El líder de Junts, Carles Puigdemont, durante su mitin en Barcelona el pasado 8 de agosto

El líder de Junts, Carles Puigdemont, durante su mitin en Barcelona el pasado 8 de agostoDavid Zorrakino / Europa Press

Del esperpento de los sombreros de paja a la 'operación Jaula': así fue la segunda fuga de Puigdemont

El 8 de agosto se cumple un año de la espectacular huida del expresident ante las cámaras de televisión y las narices de los Mossos

Hace exactamente un año, el 8 de agosto de 2024, Cataluña fue testigo de una pantomima que dejó en evidencia tanto la irresponsabilidad de un prófugo de la justicia como la incompetencia policial. Carles Puigdemont convirtió su regreso a Barcelona en un espectáculo mediático que humilló a las instituciones y se burló del Estado de Derecho, mientras los Mossos d'Esquadra protagonizaron uno de sus mayores fracasos operativos.

El regreso del «president»

La mañana comenzó con máxima expectación. Decenas de independentistas se congregaron bajo el Arco del Triunfo respondiendo a la llamada de Puigdemont, muchos portando caretas del expresident y esteladas. La incertidumbre era total: ¿Ya estaba en España? ¿Sería detenido? ¿Se suspendería la investidura de Salvador Illa?

A las 8:51 horas apareció la respuesta. Puigdemont surgió escoltado por el presidente del Parlament, Josep Rull, caminando con total normalidad por la calle Trafalgar hasta subir al escenario que sus partidarios habían preparado. Los Mossos, a pesar de la orden de detención europea que pesaba sobre él, permanecieron inmóviles.

«A pesar del daño que nos han querido hacer, he venido hoy aquí para recordarles que aún estamos aquí», proclamó el expresident durante sus cuatro minutos de intervención. «No tenemos derecho a renunciar», añadió antes de concluir con el grito de «¡Viva Cataluña libre!»

La gran farsa de los sombreros

Lo que vino después fue digno de una película de espías de serie B. Cuando Puigdemont finalizó su discurso, su abogado Gonzalo Boye lo agarró del brazo y lo arrastró tras el plafón blanco del escenario. Allí comenzó el espectáculo: el expresident se despojó de su americana, se colocó un sombrero de paja y se confundió entre un grupo de asistentes que, casualmente, llevaban todos el mismo tipo de gorro.

Mientras los medios de comunicación seguían a la comitiva oficial —encabezada por Josep Rull, Laura Borràs y Artur Mas— que se dirigía hacia el Parlament, Puigdemont ya había iniciado su segunda huida. La estrategia de distracción funcionó a la perfección: todos buscaban al fugado entre los dirigentes de Junts, cuando en realidad ya estaba subiendo a un Honda blanco.

El Honda blanco y la persecución a pie

El vehículo no era cualquier coche. Se trataba del Honda de un mosso d'Esquadra que posteriormente sería detenido por colaborar en la fuga. Una mujer lo conducía, con una llamativa silla de ruedas en el asiento del copiloto como parte del disfraz. En el asiento trasero se acomodaron Puigdemont —ya sin el sombrero de paja pero con una gorra deportiva— y Jordi Turull, que también se había puesto una gorra idéntica.

Los mossos que vigilaban la zona se dieron cuenta del engaño, pero ya era demasiado tarde. Solo pudieron correr tras el Honda por las calles de Barcelona en una persecución a pie que rozó el esperpento. En un semáforo estuvieron a apenas diez metros de alcanzar el vehículo, pero el cambio de luz verde permitió que el coche se escabullera definitivamente.

El fracaso de la «operación jaula»

Mientras Salvador Illa comenzaba su discurso de investidura en el Parlament, los Mossos reconocían su estrepitoso fracaso activando la denominada 'Operación Jaula', un dispositivo de nivel tres reservado para situaciones de máxima alerta o la búsqueda de terroristas. Las carreteras de Barcelona y sus alrededores se llenaron de controles policiales que registraban vehículos buscando al expresident.

El dispositivo, que mantuvo colapsado el tráfico durante horas, se reveló tan inútil como desproporcionado. A las cuatro de la tarde, los Mossos lo desactivaron sin haber encontrado ni rastro de Puigdemont. El comisario Eduard Sallent y la comisaria Montserrat Estruch, que esperaban en el único acceso habilitado al parque de la Ciutadella para proceder a la detención, se quedaron con las manos vacías.

72 horas de humillación

Posteriormente, se supo que Puigdemont había permanecido en Barcelona durante toda la jornada, saltando de piso en piso —hasta tres viviendas diferentes— mientras los Mossos lo buscaban por carreteras y peajes. No fue hasta las ocho de la tarde, una vez que Illa ya había sido investido y la 'Operación Jaula' desactivada, cuando el expresident emprendió definitivamente el camino de vuelta a Waterloo.

La investigación posterior reveló que solo dos personas del entorno de Puigdemont conocían todos los detalles del plan: Jordi Turull y Antoni Castella. El hermetismo fue tal que ni siquiera los propios Mossos sabían que llevaba días en Barcelona cuando lo vieron aparecer en el Arco del Triunfo.

Doce meses después, aquella jornada del 8 de agosto sigue siendo recordada como uno de los mayores fracasos policiales de la historia reciente de Cataluña. Los sombreros de paja se convirtieron en el símbolo de una operación que ridiculizó a las instituciones españolas ante todo el mundo.

El caso ha inspirado incluso el libro «La Fugida», de la periodista Mayka Navarro y el detective Paco Marco, que desentraña todos los detalles de aquellas 72 horas que vivieron Puigdemont y su círculo más cercano en territorio catalán.

Un año después, Carles Puigdemont sigue en Waterloo, los Mossos intentan olvidar su bochornoso papel y los sombreros de paja han pasado a formar parte del imaginario independentista como el símbolo de cómo burlar al Estado español... en directo por televisión.

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