El escritor francés Michel Houellebecq
¿Por qué los progres odian tanto a Michel Houellebecq?
Lo que no le perdonan nunca es que siga mirando, aunque sea de hurtadillas, a quien venció al mundo al que adoran
1. Espejo de la masculinidad que la progresía promovió
Muchos de los personajes masculinos de las novelas de Michel Houellebecq son personajes que tienen el sello cierto de la derrota, escombros existenciales. La mayoría lleva de serie una mirada pornográfica, la transparente negatividad de esa mirada, que hace que los personajes tengan un talante profundamente repulsivo, huraño y negativo. La pornografía, ese veneno, antiguo y nuevo, que ha ido invadiendo poco a poco todo Occidente desde finales de los 60, empezó en las esquinas de los kioscos de prensa de cualquier ciudad y fue avanzando en comedias que normalizaban sus prácticas (i.e. las de Woody Allen de finales de los 90 y primeros 2000), en dramas y thrilllers (Instinto básico) que hacían explícitas imágenes propias de salas X, para acabar siendo contenido habitual en cualquier serie de cualquier plataforma, sin perjuicio de la universalización de sus contenidos, omnipresentes en cualquier móvil o pantalla. Una auténtica mierda industrial, una de las más reconocibles estructuras de pecado de las que hablaba San Juan Pablo II. Trituradora tanto de las personas que la producen y exhiben como de aquellos que la consumen compulsivamente. Durante años los autodenominados «progresistas» defendían la pornografía como expresión legítima de la cultura, un hito de la liberación cultural de las sociedades que detestaban. Añádase a ello la complicidad de los liberales que la respetaban como parte de los juegos del mercado y de los moderados que no eran capaces de asumir una batalla incómoda, una más. Recuerdo con asco infinito las protestas de cineastas españoles «comprometidos» en los 90, cuando el desaparecido Canal Plus eliminaba el día de Navidad la basura pornográfica que emitía.
Pues bien, ahora que surgen personajes en novelas que miran a las mujeres bajo la óptica del pornógrafo, trasunto triste de miles de individuos que miran así, resulta que el producto literario les parece asqueroso, repugnante y su autor un provocador, ese «cuñado» que habla de lo que les molesta (así le ha calificado El País, Houellebecq, Autorretrato del dandi (o cuñado) reaccionario, MARC BASSETS, París - 13 OCT 2020), de esa gangrena moral y comercial a la que ellos han contribuido tanto: como cómplices, como publicistas y corresponsables últimos.
2. Debelador de la miseria socialista. Houellebecq retrata, sin complejos, la tendencia universal y de toda época del socialismo a la complicidad con el mal si obtiene algo a cambio. M.H. lo ejemplifica profusamente. En la distopía retratada en Sumisión el socialismo es actor decisivo y cómplice de la islamización política y cultural de Francia. Es sólo un sombrío pronóstico, pero el socialismo, con sus políticas de puertas abiertas y fallida asimilación de la inmigración musulmana ya ha contribuido al fracaso multicultural que experimenta Francia y ha plantado la semilla de lo que anticipa M.H. Saint Denis, las ingobernables banlieues, los sucesivos atentados islamistas de distintos tipos, son consecuencias de esa política y explican la desaparición virtual del partido socialista como actor político. Houellebecq no deja pasar el hecho de que los socialistas de todos los partidos y sus cooperadores de izquierda y derecha también han sido cómplices de la destrucción del sector primario en Francia. En Serotonina narra con realismo cómo el estado de bienestar francés, tras décadas de subvenciones al campo, ahora lo ha traicionado. Todo ello bajo la excusa del libre comercio planteando un escenario de abandono y ruina para la agricultura nacional que no puede competir con productos extranjeros a los que la UE exime de la avalancha regulatoria y fiscal que sufre la producción nacional. De la disposición para aliarse con cualquiera por letal o corrupto que sea para mantener el poder o evitar que sus rivales accedan a éste, en España y en el mundo hay pruebas inequívocas (Revolución rusa, Guerra Civil española, Pacto Molotov-Ribbentrop, apoyo al Ayatolá Jomeini en los 70 por la izquierda francesa, gobiernos de Pedro Sánchez…).
