Días de señorío, caza y lección
Las normas básicas de nuestro mundo son dos: primero dar una muerte rápida y limpia. Segundo tener respeto al animal antes y después de abatirlo. Teniendo esto claro sólo falta sumar lo que decía mi abuelo el doctor Tomás De Juan: las armas son para matar y la que no mata no sirve
Zona de caza
Lo pongo siempre de ejemplo. Casi diría que me acuerdo a diario. Han pasado dos lustros y mientras estoy en el Campamento de Redescubriendo la Caza doy a toda esta panda de chavales mi criterio sobre la caza y –dentro de ella– de la montería española.
Las normas básicas de nuestro mundo son dos: primero, dar una muerte rápida y limpia. Segundo, tener respeto al animal antes y después de abatirlo. Teniendo esto claro, sólo falta sumar lo que decía mi abuelo, el doctor Tomás De Juan: las armas son para matar y la que no mata no sirve.
La siguiente generación viene pisando muy fuerte. No soy nada pesimista. Ahora hay más cazadores con arco que hace cincuenta años. También hay más cuidado a la hora de comer, a la hora de hacer deporte. Incluso hay más retiros espirituales que hace medio siglo. Todo ello es la balanza para equilibrar los disparos a larga distancia, las comidas procesadas o el libertinaje que dan las redes sociales. El propio ser humano tiende a equilibrarse.
Aprender de los muleros, de los postores, de lo que cuesta sacar un venado cazado en un ribero
Intento darles mi pequeña charla pedagógica; lo que se caza se come. Respeto. Si podemos disparar a treinta metros mejor a que trescientos. Respeto. Antes de ocupar un puesto es mejor ir con los perros y aprender las entretelas de lo que se cuece en una montería. Ayudar a sacar las reses abatidas. Aprender de los muleros, de los postores, de lo que cuesta sacar un venado cazado en un ribero. Fundirnos con los que hacen una labor callada y sin los que la montería no existiría.
Lolo de Juan junot a los niños del campamento Redescubriendo la Caza
Lo puse de ejemplo; la primera sangre siempre es la que manda, pero no olvidemos que cuando herimos un animal hay que seguir su rastro una vez terminada la montería. No vale eso de «he pinchado un venado» que lo han cobrado en el sopié. La caza hay que perseguirla y agotar todos los recursos para poder merecerla. Para ello el capitán de la montería ha de hacerse respetar y hacer cumplir las normas de la sierra.
Iba con el antecesor de Talibán, el célebre Asesino –el mejor caballo que jamás he tenido– del hierro de mi pariente Joaquín Albarrán. Estábamos cazando en la Dehesa de Castilseras, donde dejé lo mejor de mi vida, y era una mañana de noviembre cuando arrancamos de un chaparro un ciervo soberbio, de muchas y largas puntas. Íbamos a galope tras él al grito de «ahí va el venado». Va derecho a la armada de la Cigüeñuela, va a entrar entre el puesto dos y tres. Va muy franco, ambos monteros se preparan. El venado es magnífico. Pocas imágenes más hermosas que ver un venado con leña arriba con cuatro perros detrás. Entra en suerte, justo entre los dos y se oyen sendos estruendos al unísono. El animal cae con los dos balazos en las carnes, fulminado, a la distancia equidistante de cada humeante cañón. Llegué a galope maravillado por lo precioso del lance. Ambas posturas al verme fueron al encuentro de la presa abatida. Era un lance más que reñido porque había que ver la propiedad del animal. Los dos monteros se acercaron y –lejos de reclamar la posesión– comenzaron a cederse el trofeo. Es tuyo, tú disparaste primero. No es así, además el venado tiene tu tiro mucho mejor colocado. De ninguna manera, he dicho que no lo acepto porque no sería justo… Sobre mi montura observaba divertido y sorprendido la escena. Pocos caballeros se ven así en el monte. Pero el capitán de la montería tenía que resolver aquello. Por muy educados y señeros que fueran no se ponían de acuerdo e imploraron mi autoridad. Esto se resuelve con una moneda. La lancé al aire y la posé sobre mi mano tapándola. Al mayor de los presentes le di a elegir. Cara. Destapé y le había tocado.
Muy correcto, el ganador se quitó el sombrero y dijo: me ha tocado a mí, ¿No? ¡Pues te lo regalo! Y allí mismo se estrecharon la mano. Desde mi fiel hispano árabe me conmoví al ver una escena digna de recordar. Vamos señores, cada uno a su puesto que la montería sigue. De nuevo se tendieron la mano y se presentaron pues hasta ese momento no habían tenido ocasión, más allá del saludo inicial antes de comenzar la montería. Mi nombre es Miguel Oriol, dijo uno. Y yo soy Jesús Pleite.
Sigo contando con orgullo aquel recuerdo. Eso es señorío. Y mi fiel Asesino continuó monteando moviendo el mosquero con la satisfacción del trabajo bien hecho.
Lolo De Juan es gestor agropecuario