La Santa de Lusio vuelve a la iglesia tras el incendio que ha arrasado el pueblo
Incendios
La Virgen de Lusio que se libró de las llamas
Por las montañas del Bierzo, donde los incendios han devorado la memoria de generaciones, un gesto íntimo se ha convertido en símbolo de resistencia
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Las campanas de Santa María se callaron de golpe cuando las llamas treparon por las laderas y cercaron el pueblo. Era el avance brutal del incendio forestal de Gestoso, surgido en la frontera con Orense, que llegó como un ejército imparable. El viento empujó la lengua de fuego hacia Lusio, una aldea que apenas sumaba ya unas pocas casas habitadas.
Los vecinos fueron desalojados con urgencia. Helicópteros y brigadas trataban de frenar un frente descontrolado, pero el fuego se propagaba con violencia. «No ha quedado nada, no queda una casa en pie», resumió después, con crudeza, un hombre que regresaba entre cenizas.
El coraje de una vecina
Entre la confusión, una mujer tomó una decisión que alteraría la memoria del desastre. Se llama Susana. Hija y nieta de lusianos, vio cómo el fuego se acercaba a la iglesia de Santa María. Allí, desde hace siglos, preside la vida comunitaria una Virgen morena del siglo XVIII.
Susana carga con la Virgen
Cuando todos huían, ella entró. «No podía dejarla allí. Hemos rezado a sus pies desde niños. Sería como abandonar a una madre», explicaría más tarde. Cubierta con un pañuelo mojado, levantó la talla de madera y la sacó en brazos como quien rescata a una criatura.
Susana lleva a la Virgen de Lusio a un lugar seguro
La imagen fue guardada en una de las pocas casas que resistieron el fuego. Minutos después, el campanario crujía bajo las llamas.
Un pueblo arrasado
Lusio quedó reducido a ruinas. La casa de los abuelos de Susana, donde aún vivía Toñín, uno de los últimos habitantes permanentes, desapareció entre cenizas. Otros vecinos vieron también cómo se deshacían sus hogares, con recuerdos familiares y enseres convertidos en polvo negro.
Unas treinta personas habitaban este pueblo leonés de casas de piedra, huertas y pura naturaleza
El paisaje tras el fuego era dantesco: paredes calcinadas, tejados hundidos, animales muertos en los prados y un silencio espeso que recordaba a una zona de guerra. «Es como si te arrancaran la memoria», lamentaba un anciano al ver su pueblo irreconocible.
Susana coloca a la Virgen de Lusio en su lugar
Tres días después, cuando el humo aún flotaba en el aire, la Virgen volvió a ocupar su lugar en el altar. Fue un acto sencillo pero cargado de emoción. Los vecinos se acercaron desde los pueblos de alrededor, algunos con la esperanza de poder regresar a sus casas. Entre lágrimas, dejaron flores.
La Santa de Lusio vuelve a la iglesia tras el incendio que ha arrasado el pueblo
La iglesia se mantenía en pie, como si de un milagro se tratase. Las llamas tampoco afectaron al cementerio anexo. «El milagro no fue divino, fue el esfuerzo de la gente», insiste Susana, que desde hacía unas semanas, habían desbrozado los alrededores de la ermita.
El reproche y la esperanza
La indignación también prendió entre las brasas. «Si ves que no llegas, pide ayuda. ¿Y para qué queremos un Ejército?», cuestiona Susana, que reclama más coordinación y recursos para las aldeas olvidadas del Bierzo. El incendio de Gestoso puso de manifiesto la fragilidad de un territorio envejecido, con pocos vecinos y escasas manos para defenderse.
Imagen del pueblo de Lusio, en el municipio berciano de Oencia, en León, que ha quedado arrasado por las llamas
Pero en medio de la rabia, el gesto de salvar a la Virgen se ha convertido en estandarte de resistencia. No se trata solo de religión, sino de identidad. En un pueblo arrasado, esa imagen representa lo poco que queda en pie: la memoria compartida, la pertenencia, el deseo obstinado de seguir existiendo.
Entre cenizas
Hoy Lusio sigue marcado por la devastación. Las casas son ruinas humeantes, los prados son desiertos de ceniza. Pero en el altar de Santa María una vela ilumina el rostro moreno de la Virgen.
La Santa de Lusio vuelve a la iglesia
Y en esa llama frágil, como en el gesto de Susana, late la certeza de que incluso frente al fuego más feroz, siempre queda un rincón donde la vida se empeña en resistir.