Vista del castillo que forjó la leyenda del Cid
El pueblo soriano con 26 habitantes que alberga el imponente castillo que forjó la leyenda del Cid Campeador
Estratégico, imponente y decisivo: el la fortaleza soriana fue escenario de tensiones, lealtades divididas y reflejo del complicado ascenso de Rodrigo Díaz de Vivar en la Castilla del siglo XI
En lo alto de un cerro rocoso que domina el Duero y el pequeño pueblo soriano de Gormaz, de 26 habitantes, se extiende la silueta de una de las fortalezas más impresionantes de la Edad Media: el Castillo de Gormaz. Con más de un kilómetro de perímetro, sus murallas robustas y torres almenadas no solo deslumbran por su magnitud, sino también por su carga histórica. Fue en este lugar donde convergieron, simbólicamente y en ocasiones de forma directa, los intereses militares, políticos y personales de uno de los personajes más legendarios del medievo: Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
El castillo, de origen califal, fue construido en el siglo X bajo el mandato del califa cordobés Alhakén II para controlar la línea del Duero y frenar el avance cristiano. Su función no era únicamente defensiva: representaba la presencia musulmana en la zona, una frontera viva y peligrosa donde se libraron numerosas escaramuzas. En este contexto fronterizo se formó y forjó la leyenda del Cid, un caballero al servicio de Castilla cuyo destino estuvo íntimamente ligado al equilibrio de poder entre moros y cristianos.
Aunque Rodrigo Díaz de Vivar no tomó Gormaz al asalto –el castillo ya había pasado a manos cristianas en el año 1087, tras varias alternancias de control–, su biografía no puede desligarse del enclave. El castillo pertenecía al reino de Castilla, pero estaba gobernado por importantes tenentes, entre ellos García Ordóñez, uno de los principales rivales políticos del Cid. Este hecho es clave para comprender la relación de Rodrigo Díaz con Gormaz, no como bastión propio, sino como símbolo de las disputas de poder que marcaron su vida.
Arco de entrada del castillo de Gormar
La figura del Cid ha sido tratada muchas veces como la de un héroe al margen de la política, pero la realidad fue mucho más compleja. Tras la muerte del Rey Sancho II y la ascensión al trono de Alfonso VI, Rodrigo Díaz sufrió un progresivo deterioro de su posición en la corte. Entre los muchos desencuentros, destaca la campaña de Zaragoza en 1079, donde el Cid actuó como protector del rey taifa de la ciudad, en contra de los intereses de otros nobles castellanos. En esa misma campaña, se enfrentó directamente a García Ordóñez, el entonces tenente de Gormaz, a quien derrotó y capturó, aumentando así las tensiones en la corte y alimentando el resentimiento que acabaría por provocarle el destierro.
Gormaz, en ese sentido, no es solo una fortaleza en la frontera, sino un testigo mudo del conflicto interno entre los linajes de la nobleza castellana y del ascenso y caída del Cid como figura de poder. Rodrigo Díaz no gobernó Gormaz, pero su historia quedó inscrita en los ecos de sus murallas. La pugna con García Ordóñez refleja la lucha por el control de espacios clave como este castillo, que no solo aseguraban el dominio territorial, sino también el prestigio y la cercanía al Rey.
Hoy, el visitante que asciende al castillo puede contemplar la extensión del Duero, las colinas suaves de la Soria más histórica y sentir la presencia de un pasado en tensión constante. El Cid Campeador, que cabalgó entre la fidelidad y la rebeldía, entre el servicio al rey y la autonomía bélica, tuvo en Gormaz uno de los escenarios indirectos de su destino. No todas las batallas se libran con espadas; algunas, como las que se tejieron en torno a esta fortaleza, fueron de intrigas, rivalidades y lealtades disputadas.
Muralla defensiva del castillo
Según la ruta histórica del Camino del Cid, difundida por el Ayuntamiento de San Esteban de Gormaz, fue precisamente por esta zona donde Rodrigo Díaz partió hacia el exilio. En otoño del año 1081, tras ser desterrado por Alfonso VI, el Cid abandonó Castilla con un reducido grupo de hombres. En su travesía hacia tierras del levante peninsular, cruzó por San Esteban de Gormaz y por los alrededores del castillo, un lugar que simbolizaba la frontera entre lo conocido y lo incierto. En esta etapa, el Cid fue sumando nuevos caballeros y soldados a su causa, consolidando así su fama como líder militar autónomo y carismático. Y como cierre a su historia, finalmente, el Cid fue alcaide de esta plaza como posiblemente lo fue también de Langa y Berlanga.
La ruta del destierro, que hoy puede recorrerse siguiendo el trazado del Camino del Cid, permite entender mejor la dimensión épica y humana del personaje. Al pasar por Gormaz, no solo abandonaba su tierra, sino que daba inicio a una transformación: de caballero vasallo del Rey a caudillo independiente, al servicio primero de señores musulmanes y luego como conquistador de Valencia.
El castillo de Gormaz, por tanto, no es solo una joya arquitectónica de la España medieval, sino una clave para entender las fisuras del poder en una época convulsa. En sus muros resuenan aún las decisiones que marcaron el destino del Cid y, con él, el de Castilla.