Netflix
'Ripley': el talento de Steven Zaillan está de vuelta y factura la serie del año
Maravillosa adaptación de la novela de Patricia Highsmith a cargo del cineasta que hace 30 años parecía que se iba a comer el mundo
Por ahora es la serie del año. Y será difícil apearla de ese lugar de privilegio en lo que resta de 2024. Creada originalmente para SkyShowtime, Netflix la compró llave en mano y la acaba de estrenar en su plataforma. Se titula Ripley y es la adaptación de El talento de Mr. Ripley, la novela que Patricia Highsmith publicó en 1955.
Hay un nombre fundamental detrás de esta catedral del audiovisual del siglo XXI. El del californiano Steven Zaillan, quien escribe y dirige los ocho episodios. Fue hace justamente 30 años cuando por estos lares empezamos a escuchar maravillosas de este hombre: se dijeron en la Seminci de Valladolid de 1994, cuando se llevó el galardón a la mejor dirección novel por la sobresaliente En busca de Bobby Fischer (disponible para alquiler en Amazon y en Apple TV). Un par de meses después levantó el Oscar al mejor guión adaptado por el libreto de La lista de Schindler (Filmin, Movistar Plus+, Netflix y Skyshowtime), rodada, al igual que Ripley, en «maravilloso blanco y negro» (Pumares en el recuerdo). Su carrera posterior no ha estado a la altura de las expectativas levantadas entonces. Hasta ahora. Sí, junto a David Mamet firmó en 2001 el extraordinario guión de Hannibal –donde el patrimonio artístico italiano deslumbra, como en Ripley– y su miniserie The Night Of (2016) está muy bien, pero es que en aquel lejano 1994 parecía que Steven Zaillan se iba a comer el mundo.
Para quien no esté familiarizado con la historia, Tom Ripley es un buscavidas residente en Nueva York que recibe un extraño encargo de un millonario: que viaje a Italia a generosos gastos pagos para convencer a su hijo bon vivant, Dickie, de que abandone la bohemia y regrese al redil paterno. Es así como conoce al hombre al que querrá padecerse, que desgraciadamente para sus intereses tiene una novia tan lista como guapa y a un amigo gay bastante curioso que, como diría Loquillo, lo mira mal.
A los que The Killer –la película, también de Netflix, sobre el sicario que mata al ritmo de The Smiths– les pareció lenta, Ripley directamente los puede dormir. Porque está contada a la velocidad de los jardines, con una cadencia que acuna. El largometraje de Anthony Mingella de 1999, con Matt Damon en el papel principal, resolvió la adaptación de El talento de Mr. Ripley en apenas 2 horas y 19 minutos. La serie de Netflix se extiende durante ocho capítulos que totalizan 7 horas y 24 minutos. Pero son 7 horas y 24 minutos que, como dijo Ángel Fernández-Santos de las 3 horas y 15 minutos de La lista de Schindler, «no cansan, sino descansan». Porque alegran el ojo. Porque nos pasean por la mejor arquitectura de Nueva York e Italia. Porque la composición de cada plano es un cuadro. Porque el tenebrismo de Caravaggio es aún más tenebroso con la paleta telesiva en blanco y negro. Porque Ciudadano Kane y El tercer hombre se te aparecen por momentos. «La luz, siempre es la luz», dice en un momento dado Ripley, y no podemos estar más de acuerdo ante la masterclass de dirección de fotografía ofrecida por Robert Elswit, ganador del Oscar por Pozos de ambición y nominado por Buenas noches y buena suerte (esta también en glorioso blanco y negro).
El traje visual le sienta de maravilla a Ripley, personaje grimoso, embustero, liante y perverso donde los haya, con muchas más sombras que luces, un psicópata al que estamos deseando que no pillen por puro egoísmo, porque eso supondría el fin de sus malabares vitales.
Andrew Scott (el Moriarty de Benedict Cumberbatch en Sherlock) compone un gran protagonista. Es un Ripley más cercano al original de la novela y por tanto mucho más antipático que en la película de Minguella, donde también Dickie resultaba mucho más odioso de lo que lo es en la serie. No hay tantas escenas entre ellos como en el largometraje, y de hecho los mejores cara a cara de Ripley –se recomienda verlos en versión original– son los interrogatorios con el policía al que encargan la investigación que vertebra la trama, en la que tampoco falta el guiño al Ripley protagonizado por John Malkovich (El juego de Ripley, de la Cavani), con la presencia del actor norteamericano en un cameo crucial.
Aunque sabemos que el síndrome de Stendhal se acuñó en Florencia, lo disfrutamos también en esta monumental Italia por la que nos pasean Zaillan y Elswit y que tiene Roma y Venecia como escenarios principales, y poseídos por ese síndrome, apabullados por tanta belleza visual, disculpamos alguna laguna del guión (¿a nadie le sorprende que un tipo se duche con toda naturalidad en una casa que insiste en decir que no es la suya?), un guión que se cierra con un final a lo Fuego en el cuerpo (Filmin), esa película escrita por otro portentoso guionista norteamericano, Lawrence Kasdan, que, como el propio Zaillan, también es director y siempre creímos destinado a grandes logros. Para el californiano lo es Ripley, caza mayor, obra cumbre de su carrera.