Carreras en julio

No vale de nada empeñarse si los corzos no quieren moverse. Solo cuando el alba y la suerte se alían, se enciende esa luz azul de los momentos únicos. Una corza recorta su silueta sobre un rastrojo, lanza una ladra corta y avanza, expectante. Calma tensa, dedos cruzados y los cinco sentidos alerta a la espera del macho

Corzos en la provincia de Soria.Europa Press

Julio se abre al sol como un anuncio de margarina. Inmensos campos de girasol rotan sus cabezuelas al unísono, obedientes como monaguillos en procesión, al compás del astro que les da nombre. El cielo luce prístino como una sábana nueva, el calor no concede cuartel. Es tiempo de calma y flojera. En el campo, todo parece detenerse: las cosechas se recogen temprano, las herramientas descansan a la sombra y hasta las aves han hecho mutis. El calor obliga al sosiego. Las huertas reclaman agua, la tierra cruje bajo los pies, y en los viejos relojes solares que aún presiden fachadas y plazas, el gnomon alarga su sombra hacia el mediodía. Nada urge. Todo se cuece despacio. Nunca mejor dicho…

Bajo esa aparente parsimonia, ciegas y jadeantes carreras toman montes y perdidos. Al igual que las mil y una flores de la torta del mirasol obedecen al astro, él es también quien decide los tiempos del celo, ondeando la bandera de cuadros al trepidar de escorzos, fintas y carreras.

En julio, los campos ya huelen a rastrojo y polvo caliente. El cereal se ha recogido, y las balas de paja puntean las llanuras como notas de una partitura callada. Es tiempo de trilla, de repasar los márgenes, de reparar maquinaria. El suelo, exhausto, se resquebraja. Solo las malas hierbas y los girasoles aguantan el envite. Aunque los nuevos percherones llevan aire acondicionado, el agricultor repasa los surcos de sol a sol, las ovejas carean, las frutas de hueso maduran en un agro sin pausa.

«Por Santiago y Santa Ana, pintan las uvas y el trigo se desgrana». «En julio, beber y sudar, y el fresco buscar». Refranes de un viejo calendario que explican sin adornos el carácter bifronte del mes: abundancia y agotamiento, cosecha y solana. Los silos se llenan, pero la tierra reclama reposo. «En julio, navaja en puño».

Mientras tanto, el corcero duerme poco y mal. Los madrugones pesan, tras la espera tardía de la víspera. Todo presto una vez más: ropajes repasados, mochila ligera, armas a punto. Pero algo se retuerce cuando el calor no da tregua y la luna lo complica todo.

Julio exige humildad. No vale de nada empeñarse si los corzos no quieren moverse. Solo cuando el alba y la suerte se alían, se enciende esa luz azul de los momentos únicos. Una corza recorta su silueta sobre un rastrojo, lanza una ladra corta y avanza, expectante. Calma tensa, dedos cruzados y los cinco sentidos alerta a la espera del macho.

A pesar del sopor, cuando el verano insiste en apretar y los días aún se estiran generosos, ocurre el milagro. No hay bramidos de berrea, ni chocar de cuernas en violentas algaradas; los harenes brillan por su ausencia. Solo una danza tensa y vibrante, salpicada de llamadas agudas, quejidos y cortas ladras. Carreras, huidas, acechos. Compases propios del pequeño cérvido.

En su útero bicorne, hasta cuatro placentomas podrán albergar embriones de distintos machos

El acoso del macho puede prolongarse durante horas, dejando sobre el terreno inequívocas marcas: sendas trenzadas, hierba apelmazada, «corros de brujas» grabados por cinceles ungulados. El británico Richard Prior, pionero en el estudio y divulgación del comportamiento del corzo, lo denominó «la firma del celo» (rutting ring, en inglés), y lo describe como el más inconfundible de los signos de la pasión veraniega del Capreolus.

Cuando la hembra transige, la cópula es breve, casi fugaz, pero no única. Pueden repetirse varias veces en poco tiempo, con movimientos secos, sin preámbulo ni ternura. El frenesí se prolonga hasta la extenuación, sobre todo el macho, quien a cada paso se va consumiendo, como poseído por un sátiro.

No hubo palabras de amor ni lisonjeras promesas: solo una urgencia biológica cumplida con «precisión hormonal». Tras esa cita breve y febril, el contacto se disuelve sin rastro. Ella no retoma su rutina, sino que sigue buscando nuevos donantes. En su útero bicorne, hasta cuatro placentomas podrán albergar embriones de distintos machos. No es casual, es su estrategia biológica: diversificar el genoma de su descendencia para asegurar el futuro.

Él, en cambio, no se detiene. Persigue, huele, monta, insiste, embiste. La testosterona lo empuja más allá del juicio, lo consume por dentro. Pierde peso, reflejos y cautela. Se vuelve torpe, visible, vulnerable. Es el precio del celo.

Y entre todo ese vértigo, el cazador «reclama» tras una mata o al borde de una siembra, imitando con una hoja de roble o achiperres de comercial eficacia la llamada de la corza. Soplando aquí y allá como un poseso. Cada cual tiene su estilo: hay quien jura que con tres pitidos cortos se trae un corzo desde Burgos; otros les reclaman en perfecto alemán. Pero la gran mayoría espanta más que Abundio. El reclamo es una técnica depurada, casi una ciencia a utilizar con mesura.

Pero no deja de haber algo incongruente. La caza a reclamo aprovecha su momento de máxima vulnerabilidad. El corzo, cegado por el celo, responde al artificio con la guardia baja, «como un yonqui hasta arriba de todo». No sé; a veces me parece como abofetear a un borracho.

Tras el asesinato de Cayo Julio César, el Senado rebautizó a Quintilis, el quinto mes del calendario romano como Julius en su honor, inscribiendo su nombre en el tiempo mismo. No fue un gesto menor. César había reformado el calendario, corrigiendo los desfases del viejo cómputo lunar, sin imaginar que tras una traición quedaría inmortalizado en él. En el Juliano.

En el mes de César; el sol castiga sin tregua, las cosechas enmudecen, los pozos se encogen. Solo el corzo, en su febril ceguera, reafirma su locura entre las sombras menguantes. Y tras él, «el hombre alerta» de Ortega, reclama su animalidad.

Laureano de Las Cuevas es un corcero impenitente y miembro de la JD de la Asociación del Corzo Español