Amanecer
Voy a deshacerme del teléfono por un rato. Siempre pensamos que el mundo se va a terminar y no vamos a enterarnos, o que vamos a recibir una llamada importante cuando lo importante se ha solucionado siempre sin tener un teléfono pegado en la oreja. El teléfono nos concede la desdicha de la inmediatez, dejando aparcado en la cuneta muchos momentos del camino

Instantánea durante el amanecer en el campo
Amanece entre escarchas y hielos. El velo cano de la aurora cubre con su aliento las jaras y el resto del monte que está enjuto por los fríos. He apretado los leños de la lumbre porque antes del alba ya estaba aviando la chimenea, avivando las ascuas y recargando con una brazada de aulagas y majuelos para que comience a latir la actividad del campo. La lumbre mañanera pide café y un par de rebanadas tostadas en su regazo. Aceite y miel le quedan bien. Hoy mi padre no hizo migas. Siempre hace migas cuando vengo. Él presume de hacer las mejores migas del mundo.
Talibán aguarda con la montura. Se la pongo antes del alba con la cincha a medio colocar para apretarla justo antes de montar. Está resguardado del aire en el techado junto al guadarnés, lo veo desde la ventana. Me tranquiliza ver al caballo mientras apuro el café.
Tenemos poco tiempo para todo. Y el que nos sobra entre medias se lo dedicamos al móvil
Llevo las espuelas puestas. Que no se entere mi madre que entro con las espuelas en casa, pero es temprano y no me acompañan más que mis pensamientos. Voy a deshacerme del teléfono por un rato. Siempre pensamos que el mundo se va a terminar y no vamos a enterarnos, o que vamos a recibir una llamada importante cuando lo importante se ha solucionado siempre sin tener un teléfono pegado en la oreja. El teléfono nos concede la desdicha de la inmediatez, dejando aparcado en la cuneta muchos momentos del camino. Porque nuestra mayor carencia no está en los valores ni en la sobre sensibilidad que nos abruma; ahora nuestro mayor tesoro es el tiempo y queremos acortar los trayectos, los momentos y meter mil planes en la agenda. El caso es estar en todos lados y lo más rápido posible. Porque tenemos poco tiempo para todo. Y el que nos sobra entre medias se lo dedicamos al móvil, aquí el primer culpable.
Ya despunta el astro rey por los horizontes de la Puebla de Don Rodrigo, el amanecer viene rosado y con el perfil muy azul. Miro las encinas de alrededor del rústico jardín y se siguen dormidas sin mecerse un ápice. Oigo bien los gorriones que ya se desperezan. Va a hacer frío pero no aire, el día perfecto para darle una vuelta a las vacas.
Al echar el pie al estribo rebusco en la zamarra la navaja y el mechero, dos armas fundamentales en días de invierno si se va a caballo. La primera es más importante que los pantalones. Y la segunda fundamental si queremos hacer un alto en el camino para hacer una candela en la umbría, que ahí se pasma uno hasta bien pasado el medio día. Además tengo un poco de pirómano, y en este tiempo me gusta aprovechar para quemar los restos de poda que las vacas ya han aprovechado y eliminar los mamones de los olivos que han sido hechos haces para esperar a que oreen y pierdan la savia.
He metido en la alforja un manojo de crotales y las tenacillas. Con la luna menguante a veces las vacas más primerizas se arrancan a parir. Llevo dos tardes sin ver a una utrera que tiene un cuerno gacho, se ha apartado y para mí que está enmontada al abrigo de los brezos que brotan en la Solana del Cura. Talibán no esconde sus ganas de arrancar, el frío le entumece los remos y quiere salir a comerse la mañana. Me calo la gorra y, una vez arriba, los dos perrillos me vigilan nervisos con los mismos ojos que mi caballo. Les miro, me miran y les silbo. Al momento van escoltando las corvas de Talibán.
El mosquero se mece y oigo crujir los charcos. A lo lejos viene el tractor que va a rellenar los pajeros a las limusinas y una pelota de venados va despacio hacia el encame parándose antes de enmontarse para percibir los sonidos del entorno. Al lubricán cambia siempre el aire, hoy pica de poniente. No vienen lluvias. Tiene que venir el ábrego para que se mojen el lomo los de aquí. Ayer por la tarde vi los pájaros muy serenos y no se bañaban en los charcos. Cuando veo a los gorriatos mojando sus plumas o al escuerzo cruzando los caminos de abajo a arriba, vienen tormentas. Pero no pinta en copas y es lo que hay.
Evito meterme por las junqueras del barranco, ahí mana mucho el agua y está enfangado, por mucho hielo que haya es tontería hacer bregar el caballo en balde. Voy agarrándome al alto donde desde el puntal puedo ver bien el hato de vacas que mugen al barruntar el tractor y los chotos corretean entre sus madres jugueteando con la juventud de sus pocas semanas de vida. Talibán horquilla a la izquierda con las orejas más rectas que una cabra mirando a un precipicio; veo entre los brezos, echado, un becerrillo de esta noche. A no poca distancia está la madre, oculta junto a una madroña. Me acerco despacio, pongo el caballo entre la madre y el becerrillo, desmonto prudente y lo acaricio. Saco de la pequeña alforja un par de crotales y se los pongo. Es una hembra. En la pequeña libretilla de bolsillo que tiene en la espiral un lápiz, anoto el sexo, el número del animal y el de la madre que ya se acerca un poco mosqueada porque no le gusta la situación. La hablo y silbo, a los animales hay que darles paz con la palabra y con los gestos. Una vez terminada la gestión, vuelvo a montar y dejo allí a la pareja. El campo sigue su actividad, las siembras se están cuajando porque con los hielos se asientan las raíces bajo la tierra que cobran fuerza para que luego no se acamen con las aguas precipitadas.
Tengo que volver a casa porque el campo es hermoso pero la burocracia que le rodea obliga a meterle un rato al despacho. Antes de volcar hacia las cuadras me detengo en un alto para ver lo hermoso del entorno. Talibán hace lo propio. Qué bonito es madrugar y que el campo te cante una nana…