Andrés Guardeño
Andrés Guardeño, Decano Presidente del Colegios de Economistas de Córdoba
“Pagamos demasiados impuestos; el criterio de no confiscatoriedad se está superando"
El nuevo decano del Colegio de Economistas de Córdoba defiende una mayor presencia del colectivo en el debate público y plantea un plan de trabajo adaptado a los retos actuales de la profesión
Andrés M. Guardeño Parras (Córdoba, 1966) conoce la economía desde dentro: la ha enseñado, la ha ejercido y la ha defendido desde el terreno de la empresa y la trinchera del despacho. Abogado y economista, formado en ETEA, la Universidad Internacional de La Rioja y la Complutense de Madrid, ha dedicado más de veinticinco años a acompañar a empresas, pymes y emprendedores en ese delicado tránsito que va de la intuición a la sostenibilidad. Cree, con convicción, que la formación continua no es un mérito sino una responsabilidad, y ha hecho de ella una constante en su trayectoria.
En un tiempo de incertidumbre económica global y tensiones estructurales que también se sienten en lo local, Guardeño asume la presidencia del Colegio de Economistas de Córdoba con un plan claro: reforzar la presencia institucional del colectivo, garantizar el rigor ético, ampliar los espacios de divulgación económica, acercar la profesión a los jóvenes y situar a Córdoba como referente en reflexión, conocimiento y acción económica. Porque, como él mismo sostiene, el economista no solo hace números: interpreta la realidad para transformarla.
Andrés Guardeño
- En las dos últimas semanas ha fallecido el Papa Francisco, se ha producido un apagón en España y tenemos un nuevo Papa, así que parece que ya nadie habla de los aranceles, ¿no?
- Bueno, sí se sigue hablando de los aranceles, claro que sí. Esta misma mañana, por ejemplo, he escuchado en la radio que Trump ha prometido imponer un arancel del 100% sobre la película de reproducciones cinematográficas. Eso ha sido hoy. Es solo una anécdota, pero refleja algo. ¿Qué ha ocurrido? Hay que tener claro que Trump no es un político al uso, es un político distinto, y no se le puede responder con políticas convencionales. Bajo mi punto de vista, es un tecnócrata. Está gestionando su país como si fuera una empresa. ¿Y cómo sobrevive una empresa? Reduciendo costes y aumentando ingresos. Así de simple. Él se enfrenta a demandas internas muy fuertes y, por ahí, está orientando sus decisiones.
¿Que esas decisiones tienen un impacto en la economía mundial? Evidentemente, lo tienen. En una entrevista que me hicieron a principios de mes, antes de la imposición de las sanciones, ya comenté que Trump acabaría cambiando de opinión, porque como negociador tiene que hacerlo. ¿Qué ha pasado desde que se reactivó todo este conflicto arancelario? Primero reaccionaron las bolsas: se vinieron abajo. Luego Trump dio un paso atrás, las bolsas se recuperaron, y comenzaron las reuniones, no multilaterales, sino unilaterales, con diversos países. Eso ha llevado a la renegociación de los aranceles.
Las empresas también han empezado a buscar nuevas rutas de distribución, y esto es algo de lo que se habla poco. Si, por ejemplo, Estados Unidos impone un arancel a un producto español, pueden pasar dos cosas: o se paga el arancel al exportar ese producto, o se fabrica en un país como Paraguay, donde no existe ese arancel, y desde allí se exporta a Estados Unidos sin penalización. Son nuevas rutas de comercio que muchas empresas ya están explorando. Todo esto ha generado, además, nuevas luchas comerciales y tiras y aflojas en los acuerdos, con unos países pactando unas cosas y otros, otras.
Volviendo al ejemplo de esta mañana sobre los aranceles a las producciones cinematográficas, eso es solo una anécdota, pero mientras tanto las bolsas están subiendo, todo parece normalizarse y se están alcanzando acuerdos. Eso implica que a nivel interno, entre países, hay negociaciones que probablemente nunca conoceremos, pero que responden a intereses comunes.