3. Némesis del 68 y sus escombros. Michel Houellebecq dibuja personajes y desarrolla con habilidad estados de ánimo que están siempre cerca del abismo, bien en forma de un aislamiento atroz en medio de la abundancia o bien infectados de ese dolor, sordo y agudísimo, que el nihilismo inocula a sus víctimas. Arroja a la cara del lector los ecos de la inmensa estafa vital, teórica y política que la izquierda progresista ha promovido de forma constante desde 1968. Los progresistas de toda índole no soportan enfrentarse al retrato de la náusea de los tipos humanos que han creado y que Houellebecq sufrió en la conducta salvajemente irresponsable de unos padres hippies cuya herida/cicatriz no parece cerrarse nunca. La izquierda woke le rechaza porque tiene la mala conciencia de saberse cómplice de ese infierno que les retrata y quieren bien lejos ese espejo duradero de sus miserias que describe cada novela de M.H.
4. Lúcido cronista de la realidad que no quieren admitir. Michel Houellebecq levanta acta de los problemas que acompañan hoy a Occidente y que llevan décadas sin ser encarados: la destrucción de las relaciones personales por la desaparición de los vínculos familiares; la abisal falta de sentido del individuo que las sociedades opulentas no satisface; la amenaza de abismo que corroe por doquier cualquier sociedad occidental; la fractura social entre las elites y la gente común que recorre a todo Occidente; la alerta sobre una globalización tecnocrática con un inequívoco cariz totalitario que abunda en la deshumanización... M.H. es una figura indiscutible ya en Francia y por extensión en Europa. Sus retratos inmisericordes tienen un vínculo evidente con los de Goya, por lúcidos y acertados: no hace concesiones a los retratados.
5. Qué espera Michel Houellebecq. Sus libros requieren de un cierto descanso, de una digestión lenta para asimilar las múltiples sugerencias e implicaciones que plantea. Desde la primera línea leída intuyo que su mirada, desprejuiciada, que brota de un punzante dolor existencial, apunta siempre e invariablemente, de forma indirecta o no tanto, a aquello que puede suturar las heridas de las que habla. No resulta evidente, pero en muchas de sus novelas parece surgir un clamor silencioso por una realidad que englobe y dé sentido a sus personajes perdidos. En la dureza de sus novelas habita un anhelo cierto de redención, de verdadera paz, de un encuentro verdaderamente sanador con el otro, de superar una vida alienada. Hay tanto dolor y miseria que todas las tramas mendigan que comparezca algo que dé esperanza al lector. Me aventuro a sugerir que Houellebecq, esencialmente, en cada novela bucea sobre el verdadero sentido de las cosas que le rodean y de su propia identidad. Así Francia y su devenir político y social; Francia y su legado cultural es una preocupación latente en cada trama, indisociables de su contexto nacional. Es inevitable pensar que en la exploración de su identidad personal y nacional a través de su literatura está presente el interrogante religioso, a veces tratado con desdén, otras con distancia y mofa, a veces con ternura, pero aventuro que este roce con la trascendencia que se hace hueco en cada novela tiene que ver con su condición de hijo de la nación primogénita de la Iglesia. El rebelde Houellebecq se confronta en cada novela, especialmente en Serotonina, con la intuición personal y una verdad de fe que no termina de abrazar pero considera: es Cristo, el silencioso y sanador bálsamo, única posible solución a su crisis personal y de Occidente que tan bien y justamente describe.
Por las cinco razones expuestas, pero sobre todo por ésta última, Michel Houellebecq es odiado sin límites por los mandarines culturales que pueblan la progresía española e internacional. Lo que no le perdonan nunca es que siga mirando, aunque sea de hurtadillas, a quien venció al mundo al que adoran.