Interior de la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados.Turismo de Asturias

Las Capillas Sixtinas de España, un viaje por nuestros cielos pintados más excepcionales

Tanto en grandes ciudades como en pequeños pueblos, España acoge un abanico asombroso de techos sagrados que abarcan desde el prerrománico hasta Goya

Cuando el Papa Sixto IV decidió reformar la antigua Capilla Magna a finales del siglo XV, no podía imaginar que su nombre acabaría convertido en metáfora del arte más sublime. Décadas después de aquella renovación, Miguel Ángel Buonarroti culminó su obra en la ya llamada Capilla Sixtina, la capilla de Sixto, y la transformó en un icono universal. Desde entonces, Sixtina dejó de ser un simple nombre propio para designar lo excepcional, lo irrepetible, aquello que aspira a rozar lo perfecto.

Nuestras bóvedas cuentan historias sagradas que ayudan a comprendernos a nosotros mismos

España esconde un territorio de cielos pintados que comparten esa misma ambición de asombro. Algunos están en ciudades visibles; otros, en pueblos diminutos. Unos merecen el título por tradición, otros por pura sorpresa. En conjunto forman un mapa disperso pero coherente.

Tesoros de España

Panteón de los Reyes de San Isidoro (León).Megginede

Mucho antes de que Miguel Ángel transformara la Sixtina en un icono universal, España ya había dado color a sus propios techos sagrados: bóvedas antiguas, silenciosas y casi secretas, que hablan de una sensibilidad distinta pero igualmente asombrosa. En Oviedo, San Julián de los Prados despliega un programa pictórico del siglo IX que sorprende por su modernidad: arquitecturas imaginarias, colores calmos, una serenidad suspendida fuera del tiempo. En León, el Panteón de los Reyes de San Isidoro conserva uno de los conjuntos románicos más completos de Europa, un relato teológico en colores minerales que lleva casi mil años iluminando la penumbra.

Obra maestra del arte medieval

Pinturas de la Sala Capitular de Santa María de Sijena (Huesca).Kippelboy

Los murales de la sala capitular del Monasterio de Sijena (siglo XII), en Huesca, son una obra maestra del arte medieval. Calificada como «la Capilla Sixtina del románico», fue incendiada, como tantas otras, en 1936, en los primeros compases de la Guerra Civil. Algunas de sus pinturas permanecen aún en el monasterio y otras se conservan en los museos a los que fueron llevadas para salvaguardarlas, pero todas revelan la sofisticación de unos artistas que anticipaban el esplendor gótico.

Son las sixtinas que precedieron a la Sixtina: testimonios de que el impulso de elevar la mirada ya estaba aquí mucho antes del Renacimiento.

Obra íntima y monumental

Capilla de los Benavente, en Medina de Rioseco (Valladolid).Carla Royo-Villanova

Las bóvedas que surgieron en el siglo XVI no compitieron con la de Miguel Ángel, pero dialogaron con ella desde su propia sensibilidad. España no solo importó un lenguaje artístico, lo reinterpretó, y de ese proceso nacieron algunos de los techos más inesperados y deslumbrantes de nuestro patrimonio.

Las bóvedas que surgieron del siglo XVI albergan algunas de las obras más deslumbrantes de nuestro patrimonio

En Medina de Rioseco, la Capilla de los Benavente despliega un conjunto iconográfico tan ambicioso como refinado: bóvedas estrelladas, relieves minuciosos, símbolos humanistas y un diálogo perfecto entre arquitectura y escultura. Es una obra íntima y monumental al mismo tiempo, un impactante tratado de teología y belleza hecho arte, que le ha valido el merecido título de Capilla Sixtina del Renacimiento castellano.

Cimborrio renacentista

Catedral de Tarazona (Zaragoza).Getty Images

En Tarazona, la catedral ofrece uno de los hallazgos más conmovedores de la restauración reciente: un cimborrio renacentista cubierto de pinturas que permaneció oculto bajo capas de cal durante siglos. Hoy, sus colores vivos, casi recién nacidos, revelan un Renacimiento español que fue más audaz y luminoso de lo que suele contarse.

