El padre Pablo Gordillo

El padre Pablo GordilloÁlvaro Tejero

Padre Pablo Gordillo, monje camaldulense

«La vida eremítica es una vocación claramente minoritaria en el seno de la Iglesia»

En Los Pedroches se acaba de asentar la segunda comunidad observante masculina de la diócesis

El obispo, Demetrio Fernández, bendecía a finales de junio la capilla del yermo camaldulense situado entre las localidades de Villaralto e Hinojosa del Duque. Así se oficializaba la implantación en la Diócesis de Córdoba de la orden de la Camádula de Monte Corona, la segunda comunidad monástica masculina de la Diócesis, junto con las Escalonias en Hornachuelos.
De momento hay dos monjes, que han llegado desde el monasterio de Santa María de Herrera, en Burgos. Uno de ellos es el padre Pablo Gordillo, quien junto al padre Luis Alfonso trabajan por poner en marcha una comunidad que lleva el nombre de Yermo de la Inmaculada.
-En primer lugar, ¿por qué han escogido la provincia de Córdoba para la segunda fundación en España de la Camáldula de Monte Corona?
-Creo que el hecho de fundar en Córdoba, como todo lo relativo a esta fundación, ha estado muy marcadamente dispuesto por la providencia de Dios, cosa que es la que más nos impulsa y da confianza en los pasos que vamos dando. Desde un punto de vista más humano, podríamos señalar tres motivos que han hecho que hagamos en Córdoba la fundación: en primer lugar la generosísima acogida que nos ha brindado la diócesis cuando presentamos nuestro proyecto fundacional; en segundo lugar, el hecho de que en toda la mitad sur de España no hay más presencia monástica contemplativa masculina que el monasterio de las Escalonias, de la Orden cisterciense, al cual nosotros podemos de algún modo completar con nuestra forma vida contemplativa eremítica; y en tercer lugar, el hecho, que no es intrascendente, de tener la diócesis de Córdoba una larguísima tradición de vida eremítica, que algunos remontan a los tiempos de Osio, y que quedó interrumpida en 1956, con la desaparición de los Ermitaños de Belén, que ocupaban las tan queridas en la ciudad, Ermitas de Córdoba.
-¿Qué fue lo que más les atrajo del lugar, del paisaje, la primera vez que lo visitaron?
-Su emplazamiento solitario y pacífico; así como su belleza natural, constituida por sus amplios horizontes y sus encinas centenarias. Es propio de toda la tradición eremítica el escoger concienzudamente los lugares para establecerse los ermitaños. Se buscaban los lugares «amenos», es decir que supusieran un entorno grato por su naturaleza, que es un elemento que claramente contribuye a una vida de contemplación y búsqueda de Dios, que nos sale al encuentro a través de las bellezas que ha creado para nosotros, y que son reflejo de su propia bondad y belleza. El lugar del yermo de la Inmaculada, reúne claramente todas estas condiciones, en particular la soledad y la paz.
-¿Qué papel ha jugado el obispo de Córdoba en todo este proceso?
-Creo que un papel fundamental, desde el primer momento, por su apoyo y acogida. Sin encarecimiento, se puede decir que ha sido y es él el alma de esta fundación, por su incondicional apoyo, fruto de su fe en el valor de la vida contemplativa para la Iglesia.

El obispo ha sido y es el alma de esta fundación, por su incondicional apoyo

-¿Por qué se ha decidido bautizar este yermo con el nombre de la Inmaculada Concepción?
-Para honrar a María Santísima, ya que es ella, en este misterio de su Inmaculada Concepción, la patrona principal de nuestra Congregación eremítica camaldulense de Monte Corona, que fue puesta bajo su protección desde el acta fundacional de 1524. Y sin olvidar que estamos en Andalucía, tierra particular de María Santísima. Y también como recuerdo agradecido de los quinientos años de existencia de nuestra familia eremítica, que se cumplirán en 2024.
El obispo, Demetrio Fernández, entre los dos monjes camaldulenses

El obispo, Demetrio Fernández, entre los padres Pablo Gordillo y Luis AlfonsoDiócesis de Córdoba

-De momento, en Córdoba sólo hay dos monjes y en el otro monasterio, en el burgalés de Herrera al parecer están completas las doce celdas de que dispone. ¿Esto significa que pronto crecerá la comunidad de Córdoba?
-Bueno, para ser exactos, en nuestro yermo de Herrera, no están actualmente ocupadas las doce celdas. Pero en cuanto a la previsión de crecimiento de la comunidad de nuestra fundación, debemos dejar claro que la vida eremítica es una vocación claramente minoritaria en el seno de la Iglesia, que la estima más allá de su entidad numérica. La propia esencia de la vida eremítica, se aviene más naturalmente con comunidades reducidas. Tanto san Romualdo, el fundador de la Camáldula en el siglo XI, como el beato Pablo Giustiniani, fundador de nuestra rama de Monte Corona, en el siglo XVI, fundaban sus yermos con comunidades en torno a la media docena de eremitas, dado que la reducción del número es un elemento importante para la simplificación de la vida que buscamos siempre a fin de liberar las energías para centrarnos en la vida de contemplación y oración. Por este motivo, el número habitual de celdas de nuestros yermos suele ser de doce. El número que integre la nueva comunidad del yermo cordobés, lo dejamos, seguros y confiados, en manos de la providencia de Dios. Lo que, por nuestra parte sí que tratamos de apoyar y asegurar es la fidelidad a nuestra vocación en los que formen esta comunidad, para gloria de Dios y bien espiritual de la Iglesia, de la diócesis y de todos los hombres.

