hondonadas hacia los ríos y pantanos. Y de ahí al mar. Donde se completa el ciclo al diluirse en la gran masa de agua salada de nuevo.

Cantaba Jorge Manrique, hace ya más de quinientos años:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

A veces las aguas estancadas se emponzoñan. En ellas viven multitud de bacterias que se reproducen a una velocidad vertiginosa. Cuando no son buenas, las más de las veces, están contaminadas por actividad humana. Sobre todo industrial. Hay que tratarlas en procesos industriales mediante grandes depuradoras que limpian el agua separando lo nocivo.

En la naturaleza hay plantas como los juncos el carrizo o el cilantro que filtran. Pero son sobre todo los rayos del sol quienes purifican el agua. Que ha de correr por un cauce para ser potable. «El agua corriente no mata a la gente». Hay fenómenos curiosos. En lima Peru, no llueve nunca. Hay una perpetua nube que llaman «panza de burra» que les proporciona la humedad que necesitan. En nuestro país el agua que tenemos es la que cae del cielo. Y aquí viene el problema.

Estas catástrofes están documentadas en Valencia desde tiempos del Emperador Carlos, y son conocidas más allá de nuestras fronteras

Tenemos el país más seco de Europa con raquíticos ríos que se cargan de agua de lluvias desiguales y sujetas a corta temporada. Tardan en llegar y son generalmente escasas. Pero algunas veces caen en demasía dejando los destrozos que vemos con desoldadora frecuencia. Lo que viene en llamarse desde antiguo la gota fría, que los pedantes contemporáneos rebautizan ridículamente como DANA en un burdo intento de amedrentarnos haciéndonos creer que es una nueva tragedia asociada al «mal comportamiento» de las gentes de hoy.

Estas catástrofes están documentadas en Valencia desde tiempos del Emperador Carlos, y son conocidas más allá de nuestras fronteras; la canción «La gota fría» es curiosamente un vallenato que compuso en 1938 el Colombiano Zuleta en un duelo musical contra otro acordeonista al que odiaba llamado Morales, al que muy incorrectamente insulta, y a quien ridiculiza cuando se retiró del concurso cantando que «Le cayó la gota fía».

La pertinaz sequía como llamó Franco a nuestro perpetua déficit de agua se soluciona solo de una manera: almacenando el agua. Construyendo pantanos.

Ya los árabes y antes los romanos afrontaron ese problema mediante la construcción de presas. Es reseñable una maravillosa presa romana en la provincia de Toledo. Construida por enormes piedras talladas de sillería. Una crecida se llevó los bloques aguas abajo. Muchos siglos después, hacia 1730, los sillares los aprovecharía el aparejador Fabián Cabezas para ampliar la iglesia de santo Tomás en Orgaz, siguiendo el proyecto del gran arquitecto Churriguera. Bajo los auspicios del cardenal de Toledo, el Infante don Luis de Borbon y Farnesio, hijo menor de Felipe V, que se llamaría igual que su malogrado medio hermano mayor. Posteriormente abandonaría la carrera eclesiástica para convertirse en conde de Chinchón, y sería un gran mecenas que apoyó a Goya o Boccherini.

Las presas embalsan agua y son la principal fuente de vida de riqueza y de biodiversidad. El agua se filtra por los microporos del terreno y la humedad resultante trae una rica vegetación que atrae a multitud de de insectos, anfibios, aves y todo tipo de animales terrestres, que acuden a beber.

Actualmente han llegado al poder una pléyade de Atilanos que tienen la más nefasta de las ocurrencias. La gente de campo vemos desesperados cómo se consuma la mayor de las atrocidades: el derribo de las presas. Un crimen perpetrado bajo la peregrina excusa de que «los peces remonten los cauces libres de obstáculos».

Pero almas de cántaro … ¿qué peces van a nadar por ese miserable regato que discurre por el secarral que habéis provocado al derribar la presa, cuando deja de fluir el agua porque ha dejado de llover en nuestro verano interminable?

Desecar es asesinar la vida. Y es un delito no solo de lesa humanidad, sino contra todos los seres vivos. Quienes hayan causado tal exterminio habrán de responder per se y con su patrimonio por vandalismo.

Hay que hacer todo lo contrario. Hay que forzar a que el agua cumpla lo más extensamente su ciclo vital antes de regresar al mar. Para ello es esencial retener el agua en charcas y pozas, con el fin de reducir el estiaje. Para que ese cauce completamente seco a finales de junio, aguante lo más posible en la espera de las ansiadas aguas de septiembre. Y si cae alguna tormenta de verano, que se llene y con un poco de suerte aguante todo el verano.

Es ahí en ese agua donde pueden vivir los peces o los anfibios. Y las aves acuáticas. Y toda la fauna y flora. Y no en el escuchimizado cauce seco del arroyo de temporada.

Además del crimen medioambiental, las presas son fuentes de energía. Los embalses, sobre todo retornables, pueden acumular agua de nuevo para producir energía en momentos puntuales, actuando como baterías. Su destrucción es también un sabotaje contra la producción de energía.

La leyes son imposiciones de gentes que detentan el poder en un tiempo y lugar. Estamos obligados a aceptarlas por el coercitivo aparato del Estado. Pero la lógica y la ley natural nos impiden respetar a quienes las promueven cuando son injustas. Cuando regrese la coherencia habrá que depurar la responsabilidad de estos malhechores, que arrogándose el poder lo han ejercido de forma arbitraria y tiránica sin medir las consecuencias de sus perogrulladas.

Entrevemos los burdos oscuros intereses que hay detrás. Pero en cualquier caso es nuestro deber pedir responsabilidades penales a los causantes de semejante disparate. Ni deben ni pueden quedar impunes los aniquiladores de la biodiversidad. Sea por impericia, o en el peor de los casos, por dolo, estas ocurrencias han de ser inflexiblemente castigadas. Evitando que puedan esconderse entre las bambalinas de escurridizos departamentos, poniendo a los técnicos como barreras.

Cada palo que aguante su vela. Quien se atreva a gobernar no puede gozar de impunidad.

  • El conde de Teba, Jaime Patiño Mitjans, es arquitecto y ganadero