Si lo particularizamos en Córdoba, aproximadamente el 10% de la producción local se exporta a Estados Unidos. Eso supone, según datos del ICEX, unos 330 millones de euros. Principalmente se trata de aceituna y aceite, y en menor medida, vino y productos ibéricos del Valle de Los Pedroches, como el jamón. Ese es el impacto a nivel local.
Y en el plano nacional, como consumidores, también nos afecta. Por ejemplo, si siguen los aranceles a los vehículos, ¿qué pasa con Ford? Nosotros fabricamos aquí piezas para Ford. Si importamos un coche Ford desde Estados Unidos, Europa puede aplicar un contraarancel. Pero si Ford decide fabricarlo aquí, no habría arancel. Todo esto está relacionado con las nuevas líneas de comercialización que comentaba antes. No se trata de un proceso lineal de punto a punto, sino que existen muchos puntos intermedios.
- Está claro que hablamos de un escenario globalizado. Así funciona la economía. Pero centrémonos en lo local: ¿qué diagnóstico se hace desde el Colegio de Economistas sobre la economía cordobesa?
- La economía cordobesa ha venido arrastrando, desde hace años, un importante atraso en el ámbito industrial. La industria, como tal, prácticamente desapareció dentro del sector secundario. Si analizamos la estructura económica de Córdoba por sectores —primario, secundario y terciario—, vemos que el sector primario, es decir, la agricultura, continúa con fuerza. Sin embargo, el secundario, el industrial, sufrió una desindustrialización muy severa en las décadas de los 70 y 80.
Recuerdo que en aquella época trabajaba en una entidad financiera y me tocó analizar las instalaciones de una nave industrial situada enfrente de Asland. Allí funcionaban algunos de los telares más importantes de Andalucía. Sin embargo, con la irrupción del algodón importado desde China, ese telar desapareció, y con él, una parte relevante de la industria cordobesa. También se desmantelaron sectores de productos intermedios, que poco a poco se fueron desplazando hacia zonas como Lucena, Rute o el sur de la provincia. Córdoba, como capital, quedó fuera de esa dinámica industrial.
Andrés Guardeño
Ahora bien, en los últimos años sí se están aplicando nuevas medidas, dentro de lo posible desde el ámbito político, para favorecer la implantación de nuevas industrias. Todo esto está muy vinculado con los corredores logísticos y, especialmente, con la implantación en Córdoba del centro logístico militar. Córdoba tiene un enorme potencial como nodo logístico para Andalucía. Hace años elaboré un trabajo para la Facultad sobre logística de transporte. Simulamos un modelo con productos ficticios y diferentes demandas en España, y tuvimos que diseñar las rutas de distribución. La conclusión fue clara: todo lo que entraba en Andalucía —ya fuera por el puerto de Huelva o por el de Málaga— terminaba pasando por el corredor central de la península, cuyo núcleo es Córdoba.
A día de hoy, contamos con el corredor mediterráneo (aún en fase de desarrollo), el corredor atlántico (que discurre paralelo a Portugal) y el transversal, que es el central. En nuestro modelo, toda la mercancía que no llegaba por Valencia —que iba directa a Madrid—, pasaba por Córdoba para luego redirigirse al resto de España gracias a la red de transporte circular. Ese análisis ponía de manifiesto el enorme potencial logístico de Córdoba. Aún no lo hemos materializado del todo, pero vamos camino de ello. A la llegada del centro logístico militar se suma también la implantación de nueva industria, lo que está favoreciendo el crecimiento del tejido industrial, aunque de forma más lenta de lo deseado.
