Ilustración extraída de 'El libro de la caza', de Gaston PhoebuseEl libro de la caza', de Gaston Phoebuse

Atavismo, significa el retorno a comportamientos primitivos que estuvieron muy presentes en nuestros antepasados. Un instinto atávico es, por tanto, una conducta heredada del pasado que puede permanecer latente en los seres humanos. En concreto, el instinto atávico de caza sería la tendencia natural a rastrear, acechar, perseguir e intentar poseer una presa, que fueron conductas esenciales para la supervivencia de los humanos prehistóricos.

Desde los orígenes, cazar era una necesidad vital para obtener alimento, pieles y herramientas. La caza desarrolló capacidades como la paciencia, la observación, la estrategia, el sufrimiento en el ejercicio cinegético y la cooperación entre los humanos. Con el paso del tiempo, estas conductas quedaron grabadas en el cerebro relacionándolo con la supervivencia y las emociones.

Por eso, en la actualidad, muchas personas experimentan satisfacción en el hecho cinegético y aunque la mayoría de las sociedades ya no necesitan cazar para sobrevivir, el instinto sigue vigente y se manifiesta a través de la práctica de la caza.

Ilustración de cazaEl libro de la caza', de Gaston Phoebuse

Se estima que en un periodo anterior comprendido entre hace 30.000 y 15.000 años, los lobos comenzaron a acercarse a los campamentos humanos en busca de restos de comida. Esos hombres notaron que algunos eran menos agresivos y más dóciles, y empezaron a convivir y colaborar con ellos. De esa relación nació el perro (Canis familiaris), el primer animal domesticado.

Los perros aportaban al ser humano su olfato, velocidad y resistencia, útiles para rastrear y perseguir presas. A cambio, recibían protección, alimento y compañía. Esta cooperación aumentó las posibilidades de éxito en la caza y favoreció la supervivencia de ambos.

Desde los orígenes, la caza con perros se muestra como una de las formas más antiguas de cooperación entre el ser humano y un animal. En la prehistoria, los perros ayudaban a rastrear y acorralar animales grandes, como ciervos, jabalíes o bisontes. En la Antigüedad, civilizaciones como la egipcia, la griega y la romana ya usaban razas seleccionadas para la caza. Durante la Edad Media, la caza con perros se convirtió en una actividad noble y simbólica de poder, especialmente con mastines, sabuesos y lebreles. En la época moderna, se perfeccionaron las razas según su función: perros de rastro, perros de muestra, perros cobradores y perros para el ejercicio de la montería. Hoy, la caza con perros está regulada por leyes de bienestar animal y conservación. En muchos lugares se practica manteniendo las tradiciones que durante generaciones buscaron la seguridad en su práctica y el éxito en el resultado.

Ilustración cazaEl libro de la caza', de Gaston Phoebuse

La caza con perros exhibe uno de los más sólidos vínculos que puedan existir entre el ser humano y animal alguno. Es aquí donde los rehaleros protagonizan una sublime relación entre el hombre y sus perros. Una conexión para la vida y la caza juntos, donde ambos pueden desarrollar unos de sus principales motivos de existencia.

El colectivo rehalero es uno de los reductos en el que se practica una caza más pura y generosa. Una caza auténtica, sin atajos y ausente de ansiedad por matar. El rehalero y sus perros entran en el monte a encontrar los cochinos y los venados para conducirlos hacia los pasos y que sean cazados por otros. Su arma es la calidad de sus perros: su olfato, su tesón y valentía. Su disparo, es la ladra de la rehala. El lance lo culmina un montero haciendo con ello mejores a los perros. Su satisfacción es la alegría de sus perros reflejada en sus rostros desde la mañana temprano cuando se montaron en el camión. También el reconocimiento externo si fuera merecido.

La del rehalero es una caza desprovista de ventajas, además de una acción realizada para otros. A las mujeres y hombres rehaleros nos llena la vida el monte cerrado con nuestros perros haciendo la labor para la que han nacido. Actuando como les dicta su instinto atávico. Haciendo aquello que les apasiona. Sacando afuera lo que llevan dentro. Su instinto. Esa es nuestra forma de cazar. El colectivo rehalero es un reducto de autenticidad cinegética, esfuerzo y sacrificio, siempre desde el infinito amor a nuestros perros y el inquebrantable compromiso de cuidarlos y defenderlos. Todos los días del año. Toda la vida.

Las ilustraciones que acompañan este artículo son del libro de Gaston Phoebus y muestran claramente la ensambladura entre el hombre y los perros de caza en la montería.

El libro de la caza fue escrito por Gaston Phoebus; Gaston III, conde de Foix y Béarn en el sur de Francia, (Pirineos franceses). Escribió su Libro de la Caza, entre los años 1387-1389. «El códice desarrolla el tema cinegético de manera pedagógica para un buen aprendizaje. Indica cómo tratar con los animales salvajes, su comportamiento y su biología; asimismo, da instrucciones precisas a los cazadores en cuanto al entrenamiento, razas y características de los perros…» Está considerado como uno de los mejores tratados medievales sobre el tema.