Lo sublime

El público estaba desconcertado. Qué será aquello que supera todo lo anterior… esas cumbres heladas y verticales, esas arenas que marcan la huella del rey de la selva. La brama de un ciervo al otro lado del charco… Entonces iluminé mi cara y les hablé del mayor derroche de energía, adrenalina y afición que supuran mis carnes: el lanceo de jabalí con lanza y caballo

Lo sublime

Aquella prole de ojos nerviosos intentaba exprimir sus inquietudes en pocos segundos. Me vi rodeado de un grupo de sementalillos, sustantivo en el que encasillo a aquellos que están entre la adolescencia y la madurez, zagales de entre diecisiete y veintidós, con las hormonas por los cielos, sangre en las venas y ganas de demostrar arrestos, energía y afición. A veces regreso a esa edad con mi mente. Ese derroche de ganas intenta suplir la falta de experiencia. Qué vida esta.

Me preguntan y me abordan viendo mi muy humilde colección de trofeos. Cuál, cuál es la cacería más icónica del mundo. Aprovecho para que cada uno de ustedes intente responder a esa pregunta. Quedé en silencio unos segundos y todos -sin excepción- callaron para recibir la respuesta; la tenía más que clara.

No pensé en las elevadas cumbres asiáticas, vestidas de nieve, hielos y cortados tras los íbices más hermosos del mundo. Tampoco las aristas tremebundas que cortejan los tures del Cáucaso, ni el techo del mundo llamado el Pamir, ni las estepas mongolas que domina el argali del Altai. Ni siquiera las paredes verticales donde el marjor agota sus miedos. No viajé al África salvaje del desierto del Namib, ni a sus rocas ásperas y desoladas, donde la cebra o el orix colorean con su tozudez aquellas inmensidades. Ni las orillas del Jew Jew en al Kibaoni tanzano, donde el león, el búfalo, el leopardo o el elefante conviven en el más salvaje y desbaratado equilibrio que abunda en todo el continente negro.

No crucé el charco para hablar de la caza de las acuáticas en Gualeguaychú, ni del rececho del ciervo rojo en la cordillera de los Andes, ni el acecho del puma a la huella, ni de los chanchos a cuchillo en el Cangrejal… Tampoco me llevó un arrojo de patriotismo para hablar de la montería tradicional española, una ladra, una pedriza que se desmorona porque una collera de venados va directa a un cortadero. Ni del sobrecogedor agarre de un marrano a punta de acero y con dos alanos por banda. Ni siquiera de partir jaras a lomos de Talibán para dirigir una montería…

Y cuerpo a cuerpo, a pleno galope, acosarle como avispas certeras que intentan darle caza hasta que una lanza certera le parte los escudos en dos…

El público estaba desconcertado. Qué será aquello que supera todo lo anterior… esas cumbres heladas y verticales, esas arenas que marcan la huella del rey de la selva. La brama de un ciervo al otro lado del charco… Entonces iluminé mi cara y les hablé del mayor derroche de energía, adrenalina y afición que supuran mis carnes: el lanceo de jabalí con lanza y caballo. Meter pie en estribo mucho antes del alba. Controlar el aire y memorizar los rincones donde la noche anterior, hasta tarde, dejaste de ver a las numerosas piaras que patean los rastrojos castellanos en superficie plana y extensa. Proteger las cañas del caballo. Revisar el filo de la lanza. Espuelas de combate. Cincha un punto más prieta de lo común. Correr cochinos salvajes sin una alambrada de por medio, a libre querencia y con dos amigos más… Verlos a lo lejos, siempre el grande se queda zaguero, hocico al viento, mirando quién es tan tonto como para retarle en este amanecer donde el amo es él. Cortarle el careo, como lobos, llevarlo hasta lo limpio donde él de nuevo busca airearse y destapar al enemigo que no porta espingarda sino valor. Y cuerpo a cuerpo, a pleno galope, acosarle como avispas certeras que intentan darle caza hasta que una lanza certera le parte los escudos en dos…

Esa es la caza más sublime que han conocido mis carnes. Estaba el anfiteatro boquiabierto. Cochinos a lanza y caballo… Eso suena a medievo. Qué disparate. Se necesita un caballo, una lanza y doble ración de arrestos. Pero ¿quién más puede unir dos pasiones tan antiguas si no es una raña de trigos segada?

Uno de los presentes volvió a preguntar. Increíble, todos de acuerdo. Pero después de lancear un cochino, ¿Cuál es para ti la siguiente experiencia más sublime que un cazador pueda vivir? Sonreí levemente. Tenía clara la respuesta. Después de lancear un cochino a caballo, lo más sublime que puedes hacer después será… ¡Lancear otro!

Lolo De Juan es gestor agropecuario