La verónicaAdolfo Ariza

El asno crucificado

Actualizada 05:00

El capitán Patrick Dalroy – el original protagonista junto con Humphrey Pump de las andanzas de la Taberna errante del no menos original G. K. Chesterton - no monta nunca en burro puesto que le da miedo. Pero se trata de un miedo no a una coz o a un temperamento indomable sino el miedo a una comparación histórica. Y sin embargo es conminando a superar ese tipo de comparaciones. Cuestión a la que responde denunciando «la facilidad con que se olvida la crucifixión de otro hombre».
Lo cierto es que han intentado convencer a Dalroy de que subir en el burro es rebajarlo «en la escala de los valores cósmicos» por lo que su interlocutor, de golpe y porrazo, le lleva a recordar la más primera representación del Crucificado que fue el intento de burla representado en la conocida como crucifixión del asno o «Alexámenos adorando a su Dios».
Dalroy no se deja engañar por lo ladino del argumento y dispara con una pregunta: -«¿De modo que es usted el que dibujo la antigua caricatura del asno crucificado?». Y añade con no poca ironía: «¡Pues hay que confesar que se conserva muy bien! ¡Parece muy joven!». Lanzado el primer ataque llega el momento de la gran pregunta por parte de Dalroy: «Claro que si el asno está crucificado hay que descrucificarlo. Pero, ¿está seguro – agregó con mucha gravedad – de saber descrucificar un asno?». El capitán Dalroy va a aclararle que se trata de «un arte extremadamente difícil». «Es cuestión de maña». El capitán argumenta: «Suponiendo que en virtud de los objetivos superiores del cosmos, yo no esté capacitado para ocuparme de este borrico, la verdad, no puedo menos que alarmarme un poco ante la responsabilidad que implica confiárselo a usted. ¿Comprenderá usted a este borrico? Es un animal delicado. Es un asno de espíritu complejo. ¿Cómo voy a creer que después de un trato tan breve puede estar al corriente de todas sus simpatías y antipatías?».
Intentar descrucificar al asno no deja de ser «una parábola para racionalistas». Una parábola para aquellos que empiezan «rompiendo la cruz, y concluyen destrozando el mundo habitable». La parábola de aquellos que comienzan «diciendo que nadie debe ir a la iglesia contra su voluntad» y terminan «diciendo que nadie tiene la menor voluntad de ir a ella». De igual modo que comienzan «diciendo que no existe el lugar llamado Edén» y se les encuentra «diciendo que no existe el lugar llamado Irlanda». En definitiva, la parábola de aquellos que parten «odiando lo racional y llegan a odiarlo todo, porque todo es irracional».
Dalroy sabe que no cabe descrucificar al asno frente a tanto intento por ironizar o banalizar su permanencia en la cruz. Es más quiere que se quede frente a «todas esas capillas ateas […] que no hacen más que hablar de Paz, de Paz Perfecta, de Paz Absoluta, de Alegría Universal de unión de las almas. Pero no parecen más felices que los demás […]». Lo aguerrido de su temperamento no impide a Dalroy discurrir con profundidad: -«¿Sabes, amigo Hump, que empiezo a temer que la gente de hoy no tiene idea sobre la vida? Esperan de la naturaleza cosas que ella no prometió jamás y se empeñan a destruir lo que realmente les ofrece». Son aquellos a los que no cabe confiar el asno los que «nos dicen ‘sed virtuosos y seréis felices… ¡pero no os divertiréis!’». Para Dalroy, como siempre, se equivocan diciendo «exactamente lo contrario a la verdad».
La cuestión ultima es que «el interés que el poeta inspiraba al asno no nos será nunca revelado».
Fin de la fábula chestertoniana.
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