La verónicaAdolfo Ariza

Cristiano en plató de televisión

Actualizada 05:10

Póngase por caso el de un cristiano – aguerrido en un nivel más o menos aceptable - en un plató de televisión debatiendo con un filósofo, un budista, un musulmán y una vedette.
En principio ya le gustaría poder quedarse, como el filósofo, con generalidades y nombres comunes escritos con mayúsculas – véase por ejemplo: Bondad, Justicia, Verdad, etc – pero no le queda otra que tener que apelar a un nombre propio: Jesucristo. Y claro está: -«¿Cómo hablar de un ‘Alguien’ a quien no se puede ver y que en principio parecer no hablar con todo el mundo?». Para el filósofo todo es más fácil puesto que es mucho más sencillo razonar sobre generalidades que sobre particularidades.
Tampoco le importaría estar en el «pellejo» del budista – técnica de vaciamiento y postura de loto incluidas – pero para él el drama pasa porque el encuentro con ese «Alguien» no siempre es programable ni «agendable». ¿Qué argüir, por tanto, con aquel que en principio no parece haberlo encontrado y ni muchísimo menos «sentido»? Es fácil cuando todo pasa por una práctica «zazen» en la consabida postura del loto.
No sé sabe en qué grado pero tampoco en principio le importaría sudar la camiseta del «musulmán». Bastaría con blandir un libro y aplicarlo al pie de la letra sin las complicaciones de judíos o cristianos. Pero nuestro sufrido «televisivo» no puede dejar de afirmar en ningún momento «la primacía del Espíritu».
Harina de otro costal sería el de estar en el lugar de la vedette. Es obvio que le agradaría que todo dependiese de una cara que se adaptase muy bien a los focos y que dispusiese de todos los encantos de la seducción en imágenes. Es fácil el solo tener que hablar de uno mismo, de tus éxitos con la consabida dosis telegénica.
En semejante circo, ¿qué opinión tendría la siempre respetable audiencia? Lo más próximo a la aparición en escena del cristiano es la del «payaso». Un payaso en el «apuro de afirmar que la Sabiduría es una Persona, y que, por tanto, todo se dilucida no en la comprensión de una doctrina ni en la adquisición de una práctica ni en la recitación de un Libro ni en la promoción de la propia imagen, sino en el acontecimiento de un encuentro absoluto con el misterio». Ahora bien, ¿verdaderamente es programable un encuentro como este?
Lo grotesco de la situación es que en el instante mismo en que hemos pretendido el momento de oro televisivo reconocemos que la «predicación más bella no puede convertir directamente», y que hablar bien de Dios no siempre está conectado con una conversión inmediata. El estado de duda no es de soslayo: -«¿Por qué no hablas directamente a tus criaturas? ¿Por qué tenemos que hablar de Ti nosotros, irrisibles? ¿Acaso no podrías haber injertado un auricular en cada hombre, unos cascos integrados, para beneficiarnos así de tus alocuciones interiores? ¿No podrías haber hecho que, cada vez que un testigo verídico abriera la boca, apareciera en ella una lengua de fuego o brotara una espada de oro? ¿No sería mejor que hubiera una miríada de ángeles visibles, alrededor de tu altar, cada vez que tu sacerdote celebra misa en él? En vez de eso, un minúsculo trocito de pan, ¡como nosotros mismos, que somos igual de pálidos, pequeños y frágiles que tu blanca hostia! ¿Cómo no va a haber un desajuste?». Es más, puede que el aguerrido cristiano haya tenido que refugiarse en esta o semejante oración: «¡Como se trata de que cada uno se encuentre personalmente contigo, Señor, te corresponde a ti hablar de ti mismo, y no a nosotros, siempre en entredicho!».
Así se entienden las protestas de Jeremías cuando el Altísimo lo constituye profeta: «¡Ah, Señor Dios! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jr 1, 6). «Mira que ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra del Señor? ¡Vamos, que venga! Yo no m he apresurado más que un pastor [¡siendo una oveja!] tras de ti. No seas para mí espanto, ¡oh tú, mi amparo en el día aciago! Avergüéncense mis perseguidores, y no me avergüence yo; espántense ellos, y no me espante yo» (Jr 17, 15-18).
Para más señas: Fabrice Hadjadj, ¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de Evangelización.
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