Se necesitan cazadores responsables

La sierra y los sopiés escupen tiros y tiros. Las detonaciones no paran a lo largo de la mañana. Hay visos de que el plantel que nos espera refleje un día exitoso de caza

Trofeos de caza en una casaCedida

Cazo en fincas abiertas. Cazo en terrenos desnudos de mallas cinegéticas. Cazo en cotos con suspense, en los que un día se aloja la fauna bravía y, al otro, son solares estériles donde no hay ni un rabo salvaje que los habite.

En absoluto estoy en contra de las fincas cerradas, ¡ole por ellas y por la gran gestión que se realiza en muchas de esas propiedades! Si cazo en abierto no es por un tema exclusivo de romanticismo y pureza, afirmarlo sería una mentira grande porque sé, que si me sobraran los cuartos, acudiría más a ese tipo de monterías pero, mientras no me toque la lotería cazar en abierto es mi tablero de juego y feliz estoy de ello.

Nadie puede negarme que abatir un gran verraco o un ciervo con más de una docena de puntas, en un campo cuyo perímetro no está acotado por vallas de 220 cm de altura es una alegría, donde los trofeos son escasos por varios motivos: uno por el mal uso de los térmicos, que se convierten en instrumentos malignos en manos de canallas y desaprensivos ocultos en la oscuridad de la noche, y el otro, por la mala praxis de algunos cazadores.

La razón de estas líneas no es otra que poner sobre el tapete mi parecer sobre la práctica de la actividad cinegética cuando la modalidad a realizar se lleva a cabo entre jaras y acebuches, con rehalas y perreros ojeando el monte y armadas y posturas cubriendo la mancha. Un parecer que no se impone, ni pretende dar lecciones de moral y ética.

Se inicia la jornada con palabras precisas y claras del capitán de montería. Monteros y acompañantes escuchan con atención: «Cupo de dos venados por puesto y dos ciervas de gestión, jabalí sin numerus clausus». Aunque sea una finca en abierto el cupo tiene sentido, repartir más la caza y no hacer una escabechina en algunas posturas querenciosas donde puedes abatir una manita de reses con cuernos antes de la suelta.

La sierra y los sopiés escupen tiros y tiros. Las detonaciones no paran a lo largo de la mañana. Hay visos de que el plantel que nos espera refleje un día exitoso de caza. Con el rifle en su funda, los trastos recogidos nos dirigimos a la comida. Los remolques empiezan a llegar. Lo previsto se convierte en realidad. Ochenta ciervos y número similar de hembras son depositados en la pista de hormigón. Los cochinos no me interesan a la hora de compartir con ustedes esta opinión.

El taxidermista acude pronto a precintar aquellos animales que van a decorar las casas, las cocheras o los guadarneses de los afortunados. Marca y marca, empero no la totalidad. Conversando con él más tarde, cuando ya el personal ha apurado su última copa y ha dado la última calada al puro de la sobremesa poniendo rumbo a sus casas u hoteles, comentamos que hay más de dos docenas de cabezas armadas sin que nadie las haya reclamado.

Pasan los años y cada vez lo entiendo menos: ¿Por qué matas un venado si no te interesa su trofeo?

No lo entiendo. Pasan los años y cada vez lo entiendo menos: ¿Por qué matas un venado si no te interesa su trofeo? No me hables de que es una cabra o un chivo, me parece una falta de respeto a la especie y al arte cinegético. Háblame de lances, aunque el trofeo sea pequeño. La caza no es matar y si ese venado que cruza por tu campo de tiro no le das la importancia que merece, déjalo pasar, seguro que a otro cazador le hace ilusión abatirlo y, si no es así, será la cosecha para la siguiente temporada. No le lances un trallazo y lo envíes al inframundo sin valorarlo. Nos quejamos de que se le da mucha «caña» a las fincas en abierto y que los ciervos son pequeños. Tiramos balones fuera culpando a los organizadores de las monterías, lavándonos las manos como Pilatos sacudiendo de nuestros cuerpos toda responsabilidad… A lo mejor hay que golpearnos el pecho y proclamar el mea culpa… ¡Ahí lo dejo!

Y qué decir de los «feministas»: «Yo es que no tiro ciervas, me dan pena». No comprendo esa lástima. No entiendo que, porque no luzca candelabros, testículos y verga, te cueste apretar el gatillo. La cierva te parece débil y el macho merecedor del castigo. Eso sí, algunos no tiran las hembras, abaten dos venados y los dejan olvidados sobre esa alfombra de cemento donde reposan sus cadáveres. Es importante el descaste de hembras, hay que gestionar las fincas y, a veces, aunque no sea lo ideal, la única forma es reducir su población el día de la montería. Pelotas de trescientas ciervas cruzan las llanas; pelotas infinitas donde ver un cuerno es un milagro; pelotas donde no hay equilibrio y el sexo femenino es abrumador. Hembras que comen igual que los machos. Superpoblación de las féminas que perjudica a la buena alimentación de la masa. Y luego pedimos trofeos grandes y nos quejamos que es por falta de comida (aspecto que habría que discutir porque ¿qué valor le das a la genética?).

Hay una máxima que me acompaña como cazadora: si mato un venado que he tirado libremente no lo dejo en el abandono. Tengo trofeos pequeños que cuando recuerdo su lance se me sigue desbocando el corazón y tengo cornamentas de categoría colgadas en la pared de mi casa que no consiguieron alterar mis pulsaciones. Obviamente me gusta cazar animales con empaque y buenas defensas. Me encanta, pero no es lo prioritario.

  • Cristina Clemares Pérez-Tabernero es ganadera y cazadora. Tiene el premio Jaime de Foxá de periodismo venatorio