La turra violeta
No lo digo yo, sino un numeroso grupo de mujeres ayer por las redes sociales: estaban hasta el mismo heteropatriarcado de la turra violeta del día de la mujer ¿Eran oprimidas como la secretaria de estado Pam? ¿Han sufrido escraches como la ministra Irene a las puertas de su palacete? No. Eran, - son, hasta donde las conozco- mujeres normales, sin que nadie se moleste ni se me ofenda por lo de la normalidad. Personas con sus problemas, con facturas, con desvelos, con hijos o sin ellos, heterosexuales o no, trabajadoras o en paro, con master o una FP. Mujeres libres, que han tomado sus decisiones propias aunque desde la sociología hueca y subvencionada les insistan que lo han hecho respondiendo a modelos impuestos inconscientemente. Eso pontifican los listos, los seres de luz que te dicen qué te pasa y por qué, qué debes hacer y contra qué debes rebelarte. Pero nunca contra ellos y sus falacias, claro.
Porque su igualdad acaba donde empieza tu libertad de disenso, de crítica, de expresión. Y entonces ya no hay igualdad sino cancelación, y ostracismo y persecución. Esos son los salvadores de mujeres pero perseguidores de disidentes, para los que la igualdad está regada de dinero público, de cátedras a dedo, de despachos cómodos alejados de esa realidad de mujeres (y hombres) que pelean cada día, con decencia y sin ambages, por sacar su vida adelante sin tiempo para manifas, eslóganes de perfil y soportando con normalidad y entereza una mala menstruación cuando toca como otros soportan migrañas.
Ayer, cuando la mayoría de los políticos aplazaban proyectos y comparecencias para firmar manifiestos contra una opresión que no existe, muchas de las oprimidas se quejaban en las redes diciendo que estaban hasta el mismo hígado de mensajitos, consignas y postureo, acontecimiento que seguí con interés periodístico, sin decir esta boca es mía y pensando que al final tanto pesado y pesada van a conseguir de verdad que las mujeres se liberen, pero de su turra violeta. Y de vivir del cuento.
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