Por otro lado, el sector terciario también impulsa la economía local, especialmente el turismo. El turismo se está consolidando como un pilar fundamental para el desarrollo económico de la ciudad. Basta observar el auge de los apartamentos turísticos y el incremento de las pernoctaciones. Hace 10 o 20 años, el turista que llegaba a Córdoba lo hacía normalmente desde Málaga o Sevilla y regresaba el mismo día. Hoy, en cambio, muchos deciden quedarse a dormir, y eso genera mayor riqueza para la ciudad. Se ha producido un cambio relevante, sobre todo en el ámbito turístico.
- El sector industrial, en particular, sufre el fenómeno de la deslocalización. ¿Cómo puede reimplantarse una industria en Córdoba en un contexto internacional marcado precisamente por esa deslocalización?
- Claro, ese es precisamente uno de los elementos clave de todo el problema que venimos comentando, empezando por los aranceles. Porque, en realidad, ¿qué están provocando los aranceles? Están generando dificultades para la deslocalización. Pongamos un ejemplo: si necesitas un componente informático que se fabrica en China o en Estados Unidos, debes importarlo desde allí.
En los años 80, con la desaparición de los aranceles, esa deslocalización se liberó por completo. La globalización industrial no suponía entonces ningún problema. Pero ahora sí vuelve a serlo. Y eso, a su vez, plantea otros desafíos, como el de la estructura de costes. Si aquí trabajamos con unos costes más elevados, es lógico que se busquen alternativas más baratas fuera. Al final, el consumidor se beneficia de precios más bajos y el empresario también, porque obtiene un mayor margen.
Volviendo al tema, la deslocalización obligará a replantear los canales productivos, pero eso dependerá de si las políticas arancelarias toman un rumbo equivocado. ¿Y qué sería ese «mal camino»? Pues que los aranceles se impongan de forma definitiva, que no haya acuerdos comerciales. En ese escenario, sí tendríamos que implantar nuevas industrias en España, para cubrir la demanda de productos intermedios que hasta ahora se fabricaban en otros países.
Un ejemplo muy claro es el de Rusia. La guerra entre Rusia y Ucrania ha generado este tipo de problemas. Hay productos que antes podían fabricarse o comprarse en Rusia y ahora, sencillamente, no pueden traerse. ¿Se pueden adquirir en otros países? Puede que sí. Pero también puede que no. Pensemos en los combustibles fósiles: además de la tensión con Rusia, que es un exportador clave de petróleo, hay una situación delicada en otras zonas exportadoras, como Oriente Medio. Y en Sudamérica —con Venezuela y Brasil al frente— también pueden surgir problemas si esos mercados se cierran.
En este contexto, las políticas que promueven el uso reducido de combustibles fósiles parecen ir en la línea de hacernos menos dependientes de ese tipo de productos. Y esa es, en parte, la dirección que se está tomando para evitar una vulnerabilidad estructural en nuestra economía.
Anfrés Guardeño
- ¿Cree que los economistas tienen suficiente presencia en el debate público de la ciudad?
- Ese es precisamente uno de los objetivos que nos hemos marcado en el plan de trabajo del Colegio de Economistas: lograr una mayor implantación de los economistas y de la marca «economista» en Córdoba. Nuestro colectivo está integrado, prácticamente en su totalidad, por profesionales que trabajan asesorando —me atrevería a decir— al 95 o 98% del tejido empresarial cordobés, que está compuesto fundamentalmente por micropymes y pymes.
Esto nos permite tener un conocimiento muy directo del pulso económico de la ciudad: cómo se está generando la economía, cuáles son los sectores en movimiento, y también cuáles son los problemas que enfrentan determinados colectivos, como los agricultores. Por eso reclamamos tener presencia en los espacios públicos y en los foros donde se analiza o se toma decisión sobre la economía.
Los economistas debemos estar presentes en esos ámbitos: ayuntamientos, comisiones de empresarios, universidad, administraciones públicas… en definitiva, en todos los espacios donde se debata o se impulse el desarrollo económico.
