Redacción en el CEU

Redacción en el CEUPaco Sánchez

Crónicas castizas

La vida sigue y no es igual

No elegiste ser funcionario y en realidad te gusta que ya se comporten como alevines de reporteras, aún sin la intensa presencia antaño del periódico de papel, y vengan corriendo de asistir al hundimiento de un edificio, el incendio de un parque o a un festival de encargo. Y les das temas para escribir y apruebas o modificas los que te sugieren

Tú vas cumpliendo años, y lo agradezco desde el jamacuco, pero tus alumnos no, siempre tienen 18 o 20 y ahora no son de Toledo o Ciudad Real sino americanos del Perú con un abuelo libanés sobre el que la inquiero: ¿maronita, chií, kataeb...? Pero del que apenas guardan más memoria que se llamaba Mustafá. Y vienen por la redacción con amables dulces caseros mientras una chica de Venezuela reconvertida en cántabra te detalla la BAU, que a media historia averiguas que es la selectividad.

Y ahora hay alguien al que le gusta que cantes mientras antaño tus huestes de aspirantes y becarios no lo soportaban y en cuanto entonabas, y empezabas a primera hora, ponían música en sus ordenadores cabezones, hoy pequeños y silenciosos, la música no. Y no te leen publiques lo que publiques: literatura, internacional o historia, tú a ellas sí porque es parte de tu trabajo y te gusta. Ellas, las redactoras, ni siquiera saben qué escribes, tienen otros referentes y te asombran cuando se vuelcan en sus ordenadores portátiles buscando apuntarse a una cola digital infinita para sacar entradas de un cantante con nombre de dibujo animado que vendrá a actuar el año que viene y cada vez que se cae la web de las entradas por el aluvión de interesadas vuelven a ella y se apuntan una y otra vez como modernas sísifos. Y cuando alegas ignorancia sobre el deseado, te ponen un vídeo del interfecto que no te parece mal, algo largo se te hace porque sin saberlo también estás sometido a la vigente cultura de la inmediatez, y pinchan una canción que encuentras espantosa, pero no lo dices porque entonces recuerdas a tu padre cuando pedía que quitases volumen ¡a Let it be! de los Beatles porque era un griterío para él, que se encontraba más cómodo con la música de cámara barroca en RNE Radio Clásica.

Y piensas de soslayo en que los apuntes del master en el que impartes docencia no podrán reciclarse el próximo curso ni repetirte, la lección del lenguaje de la yihad permanece, pero Siria no es lo que fue sino todo lo contrario ni Líbano tampoco, descabezado de comandantes, y menos el Irán chiita sobre el que ha llovido fuego y plomo pero sigue. Al menos las fichas que aguantan son las del wahabismo y aledaños, hermanos musulmanes y variantes nada puede cambiar lo que ya pasó.

Y tu redacción escribe y te manda piezas para corregir o remitir al periódico, ya sea tarde, noche, sábado y domingo, pero no dices ni mú ni expresas disgusto, no elegiste ser funcionario y en realidad te gusta que ya se comporten como alevines de reporteras, aún sin la intensa presencia del periódico de papel, y vengan corriendo de asistir al hundimiento de un edificio, el incendio de un parque o a un festival de encargo. Y les das temas para escribir y apruebas o modificas los que te sugieren mientras una talentosa complutense alcalina reprocha el ruido de la redacción, la más silenciosa que he conocido jamás, ay, si llegas a conocer las redacciones de antaño. Y te sientes estúpidamente orgulloso cuando Marieta se duele que la quieran hacer manejar una cámara de vídeo: «yo estudio periodismo, no audiovisual». Y contra tu voluntad y tu instinto le dices, eso sí no muy en voz alta, que hay que aprender también un poco de eso aunque tu destino y vocación sea el teclado que tú eres el abuelo de Matusalén y te has apuntado a un curso de cámara y terminas ahora otro de IA para periodistas.

Y lamentas que nunca conocerán un cierre. Y vivirán en un futuro que a ti te está vedado.

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