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San Juan Bautista de la Salle

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El Debate de las Ideas

La secreta transparencia de San Juan B. de La Salle

J. B. de La Salle pertenece a la estirpe del joven rico del Evangelio. Pero él no se retiró triste, sino que tomó la decisión de vender cuanto tenía para seguir a su Maestro

Si a cualquiera de nosotros se le preguntase qué se celebra el 15 de mayo, respondería probablemente que la fiesta de san Isidro. Si se añadiese a continuación la pregunta de quién creemos que es el patrón de los maestros, dudaríamos seguramente. ¿Acaso santo Tomás de Aquino no es el patrono de las universidades, tanto de estudiantes como de profesores?

Jorge Soley me ha remitido una tribuna que apareció en Le Figaro el pasado 15 de mayo. Su autor, Ambroise Tournyol du Clos, reflexionaba sobre la actualidad del proyecto educativo de S. Juan Bautista de La Salle (1651-1719), a quien el papa Pío XII proclamó «Patrono de los maestros educadores de la infancia y de la juventud» en esa fecha hace ya casi setenta y cinco años. Tras glosar la figura del fundador del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, el articulista concluía: «La escuela compromete el sentido del hombre y su libertad. ¿Queremos una sociedad de hombres libres? Ella se funda sobre profesores libres, piadosos, atentos, exigentes, como lo había podido pensar Juan B. de La Salle hace ahora tres siglos».

En un momento de incertidumbre y de cambios que afectan la identidad de la escuela cristiana, repensar el legado de figuras de la talla de J. B. de La Salle requiere arriesgarse a recuperar la singularidad no sólo pedagógica sino también espiritual que alimenta las raíces de su obra educativa, un referente histórico cuyos rasgos propios merecen ser subrayados por su ejemplaridad a la hora de comprender en toda su profundidad la trayectoria de la educación cristiana durante la Modernidad.

Junto con la Ratio studiorum de la Compañía de Jesús, no sería atrevido afirmar que el modelo pedagógico del autor de la Guía de las escuelas (1720) ha constituido la influencia más honda en el mundo europeo de la enseñanza. Es precisamente esta característica la que permite observar también en él las tensiones historiográficas que ha experimentado durante la secularización acelerada en los últimos sesenta años.

Como ha señalado Bernard Hours, el biógrafo más reciente de La Salle (Juan-Bautista de La Salle. Un místico en acción, Universidad de La Salle, 2019), la investigación del último medio siglo ha procurado «resituar el método pedagógico en el corazón del trayecto de Juan Bautista cuando la mayoría de los autores, desde los primeros biógrafos, tenían la tendencia a considerarlo primero una herramienta de la conversión de las clases populares».

La tendencia a rehuir los peligros de un confesionalismo que habría utilizado la enseñanza como una estratagema de catequización y, en el fondo, de acuerdo con un análisis sociológico que dominó gran parte del último tercio del siglo XX, como una herramienta de control social que desactivaba el potencial transformador y emancipador de la intuición original del fundador, habría dado paso al mismo tiempo a un cuestionamiento de la propia identidad institucional.

Al subrayar como rasgo decisivo, por encima de cualquier otra consideración, un estilo educativo que encontraba su principal finalidad en la búsqueda de una actualización metodológica que lo definiese y que sirviese para desarrollar un modelo inclusivo al margen de cualquier diferencia social y religiosa, las instituciones educativas posconciliares han acabado viéndose abocadas a replantearse el sentido de su misión. Queriendo volver a lo esencial de los orígenes, con el desplome de las vocaciones consagradas y la pérdida generalizada de la formación básica cristiana, han advertido que, sin regresar a esquemas pretéritos, es preciso resituarse de nuevo en las raíces espirituales para ofrecer una palabra nueva y segura a las sociedades en las que se insertan.