- Entiendo que, entonces, echa en falta una mayor participación técnica en las decisiones económicas locales.
- Sí, aunque no me refiero a que falte participación técnica como tal, porque realmente hay economistas que ya están trabajando como funcionarios en el Ayuntamiento y hacen una labor magnífica. Lo mismo ocurre en la Universidad, donde contamos con excelentes profesores, o en el sector público de Hacienda y en las comisiones de empresarios, donde también hay profesionales de la economía.
Lo que yo reclamo es una mayor presencia del Colegio de Economistas como institución en esos foros. No se trata de sustituir a nadie, sino de complementar, de aportar nuestra visión y experiencia para contribuir al desarrollo económico de Córdoba.
- ¿Qué otro tipo de papeles cree que debe desempeñar el Colegio de Economistas en la vida económica y social de Córdoba?
- Nosotros, como entidad de derecho público, tenemos como misión principal proteger nuestra profesión. Eso implica garantizar que nuestros colegiados prestan un servicio adecuado a la ciudadanía, y que cuentan con la preparación y certificación necesarias para ejercer con solvencia. Ese es uno de nuestros principales valores añadidos: ofrecer a la sociedad la seguridad de que los profesionales que forman parte del Colegio están capacitados y cumplen con los estándares exigidos.
Además, desde nuestros despachos vemos a diario problemas reales de empresas y ciudadanos. Podemos detectar esas dificultades y transmitirlas, lo que nos sitúa en una posición privilegiada para aportar soluciones. Ese es, quizá, el primer nivel de apoyo que podemos ofrecer a la sociedad.
También cumplimos una función como órgano consultivo. Cualquier persona puede acercarse al Colegio para pedir asesoramiento o ayuda. Contamos con una lista de turno de actuación profesional, pensada precisamente para atender distintos tipos de solicitudes.
Además, queremos impulsar convenios y crear una lista de mentores que podamos ofrecer a instituciones como la Universidad, el Ayuntamiento o asociaciones empresariales. Se trata de acompañar a empresas y emprendedores en sus primeros pasos. Un ejemplo de esta línea de trabajo es nuestra colaboración con Biotech Córdoba, donde ya hemos estado presentes como mentores, y donde queremos seguir estando para ofrecer ese acompañamiento profesional.
- ¿Cómo ha cambiado el perfil del economista en la última década?
- El perfil del economista ha dado un giro de 180 grados. Cuando yo terminé la carrera, la salida profesional era muy clara: asesor fiscal, contable, auditor, consultor o preparar oposiciones. Esas eran, digamos, las profesiones tradicionales del economista.
Hoy todo eso ha cambiado radicalmente. Vivimos una auténtica revolución. Los economistas ya no nos limitamos a esas funciones clásicas. Ahora tenemos nuevos horizontes, nuevas metas. Con el Big Data, por ejemplo, nos hemos convertido en analistas de datos; debemos incorporar también la inteligencia artificial, aprovechar sus ventajas y responder a nuevas demandas sociales que requieren nuestras competencias. Un ejemplo claro son los Métodos Adecuados de Solución de Conflictos (MASC), donde también podemos tener un desarrollo profesional importante.
El abanico de posibilidades se ha ampliado de forma espectacular. Los economistas podemos seguir avanzando y aportando valor, pero desde una perspectiva completamente distinta a la tradicional. Ya no somos ese profesional con manguitos que llevaba los libros de cuentas a mano, como se hacía antes. Recuerdo haber visto libros de contabilidad hechos a plumilla… eso ya pertenece al pasado.
Todo ese trabajo se está automatizando. Y estamos llegando a un punto en el que gran parte de la contabilidad será completamente automática, gracias al Big Data, al almacenamiento en la nube y a las nuevas herramientas tecnológicas. Basta ver los planes de la Agencia Tributaria y la implantación de la factura electrónica.
