
Grupo de señoritas en un piso
Crónicas castizas
Cuando las meretrices serias eran de derechas
La ramera quiso consolarla y le argumentó que no era para tanto ni para ponerse así, hasta que la desconsolada viuda le explicó que a su esposo le querían meter veinte años en el hotel las rejas y las autoridades estaban firmemente determinadas a hacerlo
Casó Lola con un oficial del Ejército, hijo de africanistas austeros que en lugar de gastar sus sueldos en francachelas en el Protectorado marroquí lo habían ido enviando a Madrid y con él comprando casas baratas en el extrarradio, que con el tiempo ascendieron, las casas también, y de descampado se convirtieron en la calle Orense y Capitán Haya.
Su segundo matrimonio, ya viuda, fue con un dirigente sindical de los verticatos que, como buen catalán, había invertido en ladrillo sus dineros, no los ajenos, como acostumbran ahora, y tenía unos cuantos pisos por Madrid que administraba ella a su manera y su hijo Pío, más racional, de mejor forma. Pero no era raro que en ocasiones el portero o algún vecino escamado les avisase que subían muchos caballeros a una vivienda determinada de las que tenían alquiladas y al principio con vergüenza y luego con desparpajo Pío o Loli, madre e hijo, se presentaban allí y pedían de forma amable explicaciones sobre el uso de la vivienda por parte de los inquilinos.
Algunas, no pocas señoras, les contestaban descaradas que el trasiego correspondía a zagalas que eran sus sobrinas y algunas de sus amigas que eran jóvenes y divertidas que las visitaban. De una manera más o menos amable según la resistencia que ofrecían al desalojo, perdonándoles el alquiler de un mes o dos, conseguían de buenas formas que se marcharan y el resto de los vecinos dejase de protestar por las parrandas que daban mala nota al edificio donde moraban.
La viuda propietaria se encontró que a su segundo marido, el sindicalista catalán, le pedían veinte años de cárcel por estar acusado de haberse comprometido en el rocambolesco golpe de Estado del 23 de febrero y eso la convirtió en un manojo de nervios. En ese estado hubo de acudir a pedir a una inquilina que desalojara el piso donde había montado un lupanar pero he ahí que éste funcionaba muy bien y la madame no estaba por la labor de irse y perder a su elenco de clientes. La dueña del local perdió los nervios y rompió a llorar desconsoladamente hecha un mar de lágrimas. La cortesana quiso consolarla y le argumentó que no era para tanto ni para ponerse así, hasta que la plañidera viuda le explicó que a su esposo le querían meter veinte años, 20, en el hotel las rejas y estaban firmemente determinados a hacerlo. Comida por la curiosidad, la hetaira le preguntó que cuál era el delito de su segundo marido por el que pedían una pena tan elevada de cárcel y la dueña de la casa le explicó que estaba comprometido, decía el fiscal, en la trama civil del golpe de Estado que dicen que dio en febrero el teniente coronel Tejero de la Guardia Civil.Al escuchar las explicaciones de la propietaria legítima del piso donde la cortesana había instalado la mancebía, ordenó inmediatamente a sus pupilas que lo recogieran todo presto, que se mudaban a la mayor brevedad. Ante la mirada inquisitoria de la propietaria sorprendida, la madame le explicó que ellas eran gente seria y honrada, honestas era harina de otro costal, y ella no quería meterles a los propietarios ni meterse ella tampoco en líos y dejó la casa en buena hora y nunca más se supo de ella, al menos la dueña.