El itinerario vital de una personalidad como Juan B. de La Salle refleja también la respuesta a una época de crisis de la conciencia europea. En un volumen colectivo también publicado con motivo del tercer centenario de su muerte (J. Burrieza Sánchez, Los trabajos y los días de San Juan Bautista de La Salle, Dykinson, 2019), Pedro Gil Larrañaga ha sostenido que La Salle, a diferencia de las escuelas parroquiales surgidas en la primera mitad del siglo XVII, no sólo quería fundamentar las escuelas populares y la presencia del Evangelio en medio de la sociedad, sino hacerlo en una fase de distanciamiento del poder civil y religioso a través de un grupo de maestros laicos y de una red de grupos configurados como una asociación autónoma, tal como consta en su lema: «Juntos y por asociación».

Si la intuición lasaliana arraiga en un contexto histórico de cambio y de dinamismo pedagógico, brota igualmente de una experiencia de la fe que, como ha ocurrido con todos los grandes santos, comparte unos rasgos comunes que subrayan mejor su personalidad. En Juan Bautista de La Salle su misión se produce como consecuencia de una conversión que transforma su vida entera. Canónigo de la catedral de Reims, de familia burguesa, con una carrera eclesiástica brillante por delante, con grandes dotes organizativas y de gestión, su respuesta en principio accidental a unas necesidades educativas y sociales acaba girando su existencia. Como ha dicho B. Hours, «se puede plantear la hipótesis de que su descubrimiento de la pobreza le hace tomar conciencia de la importancia capital de la educación».

Las doce virtudes del buen maestro

J. B. de La Salle pertenece a la estirpe del joven rico del Evangelio. Pero él no se retiró triste, sino que tomó la decisión de vender cuanto tenía para seguir a su Maestro. Como es habitual, sufrió contradicciones e incomprensiones que fueron purificando un camino espiritual. Centrándose en la formación gratuita de la infancia, el compromiso comunitario quedó rubricado en Vaugirard el 21 de noviembre de 1691 cuando, con los Hermanos Nicolás y Gabriel, postrados ante la Santísima Trinidad y consagrándose enteramente a ella, realizaron el «voto heroico» «de asociación y de unión, para procurar y mantener dicho establecimiento, sin podernos marchar, incluso si no quedáramos más que nosotros tres en dicha Sociedad, y aunque nos viéramos obligados a pedir limosna y a vivir sólo de pan».

Tal compromiso se les mostró viable en tanto que la dimensión pedagógica y la espiritual no dejasen de alimentarse mutuamente. Por un lado, cabría destacar la decisión de utilizar exclusivamente el francés en un tipo de enseñanza que reglaba el espacio y el tiempo, que invitaba a la asiduidad y al silencio, que corregía y recompensaba y que, sobre todo, proporcionaba unos medios de aprendizaje que convirtiesen a los educandos en el centro de su proceso formativo. Por otra parte, las notas de la espiritualidad lasaliana recalcaban aquellos aspectos que facilitaban la unidad de su misión. B. Hours las ha condensado en el espíritu de fe, el abandono, la obediencia y la penitencia en perspectiva eclesial.

Evidentemente las situaciones y los contextos han cambiado desde la Francia del Rey Sol y de las controversias jansenistas y sulpicianas a una institución que en el siglo XXI está repartida por todo el mundo y que, por ejemplo, en España cuenta con más de ciento treinta obras educativas y sociales.

Las raíces siguen siendo las mismas. Difícilmente podrían sintetizarse mejor que con las doce virtudes del buen maestro que La Salle enumeró en su Guía: «Gravedad, silencio, humildad, prudencia, sabiduría, paciencia, mesura, mansedumbre, celo, vigilancia, piedad y generosidad». Todo un programa, exigente y veraz, contra las modas cambiantes y en favor de un horizonte trascendente en que sea posible reconstruir el tejido moral y espiritual de las relaciones humanas entre maestros y discípulos y, a partir de ellas, en toda la sociedad.

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