Tanto es así que hoy me atrevería a decir que no hay despacho de economistas en Córdoba que no cuente, ya sea en plantilla o como colaborador, con un informático. Es absolutamente necesario para el desarrollo profesional actual y para poder adaptarse al ritmo al que avanza la tecnología.
- ¿Cuál es la relación del Colegio de Economistas con la Universidad?
- La relación es buena y estable. En Córdoba tenemos dos universidades: la Universidad de Córdoba (UCO) y la Universidad Loyola. Con ambas estamos en contacto. Con la UCO, por ejemplo, ya hemos avanzado bastante. Hace poco estuvimos en la Facultad de Derecho, en una charla de presentación del Colegio de Economistas junto a su decano. Fue un encuentro muy cordial y con muchas ganas de colaborar y hacer cosas juntos.
Con la Universidad Loyola aún no hemos realizado esa presentación formal, pero ya existe un contacto directo y tenemos previsto llevarla a cabo en breve. La idea es la misma: colaborar y poner en marcha proyectos conjuntos.
Creemos que la universidad necesita también nuestro aporte. No solo el académico, el del catedrático, que es fundamental, sino también el del profesional que está a pie de obra, trabajando en el día a día, y que puede ofrecer una visión mucho más práctica.
Y no nos quedamos solo en la universidad. También queremos colaborar con los centros de formación profesional, lo que antes era la antigua escuela de FP. Podemos aportar ahí como mentores, orientando a los jóvenes en sus posibles salidas laborales y ayudándolos a definir su camino profesional. Incluso podemos empezar a integrarlos en nuestros despachos para que se formen con nosotros. Esa línea de colaboración, por supuesto, también se extiende al ámbito universitario.
- Parece que vivimos tiempos complicados, económicamente hablando… pero ¿cuál no lo es, verdad?
- Exactamente, siempre ha sido así. Si miramos la historia —algo que a mí me gusta mucho, especialmente la historia de la economía—, veremos que las crisis han sido constantes. Hay crisis anuales, otras cada dos o tres años, algunas cada diez o quince. Unas son más fuertes que otras, pero siempre están ahí.
Ahora bien, yo ya no pienso tanto en términos de transiciones. Cada vez estoy más convencido de que lo que vivimos es un cambio de paradigma, un cambio en la forma en que la sociedad absorbe y responde a la economía.
Hay una definición del economista que me gusta especialmente: es el profesional que, con recursos escasos, se dedica a satisfacer la demanda de la población. Es decir, no es simplemente el que hace impuestos, ni el que lleva cuentas. Es alguien que, con una fuerte base sociológica —más que matemática—, interpreta y gestiona las necesidades de la sociedad.
El capitalismo, tal como lo conocemos, surgió entre los siglos XVIII y XIX, con las teorías de Adam Smith y su famosa «mano invisible». Después vino Keynes, que matizó ese enfoque; Marx, que lo cuestionó profundamente; y más adelante otros autores, como David Ricardo, que fueron fundamentales en el desarrollo de la globalización.
Ricardo, por ejemplo, ya en el siglo XIX se dio cuenta de que producir telas en Inglaterra era caro, mientras que en Portugal resultaba más barato. Así comenzaron a importar desde allí. Para él, el mundo global era Inglaterra, India y Portugal. Ese fue un punto de partida para la globalización moderna. Desde entonces, el modelo capitalista ha ido reajustándose hasta llegar a lo que tenemos hoy.
El economista es alguien que, con una fuerte base sociológica —más que matemática—, interpreta y gestiona las necesidades de la sociedad.
Y lo que yo creo que estamos viendo ahora es la progresiva desaparición del capitalismo tal y como lo hemos conocido. Tardará en llegar, pero ese capitalismo liberal —el de la «mano invisible» que lo regula todo— no encaja en una economía como la actual, donde todo está absolutamente reglamentado. Vivimos bajo una enorme densidad normativa. No sabría decir cuántas leyes hay exactamente en España, pero deben rondar las 12.000 o 13.000. Como economista y abogado, puedo decir que la legislación cambia de forma constante y, a veces, incluso en contra del sentido natural de las cosas.
