Los bomberos en el incendio del vertedero ilegal.

Crónicas castizas

Pícaros de la Cañada Real

Animado por los abundantes beneficios de su tarea sin apenas inversión en instrumental ni fiscalidad alguna que le ladrara decidió ir un paso más allá y darles luz también

La Cañada Real para él no era un problema, sino una oportunidad y él la supo aprovechar, él que bordeaba el analfabetismo por el lado iletrado y que pensaba que la regla de tres era vender al triple del costo, lo que no le diferenciaba demasiado por algunos intermediarios. Comenzó su andadura ofreciendo una toma de agua a los vecinos del poblado formado en torno a la Cañada Real sin admitir crédito ni pago aplazado, el pago en metálico y al instante, como hacía él su servicio. Unos cientos de millas de pesetas de entonces en la mano, y él ni corto ni perezoso abría una tubería con un escoplo y se apartaba para que la brutal presión del agua no convirtiese a esa barra de acero en un peligroso proyecto, mientras se afanaba trabajando para poner un grifo dentro de la vivienda sin contador alguno ni nada similar.

Animado por los abundantes beneficios de su tarea sin apenas inversión en instrumental ni fiscalidad alguna que le ladrara decidió ir un paso más allá y darles luz también. Para eso echó mano —no le quedaba otro remedio, pues miedo no tenía, pero tampoco conocimientos— de un técnico que, seducido por las perspectivas de ingresos fáciles y rápidos y el verbo cálido de nuestro personaje, le ayudó a sacar de la red tomas eléctricas, también pagaderas en mano por los clientes, aunque un poco más peligrosos, ya no era que un escoplo fuera expulsado por la presión del agua de una tubería, pero necesario para la proliferación de enchufes y bombillas y para el bienestar de las personas y el crecimiento de las plantaciones no precisamente de lechugas con que algunos comercian.

Cuando el ayuntamiento o la comunidad puso una fuente pública en la Cañada, vio amenazada una de las dos ramas de su negocio, la húmeda, de su boyante negocio millonario, y más como ataque de cuernos que como fría decisión empresarial, cogió delante de las cámaras autonómicas desplegadas el día de la inauguración una excavadora y la embistió arrancando la fuente y terminando con la competencia, aunque le costase un buen rato a la sombra.

En ese tiempo, pasó también a ser asesor sin sueldo, pues la policía estaba preocupada por la fortaleza en que los moradores convertían algunas viviendas donde sospechaban que la ley era despreciada. Los polis habían embestido algunas puertas que quedaron incólumes al empuje y él les explicó que las puertas se montaban sobre dos vigas hundidas en el cemento, por lo que lograrían más éxito si embestían directamente la pared, que se demostró que cedía antes a los requerimientos policiales, y problema resuelto.

Como los negocios se agotaban, pero su inspiración no —era fértil como las riberas del Nilo—, la siguiente fue hacer una trapisonda con los camiones que venían a verter escombros por los alrededores, primero para evitar pagar un puñado de docenas de euros por vaciar la caja de los camiones según su tamaño cerca de Valdemingómez, y luego para apuntarse al negocio del reciclado. Y por dejadez provocaron un incendio que duró más de dos semanas, con columnas de humo procedentes de los neumáticos desechados, que dejaron a los vecinos ahumados y nada contentos, más las telas asfálticas y otros residuos plásticos poco recomendables.

Entonces, nuestro hombre se hizo con un bar que solía frecuentar y así se evitaba pagar la cuenta que no era rala, pues, aunque amigo de francachelas, no era un borracho crónico ni similar. Aunque una de las más sonadas noches de farra la montó en un control policial donde empuñó un hueso de jamón al abrigo de la oscuridad a modo de arma simulada en esas noches que confunden, llevando su osadía casi suicida al extremo, y se salvó de ser denunciado y becado por el Ministerio de Justicia con cama y tres comidas, porque nadie, y menos dos guardias como dos torres, reconoce ante sus jefes que le han desarmado encañonándole con un hueso de jamón mondo y lirondo.