Tropas persas desplegadas

Tropas persas desplegadasGustavo Morales

Crónicas Castizas

Andanzas por la Persia de los ayatollahs

Los saludos de bienvenida son ahogados por la algarabía de la calle, decenas de iraníes corren hacia el hotel con gritos desaforados, desde autocares y callejuelas. Algunos piensan que ha llegado su hora. ¿Ha comenzado la matanza de infieles? Y se encierran en su habitación

Estaba alojado en aquel entonces en el hotel Laleh, antes Intercontinental. Claro que el mantenimiento del establecimiento es deficiente y al coger el pomo de la puerta debes golpearla con la llave mientras tus pies pisan la sucia moqueta; saltará una chispa y entonces puedes abrir la habitación sin recibir el latigazo de la electricidad estática. Las ventanas del cuarto dejan ver las montañas nevadas del norte de la capital persa. La monotonía de ese día se rompe cuando oigo hablar en español por el pasillo del hotel; son Vicente Talón, mi director, que no venía aquí desde los tiempos del sha Reza Pahlevi. Con él llegan también mis amigos Emilio y Javier, a quienes he invitado yo oficialmente, aprovechando mi cercanía con las autoridades iraníes del momento y la celebración del décimo aniversario de la revolución islámica. Los saludos de bienvenida son ahogados por la algarabía de la calle, decenas de iraníes corren hacia el hotel con gritos desaforados, desde autocares y callejuelas. Algunos piensan que ha llegado su hora. ¿Ha comenzado la matanza de infieles? Y se encierran en su habitación, mueven los muebles a modo de barricada para tapar la puerta. Llamamos a la habitación y de nuevo oímos moverse todos los muebles para despejar la entrada. «¿Para qué haces eso si vas a abrir cuando llamen?» le preguntamos. Tras unos momentos de confusión sabemos que están celebrando la hora exacta en que el imán Jomeini regresó a Irán tras un largo exilio.
A los invitados de la Revolución les designan un guía que es a su vez traductor y mediador, alguien que les orienta y que está enviado por el Ministerio de Orientación Islámica para saber de paso lo que piensan y hacen. Mi guía no ve con buenos ojos que yo cambie mis dólares en el mercado negro, en la avenida Ferdousí, en lugar de en el Banco donde por 100 dólares dan algo menos de 1.000 riales. En ese sitio por un billete de 100 dólares consigo 145.000 riales y no es algo clandestino, los cambistas están en medio de la calle moviendo en el aire fajos de billetes sin recato alguno ni trazas de clandestinidad: «dólar mijori». Mi guía echaba pestes cuando me veía en esas lides y los que se partían el pecho gritando su apoyo a la revolución islámica me criticaban en público, en privado venían a mi habitación a traerme su billete de 100 dólares para que yo también se los cambiara sin citarles, es esa conciencia hipócrita que siempre se ha movido en torno al mercado negro.
Cantando «tengo una vaca lechera» por las calles de la capital persa nos advirtieron unos guardianes de la revolución que sólo se podían cantar himnos militares y religiosos. Salimos del paso explicando que era un himno de España. Nos pidieron que se lo enseñáramos y ahí nos tienes, en medio de la calle, dirigiendo el coro: ...no es una vaca cualquiera, me da leche merengada... ¿cubriría ese pelotón de guardianes alguna visita oficial española? ¿Cantaron esa canción?
Visitamos los palacios reales de los Pahlevi, donde la riqueza anega al lujo. Para mayor humillación, las estatuas del «Rey de Reyes» no han sido derribadas si no cortadas a la altura de las rodillas.
Vicente se pasaba el día huyendo de un argentino que se hacía llamar Ahmed, aunque no siempre ni en todas partes, que creía que el director podría interceder la compra de armamento y Vicente podría ser cualquier cosa menos un traficante de armas. Ahmed volverá a nuestra historia travestido en Manolo.
Al poco tiempo abandonamos el hotel para ir hacia el frente apaciguado ya por el armisticio con el Irak de Saddam Hussein que a Jomeini le ha sabido a veneno.
Camino de la ahora calmada línea de fuego, Vicente se fija en una ametralladora antiaérea sin radar ni sistema de puntería más allá de una simple alza metálica. «¿Cómo van a hacer algo con eso?» Uno de los conversos que nos acompañan le responde seco: «si Alá no quiere que el avión sea derribado de nada sirven los sistemas de puntería avanzados». Vicente, inocente, añade al borde de la blasfemia mahometana: «con un sistema de puntería Alá lo tendría más fácil».
Entrevisto al ministro de Orientación Islámica, Mohamed Jatami, quien acusa a España de ser el primer país imperialista de la Historia, tiene sobredosis de leyenda negra, y me veo obligado a recordarle que el imperio persa, el suyo, fue previo al español. La cosa no pasa a mayores porque el clérigo se dedica a comentar lo guapo que es Emilio. Jatami será presidente y desde la ONU lanzará la teoría de la Alianza de Civilizaciones a la que se adhiere, le falta tiempo y cerebro, José Luis Rodríguez Zapatero.
Manifestantes ondeando las banderas rojas del martirio y negras del luto

Manifestantes ondeando las banderas rojas del martirio y negras del lutoGustavo Morales

Más a lo lejos adivinamos el paisaje retorcido de la refinería de Abadán, miles y miles de tuberías retorcidas por las bombas y por el fuego convertida en una extraña escultura digna de la feria Arco. En la zona encontramos perfectamente expuesta sobre el suelo limpio una foto de la familia real: los Pahlevi. Alguien se ha arriesgado tanto para que la veamos. Un poco más allá, un edificio destruido muestra a través de una pared derruida un póster con la alineación de aquel momento, 1988, del Real Madrid. Nos acompañan, los restos de la guerra, un autobús absolutamente acribillado de balazos …
Llegamos y nos alojamos, en el campo de batalla, después de perdernos algunas horas, en el hotel Abbasi. Lo numeroso de nuestra delegación hace que tengan que usarse las habitaciones para dos personas. Vicente Talón abandonó la suya cuando su compañero de cuarto comenzó a dejar en la mesilla primero la dentadura y luego un ojo y salió poniendo pies en polvorosa sin saber qué sería lo siguiente en ese mecano humano.
A nuestro regreso volvimos a coincidir en el avión con Ahmed, el argentino. Una vez en Frankfurt, Emilio y yo corrimos hacia una cervecería y pedimos sendas jarras de un litro de cerveza. Le preguntamos qué quería Ahmed y nos contestó sin acritud: «me llamo Manolo». Al verle pedir otra jarra de cerveza como las nuestras se explicó rápidamente: metió un dedo en la jarra de Spaten y lo sacudió sobre el suelo, cayendo una gota de este líquido a la que pisoteó: «desde la primera gota el alcohol es impuro», nos dice. «Esa es la gota maldita, lo demás es puro». Y procedimos a brindar los tres entre carcajadas. Manolo, antes Ahmed, nos contó que una vez al año viajaba a Teherán para mantener los lazos de amistad que hacían que la República Islámica mantuviera abierta y en producción una industria farmacéutica en su provincia argentina que daba empleo a muchos compatriotas. Luego supimos que había recibido el premio Miguel de Unamuno por sus escritos y había pasado algunos años en las cárceles argentinas por montonero.

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