Andrés Guardeño, durante la entrevista
Antes de venir a esta entrevista, comentaba precisamente con un colega la reciente implantación de los MASC. La idea es buena: en principio, pueden favorecer la relación entre las partes en conflicto, ya sean morosos, empresas o particulares. Pero también pueden alargar los procesos. La clave está en cómo se apliquen y en la buena fe de las partes. Si ambos realmente quieren resolver el problema, los MASC son eficaces. Pero si uno solo quiere ganar tiempo y dilatar el conflicto —como suele decirse, «darle una patada hacia adelante»—, entonces el proceso se alarga innecesariamente.
Al final, los MASC no son nada nuevo. Su esencia está en el acuerdo, en el apretón de manos, y eso solo funciona cuando hay voluntad real de resolver el problema.
- ¿Entiendo entonces que los legisladores son enemigos de la economía?
- No, no son enemigos. No estoy diciendo eso. Lo que ocurre es que, en ocasiones, se aprueban medidas políticas que van en contra del bienestar económico. Y otras veces, sucede justo lo contrario.
Pensemos, por ejemplo, en la redistribución de la riqueza. Yo no tengo hijos, y desde ese punto de vista, me puede perjudicar. Tengo que asumir unos tipos impositivos más altos. En cambio, tú que sí tienes hijos —dos, me has dicho— pagarás menos impuestos, aunque ambos ganemos lo mismo. Y sí, acepto que tengo que contribuir para que tus hijos puedan educarse. Lo asumo. Porque, en el fondo, la redistribución cumple una función social que está bien planteada y bien regulada.
Eso sí, cada país la aplica de una forma distinta. Y en ninguno hay consenso absoluto. Siempre habrá debate sobre hasta qué punto es justa o efectiva. Pero eso no convierte a los legisladores en enemigos de la economía. Simplemente son decisiones políticas, con sus aciertos y sus contradicciones.
- ¿Pagamos demasiados impuestos?
Bajo mi punto de vista, sí. Sí, y lo explico. En Hacienda Pública se estudia un principio llamado «criterio de no confiscatoriedad». Este criterio establece que un ciudadano no debería pagar más del 50% de su renta en impuestos.
Ahora bien, si tomamos ese umbral de renta y preguntamos cuánto pagamos, por ejemplo, en IRPF, la respuesta suele rondar el 38%. Hasta ahí, bien. Pero luego está el IVA, que es un 21%. Si sumamos el 38% del IRPF y el 21% del IVA, ya estamos superando el 50%. Entonces, ¿qué ocurre? Aquí hay una especie de «truco» o interpretación. Nos dicen que no se puede pagar más del 50% por cada impuesto, no en conjunto.
Siguiendo esa lógica, si yo pago el 40% en IRPF y además un 30% en IVA, en realidad estoy soportando una carga fiscal del 70%. Me están dejando sin renta disponible. Evidentemente, estoy utilizando datos exagerados para ilustrar el argumento, pero creo que se entiende el punto.
Y no se trata solo del IRPF o el IVA. También hay que tener en cuenta otros tributos: tasas, impuestos sobre hidrocarburos, electricidad, energía en general… Todo suma.
La pregunta entonces sería: ¿se pueden pagar menos impuestos? Yo no tengo todos los datos ni la capacidad técnica para afirmarlo con rotundidad, pero sería necesario hacer un estudio profundo de la economía. En principio, si el Estado se reduce —si «adelgaza»—, podría recaudar menos impuestos. Claro que también podría destinar esa renta disponible a otros recursos, dependiendo de cómo se gestione.
En cualquier caso, y a modo de conclusión, sí, estoy completamente de acuerdo en que actualmente pagamos demasiados impuestos.