El número que integre la nueva comunidad del yermo cordobés, lo dejamos, seguros y confiados, en manos de la providencia de Dios

-¿Qué os ha impulsado a los dos monjes que habéis llegado a Córdoba a dejar vuestra vida en el otro yermo para adentrarse en la aventura de poner otro en pie?
-Una única razón: acoger en nuestras vidas la voluntad de Dios que, para un monje y ermitaño, se manifiesta claramente a través de las disposiciones de los superiores. Junto a eso, podemos descubrir un especial don de Dios, en la llamada a esta tarea de colaborar en el nacimiento de un nuevo yermo camaldulense, como lugar de búsqueda de Dios, de oración y contemplación, de intercesión y de ofrenda a Dios, pero, sin la obediencia, no nos habríamos planteado ningún cambio con respecto a nuestra situación anterior.
-Hace poco se estrenaba la película ‘Libres’, que narra en primera persona cómo es la vida en la clausura y que ha tenido una buena acogida por el público. ¿Perciben ustedes un despertar de la vida contemplativa?
-Sinceramente, mi opinión es que, de cara a lo que podríamos llamar «promoción vocacional», este tipo de iniciativas no son del caso. Es bueno dar a conocer la vida monástica a quienes no la conocen, y en ese sentido, este tipo de películas pueden hacer bien a los que las vean y se encuentren por primera vez ante una realidad que por sí misma interpela al que se acerca a ella. Pero en el sentido que usted apunta, creo que no se debe esperar gran cosa, porque no es el medio de difundir una vida que por su esencia es oculta, y que encuentra su fecundidad en la medida de su autenticidad espiritual y fidelidad al don de Dios recibido, y no por otros caminos que no son acordes con su impronta y misión.
-Cuáles son los rasgos que distinguen a los camaldulenses de otras órdenes y congregaciones similares?
-Tratando de ser sintético, y en el contexto de la vida monástica en España, creo que podemos decir que, por nuestra identidad claramente benedictina –san Romulado era originariamente monje benedictino, y el beato Pablo Giustiniani fue siempre ferviente seguidor de la doctrina de la Santa Regla benedictina- lo que nos distingue esencialmente de los monjes benedictinos, cistercienses y trapenses, es el carácter eremítico de nuestra vocación, si bien nuestro eremitismo, como el de los cartujos, está completado por algunos elementos propios de la vida comunitaria. En cuanto a los cartujos, que son la otra Orden monástica eremítica principal en la iglesia occidental y en España en concreto, creo que la identidad que nos diferencia es precisamente la que nace de nuestra impronta benedictina, con los valores propios de la Regla de san Benito: la centralidad de la oración litúrgica, celebrada siempre en comunidad; la discreción benedictina, la acogida a los huéspedes…

Lo que nos distingue esencialmente de los monjes benedictinos, cistercienses y trapenses, es el carácter eremítico de nuestra vocación

-¿Qué ha encontrado usted en la Camáldula de Monte Corona?
-Es una pregunta muy personal la que usted plantea. Le puedo decir que, en mi caso concreto, he encontrado mi lugar en la Iglesia y en la misma vida religiosa y monástica, en la que recorrí antes otras etapas que me fueron enriqueciendo y acercando a Dios y trayéndome a este modo de vida que creo es aquel que Dios quiso confiarme, que llena por completo mi vida y mis aspiraciones, y que le agradezco de todo corazón y al que trato de responder a la medida de mis posibilidades y de mis continuos errores y fragilidades.
-La vida observante es un equilibrio entre oración y trabajo. ¿Cómo reparten el tiempo de cada día?
-En continuidad con toda la tradición monástica cristiana, que san Benito recibió el don de saber sintetizar y organizar de un modo que lo ha hecho seguir siendo válido desde el siglo V hasta nuestros días, el monje, que es por esencia, el buscador de Dios, no antepone absolutamente nada al amor de Cristo. Esto, en la práctica de la vida monástica y eremítica se traduce en una primacía absoluta de la oración –la aspiración del monje es llegar a la unión plena con Dios ayudado por la oración continua-, y esto se plasma en la práctica en la primacía de la oración litúrgica que trata de santificar la jornada y la va estructurando con su recurrencia frecuente desde la primera oración, en la calma profunda de la noche, hasta la oración de Completas que pone fin al día en el yermo o el monasterio. Como medios que contribuyen a fomentar y hacer realidad la unión con Dios dentro de un equilibrio humano, la oración viene completada con dos actividades esenciales: el trabajo y el estudio o la lectura, que tienen sus espacios propios en la jornada del eremita.
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