Iglesia de San Nicolás de Bari (Valencia).Getty Images

Y en Valencia, la iglesia de San Nicolás de Bari actúa como puente entre dos mundos: la severidad gótica y el estallido barroco que, ya en el siglo XVII, convertiría su interior en una de las superficies pictóricas más extensas y deslumbrantes del país. Aquí, el Renacimiento no es un estilo, sino una frontera: la de un arte que empieza a buscar el movimiento, la luz, la teatralidad.

La emoción del Barroco

Si el Renacimiento buscó el equilibrio, el Barroco llegó desatado y apostó por la emoción. Una emoción que adoptó la forma y los espacios. En plena tendencia del horror al vacío la pintura lo ocupó todo, para convertir al fiel (o visitante) en protagonista de una escena que lo supera. La vista se eleva sola, inevitable, hacia bóvedas donde lo divino parece cercano.

Interior barroco de la madrileña iglesia de San Antonio de los Alemanes.Getty Images/Diego Grandi

En San Antonio de los Alemanes, en pleno corazón de Madrid, el barroco alcanza uno de sus techos más perfectos. Una planta ovalada convertida en trampantojo, frescos que ascienden sin interrupción desde los muros hasta la cúpula, santos que parecen respirar en la penumbra dorada. No es solo la decoración de una iglesia: es un efecto, una revelación.

Real Ermita de San Antonio de la Florida.Patrimonio Nacional

A pocos kilómetros, pero ya en otro registro, la Real Ermita de San Antonio de la Florida ofrece el milagro íntimo de Goya. Aquí la pintura no busca deslumbrar, sino conmover: colores que amanecen en la bóveda, una humanidad que sustituye al aparato escénico barroco por una emoción directa, casi contemporánea. Es «la sixtina de Goya».

Iglesia de San Luis de los Franceses, en Sevilla.Getty Images/Iván Vieito García

En Sevilla, la iglesia de San Luis de los Franceses culmina el repertorio barroco con una arquitectura que parece coreografiada: mármoles, estucos, dorados y una cúpula que impone su propio orden celestial. Incluso sin llevar oficialmente el sobrenombre de «sixtina», su interior demuestra hasta qué punto el Barroco español entendió la iglesia como un escenario total.

Ermita de la Virgen del Ara, en Fuente del Arco (Badajoz).Ángel M. Felicísimo

Milagros en el campo

Hay sixtinas que nacen del esplendor urbano y otras que son milagros escondidos en mitad del campo. Templos modestos por fuera, casi anónimos, pero que guardan en su interior un estallido de color y devoción capaz de detener el viaje en un silencio que amplifica el asombro. La más desconcertante es, quizá, la ermita de la Virgen del Ara, en Fuente del Arco, Badajoz: un edificio humilde que, al abrirse, revela más de seiscientos metros cuadrados de frescos populares donde conviven episodios bíblicos y símbolos locales. Su exuberancia cromática la ha convertido en la «Capilla Sixtina de Extremadura». Es una de las pocas ermitas españolas con las paredes totalmente pintadas. Las obras se atribuyen a la escuela que Zurbarán tenía en Llerena.

Ermita de San Baudelio de Berlanga (Soria).Diego Delso

Bajo la misma lógica de hallazgo rural tenemos la ermita de San Baudelio de Berlanga (Soria), que surge aislada en una suave ladera. Arcaica y mística, combina frescos bíblicos con escenas profanas, cazadores, elefantes o palmeras en un cruce de culturas único. Su arquitectura mínima, una columna central que se abre como una palmera pétrea, protege uno de los programas pictóricos más singulares del románico temprano de la península. Sus frescos, hoy repartidos entre el templo y varios museos, como El Prado, justifican su apodo de «Sixtina del arte mozárabe», un título que alude ante todo a su arquitectura excepcional, aunque sus frescos pertenecen ya al románico temprano.

A lo largo de los siglos elevar la vista ha sido una manera de intentar comprender lo místico y sobrenatural. Un gesto para encontrar un cielo que responda a las preguntas mundanas. Nuestras bóvedas cuentan historias sagradas para comprendernos a nosotros mismos; colores que iluminan la oscuridad en eternos silencios, por si con fortuna somos capaces de escuchar al corazón. Miramos hacia arriba para buscar en nuestro interior. Quizá por eso, las sixtinas nos asombran, seguimos siendo capaces de sentir.