San Isidro bate récords de taquilla pese a su pobre resultado artístico
Durante toda la feria se han vendido casi medio millón de entradas para vivir los festejos en Las Ventas
La feria taurina de San Isidro que finalizó ayer en Madrid ha batido récords de taquilla, con los tendidos de Las Ventas ocupados en un 93 %, a pesar de que arrojó resultados artísticos muy pobres, con escasos y benévolos triunfos de los toreros y ninguna faena redonda que destacar en el balance final.
Con todo, esa masiva asistencia de público a la monumental madrileña es, sin duda, la mejor noticia que ha generado un ciclo -reducido en ocho festejos respecto al anterior y con los precios duplicados en las entradas sueltas- para el que se vendieron casi medio millón de localidades, lo que ofrece una media de 21.529 espectadores por tarde, según los datos aportados por Plaza 1, empresa gestora del coso.
Claro que tan espectaculares datos de taquilla -que no frenó un clima desapacible, con lluvia y/o un molesto viento de principio a fin del abono- contrastan con el gris panorama del ruedo, por el que los matadores de a pie solo llegaron a pasear catorce orejas, casi todas concedidas con bastante benevolencia, aunque otras cuantas también las negaran los presidentes con una ilógica rigurosidad.
Dentro de ese pobre balance estadístico, seis de esas catorce orejas sirvieron para avalar, alguna también con cierta holgura, las únicas tres salidas por la Puerta Grande de los de a pie: la de Emilio de Justo, la de Sebastián Castella -que con tres apéndices es el triunfador numérico del abono- y la del torero revelación Fernando Adrián.
Trofeos sueltos también cortaron Tomás Rufo, Ginés Marín, Gómez del Pilar, el mexicano Leo Valadez, Román, Uceda Leal y Paco Ureña, pero en la mayoría de los casos no tuvieron suficiente peso como para sobresalir del bajo tono general de un ciclo en el que no se ha presenciado ninguna faena completa para recordar.
Esa escasez, o el escaso nivel, de triunfos contrasta con el alto número de toros que han salido por chiqueros para facilitarlos, pese a la desigualdad en la presentación de las corridas y los numerosos problemas que la empresa ha tenido en los corrales para completar los lotes para el examen veterinario.
Corridas como las de La Quinta, Garcigrande, Juan Pedro Domecq, José Escolar, Alcurrucén, Jandilla, Puerto de San Lorenzo y, especialmente, las de Santiago Domecq y Victorino Martín soltaron a la arena venteña ejemplares de alta nota que, en su gran mayoría, no fueron aprovechados por los toreros en toda su dimensión.
Y esa es, precisamente, la lectura más preocupante de la feria: el bajo nivel de un escalafón de matadores necesitado de una urgente renovación, con un plantel de primeras figuras muy gastadas o en horas bajas -especialmente decepcionante fue el paso de Manzanares y el peruano Roca Rey- y con una serie de jóvenes que no han llegado a dar la medida necesaria para sustituirlos.
De la quema general, además de los pocos triunfadores ya señalados, sólo se salvan, por su decisión, nuevos matadores como Adrián de Torres y Francisco José Espada, además de toreros cuajados como Daniel Luque, al que la presidencia negó la merecida Puerta Grande en su segunda actuación, mientras que Morante de la Puebla quedó inédito con lotes pésimos y Diego Urdiales y Pablo Aguado dieron, al menos, un recital de toreo a la verónica.
Menos suerte tuvieron los novilleros, sin trofeos de tres encierros de muy escaso juego pero con los que dejaron buenas sensaciones Mario Navas, Christian Parejo, Jorge Molina, Jorge Martínez y Álvaro Burdiel, al tiempo que, entre los rejoneadores, que cortaron seis orejas con distinta vara de medir, destacaron el triunfador Diego Ventura, con una salida a hombros, y los Hermoso de Mendoza, padre e hijo.
De plaza de toros a discoteca
Otra de las lecturas inquietantes de la feria, y ésta de caracter casi sociológico, fue la actitud general de un público entre el que fueron mayoría los jóvenes que pueden asegurar el futuro del espectáculo, pero que asistió con una amenazante falta de criterio, tanto en los tendidos más «festivos» como en los más «rigurosos», sin que las arbitrarias presidencias tampoco contribuyeran a poner sensatez.
Tomadas así por buena parte de los asistentes, como un bullanguero evento de reivindicación «patriótica», en las que las barras de los bares -otros de los grandes beneficiarios de la feria- han hecho su agosto en mayo, las corridas de San Isidro, por historia el ciclo más decisivo de la temporada taurina, corren el riesgo de caer en una eufórica y muy rentable, pero intrascendente, dinámica.