Judíos en la sinagoga Maimnides de Barcelona recuerdan a las víctimas del ataque de Hamás

Asistentes en la sinagoga Maimnides de Barcelona recuerdan a las víctimas del ataque de HamásEuropa Press

Cataluña

La denuncia de una madre judía: obligaron a su hija a apoyar una manifestación pro-Palestina bajo «amenazas»

Lo ha explicado Silvia Leida, presidenta de Atid, la Comunidad Judía Masortí de Cataluña, quien denuncia la situación de los judíos, especialmente en Barcelona

Silvia Leida tiene 58, es barcelonesa y es presidenta de Atid, la Comunidad judía Masortí de Cataluña. Asegura que hay un clima de «indignación» y también de «cierto miedo» entre los miembros de la comunidad porque se sienten en el punto de mira, a raíz del conflicto en Oriente Próximo. Estaba deseando de que se llegara a un acuerdo de paz entre Israel y Palestina para, precisamente, dejar de ser el centro de atención. Y es que ha recordado que recientemente, en la ciudad de Barcelona, se ha señalado la casa de una familia judía en el barrio de Vallcarca (pintaron la fachada de la vivienda), pero también ha pasado con una librería en Sant Cugat (Barcelona).

Una escalada de antisemitismo que afecta de lleno a los más vulnerables, como son los niños. De hecho, Leida ha explicado que le llegó la denuncia de una madre, porque su hija, que estudia en un colegio público, fue obligada a firmar un documento de autorización para participar en una huelga estudiantil en apoyo a Palestina, bajo la amenaza de represalias académicas si no lo hacía.

«Decían que era por Palestina, pero están apoyando a Hamás, un grupo terrorista. ¿En serio metemos a los niños en esto? Es gravísimo adoctrinar con odio al otro», ha explicado Silvia, que considera esta situación un ataque a la neutralidad que deben mantener, en este caso, las escuelas.

Pero, más allá de este caso, ha recordado que «nuestros hijos entran al colegio judío cada mañana escoltados por furgonetas de los Mossos de Esquadra, con agentes armados. Ellos preguntan por qué, y sus padres les explican que es por ser judíos», relata Silvia, que ha dejado claro que la protección policial se ha convertido en rutina desde hace años.

«Ningún padre se imagina llevando al niño al colegio en estas circunstancias. Es duro de ver, muy duro, y lo soportamos porque la alerta es grande. Estamos en el punto de mira», lamenta. Y Barcelona, según Silvia, es el «epicentro» de esta violencia en España: «En Madrid hay preocupación, pero no este nivel bestia. Esta ciudad es combativa desde siglos, grita por el desfavorecido, pero ahora se equivoca de lado».

Y Silvia no oculta su decepción con el entorno político y social. «Estamos aterrorizados por la posibilidad de que esto se extienda. Han señalado una librería y a una familia, pero ¿y si encuentran más? Es gente que ha encontrado este motivo para sacar toda su porquería interior, participando en estas manifestaciones». Lo que lamenta Silvia es que estos actos parecen «desatar la ira» en protestas que incluyen a grupos «inesperados» como los miembros del Sindicato de Llogateres que, recuerda, nació con otro cometido.

Gobierno pro-Hamás

También considera que en esto ha tenido mucho que ver el rol de ciertos gobiernos, especialmente el central y el de la Generalitat, que han ayudado a fomentar un clima hostil: «tenemos un gobierno pro-Hamás, no pro-palestino. Sentimos mucho lo que pasa en Gaza con inocentes, pero se olvida que antes ya vivían subyugados por un régimen terrorista que tortura disidentes, persigue a gais, los tira de las azoteas, y oprime a mujeres bajo la sharía».

Y, para Silvia, existe un gran desconocimiento, la gente a menudo no conoce la raíz del conflicto ni es lo que se vive en Gaza. Ha explicado que, a veces, en esas manifestaciones pro-palestinas, «preguntamos a gente con banderas LGTBIQ+ qué les pasaría a un gay en Gaza, y responden que o ‘nada’ o te dicen: '¿qué les pasaría?'. No tienen ni idea. La mayoría no sabe que están siendo utilizados por esta izquierda que quiere hacer ruido, como en los años 30 con chivos expiatorios».

Para la presidenta de Atid la confusión se mueve entre la crítica política y el antisemitismo puro y duro. «Cuando gritan del río hasta el mar, quieren decir que Israel no debe existir», pero recuerda que Israel es el único país democrático allí, «aunque su gobierno no nos guste, yo misma estoy en contra de Netanyahu por cruzar líneas rojas, pero eso no justifica el odio». Es más, Silvia dice que «no imagino a un gobierno español sin defenderse de un ataque como el del 7-O, con 1.200 muertos y 200 secuestrados».

Y, para Silvia, ese antisemitismo no es solo retórica, afecta la vida cotidiana de la comunidad, porque ocultan símbolos como la estrella de David para salir a la calle por temor a ser señalados en la calle, a ser increpados porque ya ha pasado en alguna ocasión. Les han llamado «genocidas» en el transporte público. «Hasta yo, si voy al centro de Barcelona, me lo quitaría. Da miedo, y es una pena. Las mujeres musulmanas llevan el velo sin problema, pero a nosotras nos insultan. Nunca pensé ver esto con 58 años», confiesa.

El impacto trasciende lo personal y llega a lo económico y educativo. «Se cortan lazos con empresas judías, y en colegios perdemos horas lectivas por protestas, cuando el informe PISA ya nos pone por los suelos», denuncia. Critica a medios de comunicación públicos, como la televisión pública catalana, por ofrecer «información sesgada y vomitiva» que «adoctrina a millones de catalanes». O «programas como el de Pepa Bueno» en TVE, que «hacen daño mintiendo, mi estómago no dio para más».

Preguntada por si han pedido reuniones con representantes del Ayuntamiento o de la consejería de Interior para tratar este clima tan hostil hacia la comunidad judía, Silvia dice que «no tiene mucho sentido», teniendo en cuenta que nunca ha habido diálogo. Ha recordado que «Ada Colau nos derivaba a técnicos; ahora, con el alcalde Collboni, ¿para qué pedir audiencia si fomenta esto?».

Sobre Ada Colau y la Flotilla a Gaza, considera que ha sido una «pantomima financiada por todos»: «Tanto dinero para nada, porque Israel ofreció entregar la ayuda en puerto y dijeron que nono. Luego se quejan de agua del grifo y del aire acondicionado. Nos toman por idiotas», sentencia.

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