El diputado de Vox y editor de 'Un faro en la tempestad', Manuel AcostaG. Altarriba

Entrevista

Del Valle de los Caídos a la sinodalidad: el obispo que fue «faro en la tempestad» sigue de rabiosa actualidad

Manuel Acosta publica un volumen que recoge parte de los textos de José Guerra Campos: «Fue un profeta»

José Guerra Campos es una de las figuras fundamentales en la historia reciente de la Iglesia en España. Soldado, sacerdote, procurador en Cortes, obispo, padre del Concilio Vaticano II… su currículum es abultado y su lista de méritos, extensa, pero el investigador y diputado de Vox en el Parlament de Cataluña Manuel Acosta le añade un renglón más: «Fue un profeta», asegura.

Acosta ha editado el volumen Un faro en la tempestad, que recoge parte de las enseñanzas de Guerra Campos que resuenan hoy con tanta fuerza como cuando se escribieron. Editado por el recién creado sello Páginas contrarrevolucinarias, cuenta con el prólogo del célebre obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla. «Se lo propusimos y quedó subyugado por el personaje», celebra Acosta, que atiende a El Debate para hablar sobre la obra.

El obispo José Guerra Campos murió en 1997. ¿Por qué considera necesario volver a él 28 años después?

–Porque su magisterio es atemporal, como un buen clásico. Su enseñanza nos interpela hoy, y sus escritos son de rabiosa actualidad. Por eso me he decidido a ordenar algunos de sus escritos y presentarlos como un libro. En un momento determinado, los propietarios de su archivo personal –la Fundación Obispo José Guerra Campos– me pidieron que catalogara su fondo documental, y así lo hice, y nos encontramos con un tesoro de valor casi incalculable.

Portada de 'Un faro en la tempestad', editado por Manuel AcostaPáginas Contrarrevolucionarias

¿Cuáles serían las líneas maestras del pensamiento de Guerra Campos?

–En su época todos le reconocían como un pozo de sabiduría, incluso los que se consideraban sus enemigos. Fue uno de los intelectuales más importantes de España en su momento. Entre otras cosas, participó en el Concilio Vaticano II, y vivió también la crisis posterior de la Iglesia universal, que se fundamenta en tergiversar muchas de las conclusiones conciliares. Vio cómo grupos de presión dentro de la misma Iglesia ponían en tela de juicio las verdades de la fe y la moral, y se dedicó en cuerpo y alma a refutar todos esos errores. Por eso se erigió en un faro en la tempestad: de ahí el título del libro.

–Estamos en los días previos a un nuevo cónclave, y por lo que escuchamos alrededor de la elección del próximo Papa, esta tensión de la que habla no se ha apaciguado.

–Por eso digo que es de rabiosa actualidad. Y te puedo poner algunos ejemplos: como secretario de la Conferencia Episcopal Española, en 1972 vivió la llamada «Asamblea Conjunta», que recuerda al Sínodo de la sinodalidad en tanto que se ponía en cuestión todo, desde el celibato eclesiástico al presbiterado femenino. Y en 1973 se empezó a discutir la confesionalidad católica del Estado, un tema sobre el cual Guerra Campos explicaba que el Concilio Vaticano II no variaba la posición de la Iglesia.

También se pronunció muy vehementemente contra la Constitución de 1978.

–En 1976 ya criticaba la Ley para la Reforma Política, y en 1978 advertía de que si se aprobaba aquella Constitución sobrevendrían en España el divorcio, la ley del aborto, la eutanasia, la desvertebración de la patria y la proliferación de conductas que hoy llamaríamos LGTBI, aunque él no lo denomina así. Y todo se cumplió a pies juntillas.

Otro tema en el que fue profético es sobre la polémica actual en torno al Valle de los Caídos. Guerra Campos advertía que si la Iglesia española, de forma acomplejada, olvida el periodo martirial que sufrió entre 1936 y 1939 sobrevendrá una desacralización y una secularización de los templos. No habló directamente del Valle, pero se refería a este caso y a muchos otros.

¿Qué valor cree que tiene leerle «a toro pasado»?

–Leerle hoy sigue siendo profético –los profetas del Antiguo Testamento proclamaban la verdad–, porque nos advierte de lo que podría sobrevenir si los católicos claudicamos y queremos acomodar el Magisterio a las situaciones del mundo. También nos advierte de que si nos dejamos llevar por una legislación fundamentada en el relativismo, sobreviene una desnaturalización de nuestra manera de ser y nuestra historia.

José Guerra Campos con san Juan Pablo IIInfoVaticana

Sin ir más lejos, aquí en Cataluña tenemos las cifras de aborto o eutanasia más altas de toda España, pero el presidente de la Generalitat habla de «humanismo cristiano».

–Es una contradicción patente, un oxímoron. Además, Guerra Campos ya advertía contra esta idea de que la Iglesia debe ser una mera animadora social, una ONG que haga todo lo posible por mejorar las condiciones personales o temporales de la gente, incluso si esto implica suscribir tesis de tipo marxista.

Y recordaba que el papel de la Iglesia no es ese, sino fomentar la comunicación del hombre con Dios a través de Cristo resucitado, alimentar la esperanza viva y trascendente. Todo lo demás es derivado: la caridad, la mejora temporal y material, se produce, pero no invirtiendo los términos.

Fíjate en el subtítulo del libro, «enseñanzas de un obispo contra la infiltración de la secta modernista». Y hablo de modernismo entendido como el intento de interpretar los misterios de la fe desde un punto de vista meramente humano: esto desnaturaliza, porque no tiene en cuenta la sobrenaturalidad.

¿Cómo está siendo la recepción del libro?

–Muy buena. Hace tres semanas que lo hemos presentado, pero está teniendo buena acogida. Ojalá sirva para que los fieles cristianos conozcan su pensamiento, y también los no cristianos. La gente de bien, los patriotas, pueden darse cuenta de que Guerra Campos ya advertía de cuestiones de índole jurídica o política que también iban a derivar en la actual descomposición de nuestra patria.

En este sentido, Guerra Campos habla de que los Estados deben legislar teniendo en cuenta los principios de la ley natural, como el respeto a la vida y la dignidad de las personas. Para que reinen la armonía y la prosperidad, una legislación no puede basarse en el permisivismo absoluto.