
Santeros
Lucena, tierra de santeros: una tradición que late con fuerza
La santería es Patrimonio Inmaterial de Andalucía
Cada Semana Santa, Lucena se convierte en el epicentro de una de las tradiciones más singulares de Andalucía: la santería. No tiene nada que ver con cultos afrocubanos ni con supersticiones. En Lucena, santería significa llevar los pasos a hombros con un estilo único, cargado de solemnidad, respeto y un profundo arraigo popular. Tanto es así que el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH) la ha incluido en el Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía, reconociendo oficialmente su valor cultural tras un estudio en profundidad publicado en 2022.
La santería lucentina no se entiende sin su gente. Más de mil hombres participan cada año como santeros, formando cuadrillas efímeras que se crean solo para un paso concreto y que se disuelven tras la procesión. Aquí no hay costaleros ni se sigue el modelo sevillano o malagueño. Lucena tiene su propio código: se entra al paso con el paseíllo, se ajusta la almohadilla en señal de compromiso, y se camina al ritmo inconfundible del tambor lucentino, que marca el compás con una cadencia austera y ceremonial.
El santero no es solo un portador: es heredero de una tradición transmitida de generación en generación. El manijero —figura clave— organiza la cuadrilla, media con la cofradía y asegura que todo se haga «como se ha hecho siempre». No se trata solo de procesionar una imagen, sino de mantener viva una forma de hacer las cosas donde cada detalle importa.
El informe del IAPH, fuente principal de esta información, también advierte sobre los retos que enfrenta esta tradición. Aunque sigue gozando de buena salud, el relevo generacional preocupa. Las nuevas generaciones participan menos y los expertos alertan sobre el riesgo de que se pierdan las formas auténticas. Por eso se proponen medidas de protección como actividades formativas, encuentros intergeneracionales o la documentación audiovisual de los rituales.
Que la santería de Lucena forme parte del Atlas del Patrimonio Inmaterial no es solo un reconocimiento administrativo: es una forma de preservar algo profundamente vivo. Una manifestación que mezcla devoción, comunidad e identidad, y que convierte a Lucena en un lugar donde el peso de la tradición no se mide en kilos, sino en historia, emoción y memoria compartida.