La pequeña isla deshabitada del Portitxol, AlicanteWikipedia

El secreto mejor guardado de una pequeña isla deshabitada en Alicante: un museo romano bajo sus aguas

Los arqueólogos han documentado un extenso yacimiento que apunta a la existencia de un asentamiento dedicado al comercio y a la pesca

La costa de Alicante esconde algunos de los paisajes más sorprendentes del Mediterráneo, lugares donde el tiempo parece haberse detenido entre acantilados dorados, aguas turquesas y vestigios de antiguas civilizaciones. A lo largo de este litoral se dispersan pequeñas islas que han sido testigos del paso de fenicios, romanos y marineros de otros siglos. Frente a los acantilados de la Marina Alta, una de ellas emerge como un testigo silencioso del pasado y como refugio para la vida natural: la isla del Portitxol, un enclave diminuto y deshabitado que guarda bajo sus aguas uno de los yacimientos arqueológicos más valiosos de la provincia.

Entre el Cap Prim y el Cap Negre, en la localidad de Jávea, se abre la Cala del Portitxol, también conocida como Cala Barraca, célebre por sus casitas blancas de puertas azules que contrastan con el intenso azul del mar. Desde allí se divisa la silueta redondeada de la Illa del Portitxol, un islote de apenas 8,3 hectáreas y 75 metros de altura que parece flotar sobre el horizonte. Aunque a simple vista su belleza natural roba la atención de quienes se acercan en barco o kayak, el verdadero tesoro de este paraje se encuentra bajo la superficie.

Cala Barraca, donde se divisa la pequeña isla deshabitada del Portitxol, AlicanteTurismo Comunidad Valencia

Las investigaciones realizadas por la Universidad de Alicante y el Museo Soler Blasco han permitido identificar restos de estructuras romanas, cerámicas y tumbas de época bizantina, así como indicios de que el lugar fue un fondeadero fenicio y, más tarde, un enclave comercial durante el Imperio romano. En los fondos marinos que rodean la isla se han documentado más de doscientas anclas de distintas épocas, la mayor concentración conocida del Mediterráneo, junto a los restos de dos pecios: uno púnico, del siglo VIII a. C., y otro del siglo XVIII. Estos hallazgos convierten al Portitxol en un punto clave para comprender las antiguas rutas marítimas y el tráfico comercial que conectaba las costas ibéricas con el resto del Mare Nostrum.

La isla, declarada Bien de Interés Cultural y protegida por su valor ecológico, forma parte del LIC Penya-segats de la Marina y cuenta con las figuras de protección ZEC y ZEPA debido a su riqueza biológica. Su relieve rocoso, las pinadas y el matorral mediterráneo que la cubren, junto a las praderas de posidonia oceánica que rodean sus aguas, conforman un ecosistema singular que ha sobrevivido al desarrollo turístico de la zona. La propiedad del islote pertenece desde mediados del siglo XX a la familia de Guillermo Pons, un pionero en la defensa del medio ambiente que impulsó su conservación. Gracias a su legado, el Ayuntamiento de Jávea blindó el terreno frente a cualquier intento de urbanización, garantizando así la preservación del entorno.

Hoy, el acceso al Portitxol está restringido y solo puede realizarse en barco o kayak desde la cala cercana. Quienes se aventuran hasta sus orillas encuentran un paisaje casi intacto, con cuevas naturales, acantilados fósiles y una ruta submarina que permite observar los restos arqueológicos sin alterar su entorno. En la superficie, la isla continúa siendo objeto de estudio dentro del Projecte Portitxol, una iniciativa que impulsa nuevas campañas de excavación y trabaja en la creación de un museo virtual para dar a conocer los hallazgos.